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Crítica: "Lo que no se perdona"... y lo que se queda corto

por © NOTICINE.com
"Lo que no se perdona"
Por Edurne Sarriegui    

"Lo que no se perdona" es la ópera prima del argentino Cristian Barrozo y significa su debut como director y realizador tras un extenso desempeño en distintos rubros cinematográficos. Para su primer largometraje elige un tema dramático como es el de la delincuencia juvenil y su mayor mérito es el de mostrar de una manera convincente cómo un muchacho de clase media puede llegar a relacionarse con el mundo del delito con gran naturalidad.

Filmada en Salta –provincia norteña de la que es oriundo el realizador- cuenta la historia de Leandro (Álvaro Massafra), un chico de catorce años que falta con frecuencia al colegio, no atiende las recriminaciones de su madre y se relaciona con otros muchachos que tiene hábitos similares. Todos ellos, que pasan largas horas en la calle, frecuentan el garito de Gustavo (Roly Serrano). Allí se practica la prostitución, se juega y se planean robos que después cometerán los chicos.

"Lo que no se perdona" está  interpretada por un elenco de actores no profesionales, a excepción de Roly Serrano que tiene a su cargo al detestable villano. El resto de los adultos que deberían aparecer en la historia se encuentra prácticamente ausente. Salvo una esporádica aparición de la madre del protagonista no hay otra figura adulta que la interpretada por Serrano, poniendo en evidencia que los lugares que se dejan vacíos tienden a ocuparse y no siempre por las personas más adecuadas.

Barrozo tiene la virtud de poner en la pantalla un tema candente en el momento en el que está fuertemente instalada en la opinión pública la conveniencia de bajar la edad de imputabilidad. La relación del adolescente de clase media con el delito se muestra como algo factible y que puede darse con relativa facilidad. No resulta una historia descabellada y lleva a pensar al espectador que cualquier chico puede llegar a verse involucrado en situaciones impensadas por sus padres. Sin embargo su demérito viene dado por un guión que carece de la necesaria fuerza dramática para despertar el interés. El deambular de Leandro por la ciudad durante el día y buena parte de la noche no resulta suficiente aunque al final el drama alcance su máxima expresión. Sirve como denuncia de un asunto preocupante que debería provocar reacciones más definidas tanto en autoridades como instituciones. Pero poco más.

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