OPINION: 26 Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano

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Pecoraro en Roma
Pecoraro en Roma
La niña santaPecoraro en Roma21-XII-04

por Frank Padrón

Cada edición que finaliza del Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano, significa un pase de cuentas, un análisis sobre cómo vamos en tanto cine de la región, ese que debe luchar hasta la sangre contra la falta de recursos y la aguda crisis que afecta a aquella, las posibilidades prácticamente inexistentes de mercado, la globalización y omnipotencia de Hollywood y los problemas ajenos a estas particularidades.

Asimismo, cada fin de fiesta (y la de 2004 no ha sido excepción) da nuevos motivos para la esperanza: no es que esos mencionados obstáculos se hayan debilitado al mínimo -todo lo contrario-, pero sí toman fuerza alternativas y atajos que permiten la supervivencia e, incluso, el cierto brillo internacional que implica la participación y reconocimiento en importantes foros internacionales.

Las cifras hablan por sí mismas: 21 cintas de ficción, más 20 óperas primas en esa categoría, 28 documentales, 102 guiones inéditos, 27 dibujos animados y muchas más fuera de concurso (repartidas entre secciones informativas y panoramas), implican un nada desechable saldo cuantitativo en la producción latinoamericana.

Es cierto que no existe un exacto equilibrio en cuanto a la representatividad de tales números respecto a la participación por países: mientras Argentina, Colombia y Chile llevan la punta, Brasil muestra cierto repliegue, y México, otrora rey en estas lides, exhibe una evidente decadencia desde hace varios años. A ello se suman cinematografías prácticamente inexistentes que no sólo participan sino que, en determinados casos, hasta triunfan, sobresalen por sus méritos artísticos: Uruguay, Guatemala, Costa Rica, Ecuador, son algunas de ellas.

Ahora vayamos a lo más importante: lo ideoestético. Mucho y bueno en este campo se encontró en el 26 festival, no siempre premiado; como ocurre con frecuencia, más de un coral no era merecido. Otros, por supuesto, sí.

Rastreando los resultados por el inevitable parámetro de los premios, veamos el primero: "Whisky", film uruguayo de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, inusual triángulo, no precisamente amoroso entre un dueño de fábrica de medias, su empleada -mano derecha- y el hermano del primero. Lo original de la historia es lo primero que salta a la vista, pero nada hubiera sido sin el tratamiento cuidadoso que del guión (escrito por los propios realizadores) han logrado éstos, con su tempo lento pero imprescindible para las coordenadas del sujeto, su ausencia de concesiones al atropello o facilismo en la evolución de situaciones y personajes, la madurez de una puesta en pantalla rigurosa, con todos los elementos admirablemente en función de los detalles y el todo, y actuaciones no menos conseguidas.

De preferir, sinceramente, hubiera premiado antes "Machuca", de Andrés Wood (Chile), que obtuvo el segundo coral. La amistad entre dos niños de clases sociales diferentes en el Chile de la Unidad Popular y hasta los días del golpe de estado de Pinochet, sus familias, el colegio donde estudian y sus primeros lances eróticos, son recreados por el joven cineasta con una sensibilidad y una fuerza de la que carecía su película anterior, "La fiebre del loco", enturbiado por problemas narrativos. Lo mejor de esta historia es cómo sortea el sentimentalismo para conectarnos con un drama sólido y bien contado, donde el contexto socio-político, de gran complejidad, es algo más que un telón de fondo.

A la que no le hubiera dado ni una sonrisa es al tercer coral, la argentina "La niña santa", que para colmo, le valió a Lucrecia Martel el premio a la mejor dirección. Con todo respeto, me parece que este nombrecito ya "de culto" es poco menos que un fraude, un bluff. Si "La ciénaga" era una pedante demostración, a cada fotograma, de lo que debe ser el "nuevo-nuevo cine argentino" (para mí, todo lo contrario), la nueva cinta, que deslumbró a los Almodóvar, al punto de asumir el proyecto, frustra lo indudablemente interesante de una propuesta en que se mezclan adolescencia, sexo y misticismo, con un guión lleno de frases forzadas, diálogos del peor retoricismo (en el fondo, o ni siquiera tanto, vacíos y seudo intelectuales) que, camino a la pantalla, tropiezan con una puesta donde el montaje, de nuevo, es de una suciedad escandalosa, y los conflictos se debilitan y casi anulan ante la anemia perniciosa que padece la narración.

Muy justo fue el Premio Especial del Jurado a "Punto y Raya", de la venezolana Elia Schneider ("Huelepega"), que le valiera también a su protagonista masculino Roque Valero, el coral de actuación. Una agradable buddy movie que maneja eficazmente el humor, el trabajo de personajes, la ambientación y los desempeños, encauzado todo en una narración limpia y sin escollos. También el Coral de guión que recibieron Maria Camus, Kathy Saavedra y Adolfo Aristaraín, este último director de "Roma", que permitió a una vieja amiga de Cuba que hace tiempo no nos visitaba, Susú Pecoraro, alcanzar en buena lid el lauro actoral femenino.

Esos fueron algunos de los premios en la 26 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano, pero ya se sabe quiénes ganan en estos grandes encuentros: el propio imaginario, enriquecido y pujante; el público, agradecido por nuevas propuestas que ensanchan sus horizontes culturales; la identidad latinoamericana, que gana nuevos terrenos, se cohesiona y crece.