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Crítica: "Rojo", lo inquietante de lo que no cambia

por © NOTICINE.com
"Rojo"
Por Edurne Sarriegui   

El argentino Benjamín Naishtat estrena en su país "Rojo", su tercer opus, que ya le dio la alegría de tres premios en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, entre ellos el de mejor director. Este drama que se desarrolla durante los últimos meses del gobierno peronista previos al golpe militar de 1976, describe el ambiente enrarecido en una pequeña ciudad de provincia en el interior de Argentina y pone en evidencia la corrupción de una sociedad cómplice y violenta.

Naishtat abre el juego con dos escenas en apariencia inconexas, sin palabras la una y con un exceso de verborragia la otra. El devenir del guion irá colocando en su lugar las piezas del rompecabezas con el que el autor quiere retratar una circunstancia de la que se habla poco: la actitud de una sociedad ventajista y corrupta, cómplice ante la violencia sabiéndose impune.

El saqueo de una casa deshabitada por parte de los vecinos de la ciudad -sin distinción de clase social- y la discusión sin fundamento, la humillación del oponente, la violencia exacerbada y la decisión un tanto absurda del protagonista ante el intento de suicidio de su oponente, están ahí, perturbadoramente situadas, para evidenciar la inmoralidad del protagonista y sus conciudadanos.

Claudio (Darío Grandinetti) es un respetado abogado en una pequeña ciudad. Su tranquila vida burguesa, que comparte con su mujer  (Andrea Frigerio) y su hija (Laura Grandinetti) no aparenta grandes sobresaltos. Sus relaciones sociales, además de aburridas parecen atadas a convenciones. Sin embargo, las visitas entre amigos, el inocente noviazgo adolescente de la hija y la rutinaria tarea del abogado esconden tramas mucho más turbulentas de lo que a simple vista parece.

La aparición en escena de un mediático detective (Alfredo Castro) y el accionar de los jóvenes del pueblo, no hacen sino redoblar la apuesta de este desenfreno amoral.

Benjamín Naishtat elige el camino de las metáforas para retratar esta sociedad cruel, indiferente a todo lo que no sea el propio beneficio y partícipe de la violencia que, como ya es sabido, no hace sino engendrar más violencia. El realizador utiliza cada plano, cada objeto, cada sonido, cada color, cada gesto de sus personajes para imponer la idea de la violencia latente y no tanto; de la impunidad que otorga el poder; del declive al que conduce la complicidad ante la injusticia. La premiada fotografía de Pedro Sotero ("Aquarius"), teñida de rojo, acentúa el clima de violencia soterrada del film.

La historia deriva del trhiller al policial, se pasea por el drama y por el absurdo y no le faltan algunas pinceladas cómicas. Aunque en algunos momentos la narración parece perder brío, nunca decaen su intención ni su capacidad de sorprender.

"Rojo" se presenta como una de las propuestas más fuertes del cine nacional para este año y lleva adelanto el relato con el suficiente ingenio como para mantener interesado al espectador. Perturbadora de principio a fin, tal vez su cualidad más inquietante sea que permite reconocer ciertas actitudes ya impuestas a nuestro alrededor.   

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