Colaboración: Locos por las telenovelas

Telenovela de Televisa
Por Sergio Berrocal

Sin venir a cuento, con la desfachatez de alguien a quien le debes algo, me certificó que mi vida era difícil pero lejos de ser un infierno. Asqueroso viejo de mierda, ¿qué sabes tú de mis cosas, mequetrefe del diablo, engatusado por una vieja bruja de Salem? Me enfrenté con él y le traté de todo a lo que me autorizaba mi educación católica. Pero, ¿cómo diablos puedes pelear con un personaje que está incrustado en el plasma del televisor?

Ya me dijeron que esta pasión por las telenovelas tendría que pagarla cualquier día. Imagina que te metes con Doña Bárbara, la poderosa hembra de una Ponderosa mexicana, que azota a quien se le ponga a tiro y que te puede pegar un pistoletazo por menos de un beso.

Un amigo, de esos que uno no debería tener ni para jugar a las cartas, me convenció de que fuera a una reunión de "Alcohólicos anónimos". "¡Pero eso es sólo para gente borracha y yo sólo soy adicto a las telenovelas!". Como era un antiguo alcohólico me dije que sin duda tenía una experiencia que yo desconocía.

Acudí a la reunión del jueves y cuando llegó mi turno, en lugar del consabido "Soy alcohólico" solté inocentemente "Soy adicto a las telenovelas".

Dos horas y cuatro policías llamados por un alma caritativa al ver que aquella gentuza se me echaba encima, fue todo eso lo que se necesitó para librarme de las furias borrachas que me rodeaban con trancas y sillas en su posición ataque porque pretendían que era un agente infiltrado del FBI y que me habían mandado para reventar la reunión.

Como estábamos en Andalucía (fin del sur de Europa), y pese a la presencia de las bases navales norteamericanas en España, me pareció sorprendente que el FBI tuviese que ver algo con el lío en el que me había metido.

Cuando me he repuesto del ataque de esos bribones bebedores, he comprendido que tenía que seguir mi vocación. Me declaro telenovelero  y me niego a que ningún servicio oficial o cualquier ONG, ni siquiera la ONU, acuda en mi rescate.

Lo mío es una vocación profunda, la misma que llevó al joven d’Artagnan a presentarse en París para ponerse a las órdenes y a los pies de la Reina de Francia, aunque para ello tuviese que prestar juramento al marido, el Rey, que era un tipejo despreciable y empachoso.

El problema es que luego se le cruzó en su camino Milady, todavía más guapa que la Reina, y D’Artagnan sucumbió a sus cantos de sirena en medio de un huracán de sábanas blancas y de suspiros, llantos y desmayos.

Entonces no existían las telenovelas, lástima, claro. Porque al joven le hubiese bastado con afiliarse a nuestra federación de adoradores de Telenovelas para olvidarse de su espada, que pesaba un montón y del peligro que ahora presentaba para él Milady, ya que había descubierto la flor de lis que llevaba en un hombro y que no era un inocente tatuaje sino algo más infamante.

Convencí al joven D’Artagnan en cuanto me lo presentó un bodeguero de la Rue du Marechal Petain.

Le dije, escucha a tu mayor, hijo de mala madre, déjate de espada, de chamarreta engalanada con las armas de rey y con ese sombrero con el que puedes sacarle un ojo a cualquiera.

Vamos a ser adelantados a nuestra época. Creemos la primera federación de Telenovela Oral, es decir que D’Artagnan y yo las escribíamos y un amigo ciego y más listo que el hambre en tiempo de guerra las recitaba por los mercados.

Cuando los lugareños escucharon por primera vez las aventuras de Doña Bárbara, quedaron subyugados. París entero se convirtió en un plató de telenovela.

Pronto, antes de que muriese Luis XIV le concedieron a D’Artagnan, para algo era hijo de quien era, una concesión por cien años para explotar un primer canal de televisión oral donde se contarían exclusivamente telenovelas.

Tuvimos que crear Hollywood y diferentes estudios más para que nos procuraran material.

Al cabo de dos años éramos magnates de la Telenovela, así nos llamaban en las gacetas, y pronto nos dedicamos al negocio de las armas, que era mucho más rentable.

Empezamos vendiendo Mirage III, los mejores aviones del momento, a los enemigos de Luis XIV y cuando le sucedió Luis XV, el papá había perecido por acercarse demasiado a un misil disparado por una de nuestras propias naves, empezamos a venderle el Rafale.

Luego nos vinieron a ver unos señores extraños, totalmente vestidos de blanco y dijeron querer hacer negocios con nosotros.

Desde entonces estamos en los jardines de San Antonio, en un lugar paradisíaco de Málaga, provincia sureña de España, fin de Europa. La gente llama a esta finca manicomio. Bonito nombre.

(*): Sergio Berrocal es cronista y autor de "Mujeres en Technicolor", su último libro.

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