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Crítica / Cinélatino: "El alma quiere volar", retrato de un machismo familiar

por © NOTICINE.com
"El alma quiere volar"
"El alma quiere volar"
Por Lucía Martín Muñoz     

El Festival CinéLatino de Toulouse presentaba la opera prima de Diana Montenegro, "El alma quiere volar". Coproducida entre Colombia y Brasil, narra con sutileza el machismo que sufre una familia a través de los ojos de una niña.

El film ubica al espectador dentro de una casa en la que viven tres generaciones de mujeres. La más pequeña de todas, una niña de 10 años llamada Camila, reza de manera constante para que su madre se separe de su padre, y que así, este deje de maltratarla. En el contexto de una situación tan difícilmente digerible, se encuentra la habladuría de que las mujeres de la familia están malditas en el amor. Por este motivo, todas se encomiendan a Dios y realizan todo tipo de ritos para acabar con este mal que las persigue.

Montenegro refleja la cultura de la toxicidad masculina y cómo esta es aún tan poco visible,  hasta el punto de que cinco mujeres adultas de verdad crean en una maldición y sean incapaces de ver que todos sus males provienen de un sistema patriarcal y opresor, que por desgracia, persiste.

El tema es la herencia, aquello que pasa de generación a generación, y que el espectador va viendo cómo, poco a poco cala en la visión y la percepción que tiene la niña sobre lo que sucede. Esta recibe un aprendizaje no solo a través de palabras, sino del ejemplo, que sigue a rajatabla como el resto de las integrantes de la familia.

El film presenta la figura de la mujer sin ningún tipo de tapujos, por ello muestra una serie de tabús como el desnudo, la masturbación femenina y cuerpos de mujeres no normativos; algo que choca con una sociedad acostumbrada a ensombrecer la figura de la mujer y su sexualidad a través de la censura.

La cinta está llena de detalles, entre ellos destacan la cantidad de espejos que aparecen, donde las mujeres de la casa ven un reflejo suyo muy distante de la realidad; un rostro distorsionado por la percepción que ellas mismas tienen sobre sus roles y sus capacidades. El aprendizaje machista que han tenido les lleva a verse más débiles de lo que son, siempre a las órdenes de un hombre, y cuya funcionalidad parece solo residir en el ámbito doméstico.

También es relevante mencionar el leve pero constante movimiento de los planos. Estos aumentan la tensión de un espectador que recibe la información justa para entender las escenas, y que imagina aquello que sucede fuera de campo. Cualquier fotograma es un verdadero cuadro, en el que destaca la labor espléndida de un departamento de arte muy coherente con la historia que se cuenta, y extremadamente cuidadoso con todo el atrezzo y el vestuario.

Aunque se vea a las mujeres constantemente en primer plano y las escenas en las que aparecen los hombres se reduzcan a cinco minutos del total de la filmación, siempre que están juntas se oye una voz masculina de fondo, ya sea un comentarista deportivo narrando un partido de fútbol, un cura dando la misa o un locutor de radio poniendo los últimos éxitos. De esta forma se recrea ese eco, que pervive en todas sobre la figura de autoridad del hombre. Ideas de una cultura patriarcal que forma parte de ellas, y de las que no son conscientes.

El final del film, sencillo pero brillante, acaba con la promesa de separación de la madre de Camila de su padre. Para la niña es una respuesta a todas sus súplicas, pero el espectador sabe que viene dado de esa fortaleza que tiene esta mujer de dar un paso adelante, tomando las riendas de su vida.

Una obra muy sutil, que busca criticar y abrir los ojos sobre una violencia machista, que, por desgracia, sigue acaparando escabrosos titulares en los noticieros de todo el globo.

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