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Gélida acogida en Berlín a la inaugural "Nadie quiere la noche" de Isabel Coixet

por © E.E. (Berlín)-NOTICINE.com
Rinko Kikuchi, Isabel Coixet, Juliette Binoche y Gabriel Byrne


La Berlinale más hispana en 65 años no ha empezado con el mejor pie posible. Al frío ambiental de la calle se han unido los helados paisajes de Groenlandia (en realidad Noruega) y la aún más gélida acogida a la película española de Isabel Coixet "Nadie quiere la noche /  Nobody Wants the Night", que ha dejado así, fría, fría, pero muy fría a la audiencia, en su presentación de la amistad entre dos mujeres radicalmente diferentes en el más hostil de los ambientes, esperando a un hombre que no llega. Muchos han recordado cuán diferente fue este mismo día hace más o menos un año, cuando "The Grand Budapest Hotel" hizo reir y aplaudir a todo el Berlinale Palatz.

El buen hacer interpretativo de Juliette Binoche y Rinko Kikuchi ha sido un análgésico demasiado suave para paliar la falta de emoción e intensidad de esta historia imaginada -aunque se basa en personajes reales, los hechos fueron distintos- por el guionista de "Blackthorn", Miguel Barros, que reune en un igloo de Groenlandia a una mujer rica y aventurera, Josephine Peary (Binoche), con una inuit (Kikuchi), quienes están ahí con la esperanza de encontrarse con el marido de la primera, el explorador estadounidense Robert Peary (Gabriel Byrne), aspirante a descubridor del Polo Norte.

Coixet, que de por sí lleva tiempo con dificultades para transmitir emociones, tampoco mejora la materia prima de Barros, por lo que el europuding (Bulgaría y Francia coproducen la cinta, dialogada en inglés), de tan frío se vuelve duro de roer... y sobre todo aburrido. Con dos horas, a la película le sobra metraje y la falta si no  acción -que el planteamiento dramático es de supervivencia por encima de todo- sí calor humano, algo que impregne de emotividad la supuesta complicidad de estas dos mujeres que ni siquiera se entienden bien por cuestiones lingüisticas, y que hacen de todo para mantenerse con vida en el naciente invierno polar, enclaustradas en un igloo, que -paradójicamente- fue recreado en un estudio de la templada Tenerife.

Tener a Binoche pisando la alfombra roja ante los Osos está muy bien, pero cuesta encontrar justificación a la elección del director del festival, Dieter Kosslick, de "Nadie quiere la noche" como cinta de apertura, para ganarse las primeras malas críticas de esta 65 edición. Esperemos que en los días a venir la temperatura de la calidad cinematográfica suba, este año tan cargado de talentos iberoamericanos. Además de esta insustancial inauguración española, en las jornadas a venir veremos dos películas chilenas, la de Pablo Larraín ("No") sobre el candente tema de los abusos en el seno de la Iglesia, "El Club", protagonizada por Alfredo Castro, Antonia Zegers y Jaime Vadell, y el documental del afamado autor de "Nostalgia de la luz", Patricio Guzmán, quien vuelve a referirse como en aquella a la dictadura pinochetista en "El botón de nácar".

También compiten por el Oso de Oro dos coproducciones, la guatemalteca "Ixcanul", de Jayro Bustamante, un drama feminista con protagonistas indígenas, y la mexicana "Eisenstein en Guanajuato", dirigida por el británico Peter Greenaway. En el resto de las secciones encontramos una veintena larga de películas iberoamericanas, sin contar un ciclo íntegro dedicado a los indígenas de América Latina, con lo cual -como dijo Kosslick días atrás- este año en la Berlinale casi sonará en las salas más el español y el portugués que el alemán.

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