En la recta final de este festival, un certamen casi desierto y con pocos alicientes a todos los niveles, se presentó la película argentina "Nosotros nunca moriremos", dirigida por Eduardo Crespo, que nos cuenta la historia de una madre que acompañada de su hijo menor, va al encuentro de su otro hijo fallecido, para organizar el sepelio y todos los tramites después del trágico suceso de su perdida. Muestra del cine de autor más contemplativo y plúmbeo, mereciendo escasos apoyos.

La historia narra, como llegan a un pueblo chiquito, de nombre Crespo, a la búsqueda de respuestas de todo tipo. La madre (interpretada por la actriz trans Romina Escobar, vista en "Breve historia del Planeta Verde"), es una mujer serena, que no quiere que su hijo menor sufra esa perdida con demasiado desgarro y dramatismo, e intenta paliarlo, con su saber estar. Rodrigo, el hijo vivo, pasará casi sin darse cuenta, del umbral de la adolescencia a la madurez, y se planteará mil cuestiones, acerca de la muerte, en este caso una muerte prematura, que se ha llevado a su hermano sin avisar.

La historia transita con el presente y el pasado, el antes y el después de la perdida, el vacío, la soledad, la tristeza, con unas sutiles pinceladas de humor, casi imperceptibles.

El problema de "Nosotros nunca moriremos" es que una película no se cimenta sólo sobre un sentimiento, por muy bien que se intente transmitir. Necesita una historia, un ritmo, una búsqueda de la curiosidad, el interés o la empatía del espectador, y nada de eso hay en el film de Crespo.

Con esta tercera y última cinta se cierra la participación iberoamericana en la carrera por la Concha de Oro, a la que optan también la hispano-argentina "Akelarre", de Pablo Agüero y la hispano-estadounidense "Courtroom 3H", de Antonio Méndez Esparza. De ellas la primera es la más claramente podría optar a premio este sábado, si bien más por la falta de buenas cintas en la competencia que por exceso de méritos propios.

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