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Crítica: "Auxilio", cine de terror con mujeres disidentes

por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
"Auxilio"
"Auxilio"
Por Emiliano Basile       

Algo de "Suspiria" (la versión de 1977 o la de 2018) deambula en la trama de "Auxilio" (2023), la película dirigida por la argentina Tamae Garateguy ("Mujer lobo", "Hasta que me desates"), que se estrenó el jueves pasado. Quizás sea la realizadora más idónea para dirigir esta historia ambientada en un convento en 1931, luego del primer golpe militar en Argentina.

Emilia (Cumelén Sanz) es enviada por su padre militar a un convento por no querer casarse, destino obligado para las mujeres de su tiempo. En el lugar se encuentra con otras "chicas rebeldes" (Marcela Benjumea, Camila Toker, Martina Garello, Anahí Martella, Gabi Valenti, Eva Dans, Verónica Intile) y traza vínculo con Rebeca (Paula Carruega) con quien planea escapar. La institución se presenta como un reformatorio o internado comandado por el padre Eduardo (Gerardo Romano), único hombre del establecimiento.



La síntesis de ideas propuesta por el film escrito por Miguel Forza de Pauls viene a contraponer la represión (de la Iglesia, del poder militar) con el deseo (de las mujeres). En esa disputa un tanto superficial, la película fantasea con el deseo femenino, en términos de género, sexualidad o libertad individual.

"Auxilio" logra cierta espectacularidad en la recreación de imágenes pregnantes, una búsqueda visual vigente en otras producciones de Sotelo, de la Vega o de la propia Garateguy. Hay una clara intención estética en crear -o resignificar- postales terroríficas impactantes, un recurso propio del cine de género contemporáneo llevado al extremo por esta propuesta.

Hay que decir también que el film no se anda con sutilezas. Todo está puesto en un grado extremo en la pantalla, sean las torturas físicas o las orgías (los actores tienen un grado de exposición admirable) para graficar situaciones asociadas al goce o a la perversidad. En estos excesos Tamae Garateguy hace una película imposible en tanto representación, que puede leerse como sacrílega o valiente, según quien la mire, donde el discurso feminista es sólo el disparador de una propuesta lúdica y estética. El plano final afirma esta idea.

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