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Colaboración: Cosas mías y de Cuba

por © NOTICINE.com
Amanecer en el Malecón habanero
Por Sergio Berrocal    

Veinte años después, hubiera dicho Alejandro Dumas, el único que tuvo aquellos maravillosos cuatro hijos a los que llamó simplemente mosqueteros; uno para todos, todos para uno. Veinte años después para rememorar, para arrepentirse, como cuando has decidido afeitarte pese a que sabes que odias el toque de la navaja en la mejiilla.

Nunca fueron veinte años, que quizá anduviéramos ya por casi los cuarenta. El tiempo de mi primer viaje a Cuba, claro que sí, compañero, voy a contar porque lo necesito, porque me ahogan las imbecilidades que ahora leo y que otros escriben por mí.

Un día Alguien dijo: Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada. Ese alguien fue Fidel Castro, aquel señor que escribió su propia página de historia con un uniforme verde olivo, ese verde olivo que nos dio vida a todos los jóvenes europeos que desde Europa sentíamos que otra vida, que otro mundo estaba naciendo en una isla del Caribe, el mar de todas las aventuras, de todos los tesoros.

Caribe que lleva cincuenta, sesenta años señalando hacia la isla bonita como la lámpara de Aladino, el del desierto, el de la princesa desnuda bajo unos velos de seda garantizada por el sultán de todos los cuentos de las Mil y unas Noches, por la fantasía de toda una juventud que hoy se ha metido en el pozo del capitalismo maldito que padecemos en Europa y que poco a poco lo destruye todo. Porque los banqueros son como los Hermanos Marx, salvo que en lugar de gritar "¡Más madera, más madera!" vociferan "¡Más dinero, más dinero!". Y arruinan, y arruinan con empecinamiento, como aquella ratita del cuento que barría su casita minuciosamente, sin pararse un solo segundo.

No me arrepiento de nada. Ni de haber sido castigado en Europa. con la no publicación de un libro, porque decían que era "castrista", luego se diría "fidelista", ni por haber sido vilipendiado por una organización on line de las que, según me contaron, quizá para consolarme, el Departamento de Estado de los Santos Estados Unidos utilizaba para combatir a todos aquellos que consideraban que Cuba tiene derecho a vivir, por muy socialista, por muy comunista que sea.

Si me arrepiento de haber confiado en algunos o algunas, que de todo hay en la viña del Señor, que se dijeron amigos cuando en realidad yo no era para ellos más que un instrumento manejable y barato, regalado podría decirse.

O aquellos imbéciles que se creían castrista porque hacían esperar horas en dependencias gubernamentales muy sonrientes y trataban de humillarme.

Risa me da cuando en este año des desgracia de 2018, con La Habana llena por sus cuatro costados de periodistas extranjeros que esperan nada, porque ya se les murió Fidel, la única noticia que podía dar la isla, mientras los guardianes de un orden viejo como Lenin quieren que todo siga igual. Ah, ya, que estos periodistas extranjeros dicen que esperan la transición del régimen. Pero no la de un uniformado a un señor de guayabera, sino de un régimen fuerte a una "democracia"…

Me importa un carajo que una tarde, o quizá fuese una noche, me retuviesen en el aeropuerto de La Habana con el pretexto de que no tenía una hojita de papel que se había extraviado. Y mientras el avión empezaba a calentar motores, yo esperaba impaciente, indignado, en las afueras de un cubículo oficial, una especie de horno a toda marcha, junto a tres deliciosas muchachas cubanas que iban a hacer sus Américas a la isla española de Mallorca. Y por las miradas que me echaban deduje que me creían el elemento masculino de esa expedición. Y no cesaban de cuchichear y yo, imbécil de mí, tratando de razonas a 1m90 de músculos con placa de AUTORIDAD en la frente que no quería oír que yo estuviese en Cuba con las bendiciones de las autoridades. Oiga, que yo no era un bujarrón, ni siquiera un mal extranjero, ni apenas un periodista roñoso que quisiera criticar al régimen.

