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Colaboración: Havana Blues, por favor

por © NOTICINE.com
"Havana Blues"
Por Toni Berrocal   
 
Podría haber sido un guion de Benito Zambrano, y de alguna manera lo fue puesto que hace algo más de diez años este sevillano de cincuenta y tres, ex estudiante de la escuela internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba), ideó la historia de dos jóvenes, Ruy y Tito, cuya música es una mezcla de la tradicional cubana, de Rock and Roll y Blues que tras la posibilidad de dar el salto al mercado internacional, gracias a la promesa de una comercial española, se encuentra con que puede salir de la isla.

Sim embargo, el personaje encarnado por Alberto Yoel, Ruy considera el trasfondo de la propuesta como una traición a la música y sus principios morales ya que se niega a ser “marioneta” de una empresa extranjera.

En cambio, el personaje de Tito, encarnado por Roberto San Martin, entiende la fuerza comercial que hay detrás de dicha propuesta. Se trata de un juego de poder entre el arte y el capitalismo.

Una historia que, según Zambrano, tiene matices algo parecidos a la vida del cantante del grupo Orishas, Yotuel Romero, quien se sintió identificado con el guion.

Aunque finalmente el líder de Orishas no retuvo el papel por su “supuesta fama” en España, el triste relato forma parte del subdesarrollo isleño.

Un tema y argumento que ha inspirado inclusive largometrajes como “Regreso a Ítaca” donde cinco amigos se reúnen en una azotea de La Habana para celebrar el regreso de Armando, un cubano exiliado durante más de una década y que se enfrenta a la realidad del destierro y a los sueños de aquellos que quedaron atrás.

Un cuento crudo con toques de realidad cuyo punto álgido comienza cuando el personaje de Néstor Jiménez Armando desvela alrededor de un plato de frijoles y de ropa vieja la razón de su partida a la vieja Europa, causada por una empleada del Ministerio de Cultura que se enterado de que ha recibido de una empresa extranjera quinientos dólares a modo de pago por su trabajo de artes escénicas.

A pocos días de transitar rumbo a España, la empleada del Ministerio de Cultura intentó presionar a aquel antiguo exiliado para obtener información de un amigo de su infancia homosexual marcado como contrarrevolucionario.

Negándose a hacer de chivato, Armando parte a nuevas tierras para proteger a su amigo. Sin embargo, años más tarde en el metro se encuentra con aquella diabólica empleada que finge no reconocerle. Y entonces se entera de que la maligna había dejado la isla en busca de una mejor situación en el mismo mundo capitalista que ella decía haber combatido.

Utopía o no, Cuba es mucho más que eso, fuera todos estos problemas y conflictos de matriz “política” el “savoir faire” e invento cubano se degusta en la cocina del hogar del mar Caribe.

La primera vez que llegué a La Habana las luces y el tapiz rojo de la fama bañaban aquellos pasillos del Hotel Nacional.

Era frecuente cruzarse con un Benicio del Toro vestido con un chándal negro y rojo atendiendo a la prensa o un Jorge Perugorría intercambiando sonrisas y con medio cigarrillo en la mano.

Dicen por ahí que nunca se debe conocer a quien admiras porque te llevas un chasco y es cierto. Conocí a Perugorría por la intermediación de una periodista. Y no tardó en caérseme el mito al suelo. Aprovechando que las luces del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano creado por el desaparecido Alfredo Guevara encendieron sus focos, intenté que Perugorría se interesase por un guion que se estaba tejiendo titulado “Ojos verdes” pero su respuesta fue un despectivo: “Envíamelo que yo tengo directores aquí que pueden ayudarte para ello”. Segundos después, sin cruzar palabra ni querer saber de qué iba la sinopsis, se dio media vuelta y atendió en los jardines del nacional a un medio televisivo. Que era de verdad lo que le importaba.

Con un amigo decidimos comer en la calle Obispo de la Habana Vieja, lugar que pocos extranjeros conocen y donde lo normal es compartir mesa con los verdaderos cubanos de a pie fuera del glamour de cualquier hotel turístico.

Apenas cinco minutos después una camarera con minifalda se me acerca, se llamaba Dianelis.

“Dime, papi, qué te sirvo”, me dijo con picardía.

Le digo que quiero un pollo frito, ensalada y papas para mi amigo y un sándwich cubano. Pasaron apenas diez minutos que Dianelis regresa con el pedido.

“Aquí tienes papi, tu pollo y el sándwich ", me dice sensualmente. Es una pierna, porque la pechuga es difícil de conseguir en los lugares para cubanos”.

Callejeando por las calles de La Habana mi amigo, que era Babalao y experto culinario en gastronomía cubana me dice:

- ¿Sabes por qué el sándwich cubano tiene sabor? Porque es un invento nuestro. Es el predecesor de aquello que los europeos llaman el “sándwich mixto” se hace con jamón, cerdo asado, queso suizo, pepinillos, mostaza y embutidos. Es lo que la clase obrera cocina en su casa porque es barato, fácil y rápido de hacer. Pero con el tiempo los yumas se lo cogieron y llevaron del otro lado y eso paso con varias recetas populares con lo cual de cierta forma la esencia se perdió.

Seis años más tarde a diez minutos de la estación de Atocha de Madrid, he podido recordar aquellos verdaderos sabores gastronómicos de aquella Habana.

Asentados en el paseo de Santa Maria de la Cabeza una pequeña cantina llamada "Havana Blues", bañada por los colores azules y blancos de Yemayá, “la reina del mundo”, me encontré con la hospitalidad de Rafael Hernando, un cubano encargado del establecimiento, con mucha mano para los verdaderos sabores de la isla, que me hizo recordar aquella tarde pasada en Obispo con aquella muchachita sirviendo.

Recuerdos habaneros.

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