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Colaboración: Piratas berberiscos en Cannes

por © NOTICINE.com
Pedro Almodóvar, presidente del jurado de Cannes 2017
Por Sergio Berrocal     

Con el alfanje bien afilado entre los dientes de perlas tailandesas, una horda de piratas berberiscos burlaron la vigilancia antiterrorista y consiguieron instalarse en el Festival de Cine de Cannes, sembrando la desolación y el horror. El realizador español Pedro Almodóvar, hecho inusitado en la que ha sido la mejor exposición de cine del mundo, tuvo que ponerse las gafas de sol para que no le deslumbrasen las hojas afiladas de las cimitarras de los ejecutivos de la firma Netflix, que llegaron dispuestos a llevarse la Palma de Oro, aunque aceptarían premios menores, para sus productos, que no se proyectan nunca en las salas de cine sino que son servidos a precio rentable para ellos por Internet y en DVD.

Almodóvar no hizo caso a un par de corifeos norteamericanos de su jurado que protestaban sotto voce y dijo que no se puede premiar en un Festival de CINE películas que no se proyectan en los CINES.

Pero no importaba, los mercachifles llegados de Asia proyectaron con todos los horrores del paraíso su obra maestra, “Okja”, protagonizada por un monstruoso cerdo que, naturalmente, a algunos “comentaristas” pareció delicioso, apasionante. Yo les aseguro, escudándome en cuarenta años de cine, que basta ver el tráiler para quedar horrorizado, espeluznado, escandalizado, con depresión postproyección para toda la vida.

Cannes ya había protagonizado algunos episodios dementes en los que el cine de Hollywood lo utilizaba para hacerse publicidad de los peores horrores de su catálogo. Lo que está ocurriendo ahora con el cerdo que da ganas de abrazar a los vegetarianos es inédito y merecería por lo menos que los dos tipejos que dirigen el cotarro de Cannes fueran cesados y borrados de la profesión para siempre, sin remisión.

Pero siempre tendrán a algunos imbéciles con pase de prensa, aunque sea de última fila, para gritar al milagro de Lourdes, echar por las nubes al cerdo venido de Asía y convertirlo en una exquisitez cinematográfica. El palmarés lo dirá. Y esperemos que no tenga demasiado arroz tres delicias.

Pero ya no caben dudas. Los mercachifles saben que lo importante no es la calidad de una película sino sus resultados en taquilla.

Se impone el mal gusto como regla de vida aunque todavía no se atrevan a prohibir de ejercicio de la profesión a Woody Allen y a meterlo en algún Castillo de If como al héroe de Alejandro Dumas. Pero todo se andará, hermanos de la caridad del cerdo cebado.

Depredadores del cine que bombardean a los analfabetos de la imagen, a los pistoleros de las carteleras.

Habrá que establecer refugios contra la mediocridad en las pocas salas que los mercenarios del parné dejen abiertas.

Habrá que volver a fundar cineclubs de resistencia contra la opresión de todos los cerdos asiáticos cinematográficos y una organización internacional contra el fraude de lo que fue el celuloide.

Prohibir el mal gusto querido y palmeado por millones de idiotas útiles y medianamente pagados.

Repartir monedas de plata coreana a los Judas del que fuera el Séptimo Arte y que ahora están convirtiendo en un muladar.

Prohibir la venta de porquerías envasadas como productos cinematográficos. Prohibir la mierda enlatada. Terminar con la noción de que lo importante es ganar dinero, caiga quien caiga.

Reabrir la isla de Alcatraz para meter a todos los delincuentes que pretenden acelerar el fallecimiento del cine.

Crear una brigada internacional antifraude cinematográfico.

Encarcelar a los atracadores del buen gusto, asesinos a sueldo de la cultura.

Combatir el terrorismo que pretende acabar con el buen gusto y el placer.

Detener al imperio del mal que mil años después nos invade con modernos y enlutados Fu Manchús de pacotilla.

Prohibir las cimitarras en las salas de cine o de lo que quede.

Alto a los mercachifles asiáticos que se vanaglorian de sus faltas de ortografía y quieren derruir el templo del cine.

En Mayo del 68 se prohibió prohibir. En Mayo del 2017 hay que prohibir todo lo que sea considerado atentado al buen gusto, al buen vivir, y al placer del cine, último bastión de la esperanza. Es la única forma de poder restablecer la prohibición de prohibir.

Alto a la impostura del populismo de la imagen. O pronto tendremos en los Oscar las series rodadas por Donald Trump cuando todavía no había llegado a la Casa Blanca.

Alto a los nuevos nazis que quieren organizar noches de San Juan con todos los clásicos del cine.

Alto a los asesinos de los Lumières, de los Méliès, de los Cecil B. de Mille, de los Godard, de los Buñuel y de todos los Truffaut.

Lobotomía para todos los malditos que quieren prostituir el cine sin siquiera gastar dos centavos de talento.

Silla eléctrica para todos los cerdos que no tengan como única utilidad sus jamones, sus chorizos y sus orejas.

Multas millonarias para los mercachifles que empleen a este noble animal fuera de las regiones del jamón pata negra de rigor.

Que los Hitler que quieren asesinar el talento sean juzgados por un tribunal de cineastas que se reúna en la azotea del Palacio de Festivales de Cannes. Desde allí, con maravillosas vistas al mar, los culpables serán arrojados a los tiburones que Steven Spielberg habrá creado especialmente para esta fiesta en la que también podrán servirse productos de cerdo hispano únicamente.

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