Mis deliciosas muchachas recibieron orden de embarcar mucho antes que yo. En el avión, con la humillación clavada en el pecho, todo el mundo parecía estar al corriente de mi "retención", ni siquiera urinaria, sino por vía administrativa y procuraban mantenerse al margen. Que Dios o Xangó se apiaden del alma de aquel Metro Noventa repleto de imbecilidad, pero se obedecían órdenes, como toda la vida. Quizá con el tiempo yo había dejado de hacer gracia con mis a veces estrafalarias tonterías.

A Cuba hay que amarla como es, sin condiciones, sin restricciones y sin esperanza de recibir algo a cambio. María, la cubana que Luis ama, le dice en un momento que nunca podrán estar juntos porque pertenecen a mundos muy distintos.

En más de cuarenta años del silencio de los corderos decretado por el Amo del Mundo, los Estados Unidos de América, el pueblo cubano ha aprendido a sobrevivir en una especie de resignación que implica no solamente pasar algo más que estrecheces, pero la renuncia a esos bienes corrientes para un europeo y que ellos no pueden comprar más que con dólares, el que los tiene, claro, les ha conducido a esa otra desesperación que se apellida frustración.

Estoy convencido de que ni siquiera un gran amigo mío que lleva en Cuba lo que lleva la Revolución, y que pasa por ser uno de los mayores "cubanólogos" del mundo, se atrevería a predecir el futuro. Sobre todo porque harto de esperar ahora reside entre margaritas.

Pero yo no era cubano y no aprendía como hubiese sido necesario. Y me portaba como un chiquillo caprichoso y maleducado. Como aquella otra vez en que me invitaron para formar parte del jurado del Premio Glauber Rocha durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y a mí, mala cabeza, casi un gusano supongo, se me ocurrió enfrentarme a Dios y a sus apóstoles para defender "Fresa y chocolate" que, en el fondo, tenía razón aquel periodista cubano de alto rango que no me hubiese dejado ni mear a su lado, "no era más que una cosa de maricones".

Me premiaron, me castigaron, así era el sistema que yo conocí. Ahora, desde que hay un nuevo Presidente, parece ser que todo marcha a las mil maravillas. Y sobre todo desde que Barack Obama dio su bendición a los cubanos en la más antipática y asquerosa visita jamás hecha a Cuba por alguien que cuenta algo.

Cosas cabreantes a veces, mi amor, pero siempre chistosas. Y Fidel ya no está para dedicarles una de sus reflexiones, calentitas y ácidas.

Otra toma. Otro plano. El corresponsal de la AFP, un tipo excelente que nos había hecho descubrir los quesos "normandos" que Fidel había conseguido fabricar en Cuba, es expulsado del país por un artículo titulado "Una cubana vale dos mil dólares" del que, si mis recuerdos no patinan, él ni siquiera era el autor. Pero había que dar ejemplo. Y se lo llevaron al aeropuerto, dejando desolada a su mujer, que ni era cubana ni había comprado nada.

De este modo, con esos métodos, Cuba ha perdido muchos amigos en la grey periodística extranjera.

Un día escribo algo que me acaba de ocurrir y que me ha llenado de cabreo monumental, aunque cuando lo cuento en La Habana nadie parece darle importancia:

"Aunque llevo años estudiando a fondo la manipulación de la información, nunca había podido imaginar que los manipuladores del gobierno de Estados Unidos me pudiesen incluir en lo que yo llamaría una lista de "terroristas intelectuales o culturales" simplemente por haber escrito un artículo sobre los encantos de La Habana.

Mi error cuando dije que la capital cubana sigue haciendo soñar a los europeos fue olvidarme de que es la capital de Cuba y Cuba el país que quita el sueño a George Bush, sobre todo desde que aparentemente se le escapan las posibilidades de distraerse empleando sus fortalezas volantes (había escrito superaviones…) para aplastar Irak lo mismo que hizo con Afganistán.

Un tal XXX (he borrado el nombre porque Jesús dijo que había que poner la otra mejilla) vio aquel artículo y no tardó en señalarlo a una organización llamada CubaNet News, Inc. que confiesa depender financieramente del National Endowment for Democracy (NED), el cual tiene su sede en Washington, imagino que a dos pasos de la sede de la CIA en Langley.

El NED se definía a sí misma con "una organización privada sin fines de lucro creada en 1983 con el fin de fortalecer las instituciones democráticas alrededor del mundo, a través de esfuerzos no gubernamentales". Pero explica con una candidez digna de mejor causa que recibe anualmente fondos del Congreso norteamericano. Un detalle sin la menor importancia, por supuesto, porque de algo hay que vivir.

El artículo que me incrimina lo acabo de encontrar en francés en Internet y está datado de enero pasado (de aquel año, claro, que hablamos en pasado). Es decir que previamente fue probablemente divulgado en español y en inglés.

Pasando por alto que lo mío era una evocación romántica de una de las capitales que pese a los esfuerzos del gobierno de Estados Unidos sigue siendo propia para despertar la imaginación como Casablanca o París, el autor del panfleto dice que "la visión del crítico cultural español (un servidor) es, sin duda la que se observa desde los hoteles lujosos y otros centros turísticos reservados a los extranjeros, en los que los cubanos sólo pueden tener un lugar de servidores". En los grandes hoteles de Londres y París suelen alojarse extranjeros en su mayoría y quienes les sirven son ingleses o franceses.

Yo juro por mi fe que el gobierno cubano nunca me ha invitado a visitar esos "centros turísticos reservados".

Aunque me temo que ahora que soy una especie de "terrorista intelectual" por haberme extasiado delante de las bellezas del Vedado, de los atardeceres del Malecón o de las tardes habaneras todo es posible.  Desde aquí quisiera facilitar la labor de (borrado el nombre, dejémoslo en acusador) y sus secuaces. No sé si se atreverán a enviar fuerzas especiales para secuestrarme. Por favor, no revelen que vivo en un pueblecito llamado Fuengirola, a 15 km (en realidad son 35, me equivoqué entonces y no era por despistar a mis seguidores) de Málaga. Spain, y que mi dirección es José Cubero Yiyo en este puerto perdido en el fondo de Andalucía. ¡Ah!, olvidaba precisar que mi dirección exacta es Edificio Diana 1, Esc. 2, séptimo piso, letra A. Doy estas precisiones porque me molestaría mucho que un error de este tipo hiciera que los comandos antiterroristas –más feroces que los de Hitler—se lleven a mi vecina que es guapísima y no tiene nada que ver con mis amores por La Habana. Que ni siquiera conoce.

"Sé que estas cosas deberían sonar a broma, porque si mi artículo hubiese sido un panegírico del Señor Fidel Castro habría entendido que me puteasen debidamente. Pero en los tiempos que vivimos meterse con la Potencia del Mal, aunque sea como yo lo he hecho, evocando la belleza de una capital que los norteamericanos de los años cuarenta disfrutaron como locos, no es una bobería. Por si acaso pienso depositar una copia de este artículo ante mi notario.

"Pero reconozco que además de imaginativo soy severo. También hay que entender a los esbirros de Bush, desgraciadamente muchos de nuestra propia sangre latina, que tiemblan por sus empleos.

Y digo yo, en mi locura mediática, ahora que aparentemente se hace más difícil arrasar otro país, al menos en las dos próximas semanas, ¿no podría ocurrírsele a algunas de las lumbreras de esa NED que me ha tratado de terrorista intelectual sin escribirlo que es más fácil desembarcar en la playa de Fuengirola, raptarme y meterme en Guantánamo con todos los "terroristas" sobre los que las organizaciones internacionales de derechos humanos predican en el desierto? Por si acaso, mi descafeinado de la mañana ya no lo tomo en el mismo chiringuito de la playa."

Pero todo eso eran cosas de un lejano pasado. Ya nada es como era. Todo ha cambiado. Alicia ha llegado al paraíso.

Vuelvo a la realidad. Estamos a 24 de Junio de 2018, hace calor y son las 8.31 de la mañana, hora local.

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