Colaboración: Volver a terminar

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Por Sergio Berrocal   

Los amaneceres, los nuevos amaneceres que nos prometían siempre psiquiatras, estadistas, economistas y políticos, se asemejan cada vez más a la triste letra de una de las canciones más interpretadas en el mundo, “Beguin The Beguine”, del norteamericano Cole Porter.

Todas las mañanas, en cuanto el sol ha dado el silbato de salida, volvemos a empezar lo mismo, con la inconmensurable y estúpida esperanza de que las cosas cambiarán. Pero, ¿cómo va a cambiar algo que vuelve a empezar?

El éxito planetario del músico norteamericano es alentador en una pista de baile donde lo más que vas a buscar y lo mucho que puedes encontrar es un beso, un abrazo que, como mucho puede prolongarse en la intimidad hasta que amanezca. ¿Y luego? ¿Volver a empezar? Pero, ¿volver a empezar qué? ¿Repetir los mismos errores? ¿Pegarte contra la pared porque creías que todo iba a cambiar, que eran días nuevos los que nacerían, que nada volvería a parecerse a nada?

En un mundo de trileros como el nuestro, de magos de la ilusión, de titiriteros de lo que no es, poco hay que esperar sino que un gran mago como el señor Jean-Claude Trichet, que fuera presidente del Banco Central Europeo cuando se produjo hace diez años el magnicidio económico que dejó al mundo tiritando, te diga tranquilamente (El País, 15 de septiembre 2018) que “estamos en una situación vulnerable y es esencial la vigilancia y hacer las correcciones adecuadas”.

Trichet fue considerado por muchos expertos como uno de los que no tuvo suficiente cuidado y visión  para evitar lo sucedido con la caída hace diez años del Banco Lehman Brothers, que trajo consigo el tsunami económico del que todavía no nos hemos repuesto.

Y sale el señor Trichet de uno de esos escondrijos que solo tienen los jefes de los magos, los artífices de te digo esto para que te creas lo que a mí me da la gana,  y nos dice bastante claramente que podemos prepararnos para otro maremoto en cualquier momento.

Con la magia del engaño, la gente de Lehman Brothers se llenó los bolsillos a costa de los ahorradores y gente que creyeron en la bolsa hace diez años. Diez años solamente los que nos separan del momento en que nuestros ahorros de toda una vida, de un rato o de doce años, se fueron al garete por la magia maldita y malhechora de financieros que desde Wall Street condujeron al mundo a la bancarrota.

Un nombre precioso el de Lehman Brothers que sonó como las campanas que un día de 1929 agitaron otros magos de la finanzas para conseguir que gente de bolsa abriera sus lujosas ventanas para arrojarse al vacío, después de haber arruinado al mundo entero y haberse arruinados ellos también. Porque la ambición lleva al suicidio.

En ese triángulo de las Bermudas de las altas finanzas caímos y volveremos a caer todos los pobrecitos clientes de bancos y otras entidades financieras que creímos que nos podíamos hacer un poco menos pobres confiando nuestros ahorros a grandes especialistas. Lo que nadie sabía es que eran “especialistas” del “Golpe”, aquella maravillosa película interpretada por Paul Newman y Robert Redford que tanto nos hizo reír con la perpetración de una magistral estafa.

Pero la película que nos proyectaron la gente de Lehman Brothers no tenía nada de graciosa y hubo pocas risas, más bien rechinar de dientes de gente que en el mundo entero sigue con los bolsillos vaciados por bancos amigos, porque un banco siempre es cordial hasta invitarte a café con leche en el bar de la esquina.

Curiosamente ninguna de las magnífica películas rodadas sobre esa estafa del siglo llevaron como título Lehman o ni siquiera Brothers, que siempre podía habernos recordados al grupo musical que alguna vez nos encantó, los Blue Brothers, maravillosos de invención y de alegría. Igualitos que los tipos de Wall Street, vamos.

Pero, pese a todo, pese a todas las mentiras, pese a todos los pesares, seguimos creyendo en la magia como siempre creemos en el amor, por muchos revolcones que nos den y por muchas veces que nos toquen “Beguin The Beguine”. Porque somos tan vanidosos que habíamos creído que la letra de la obra maestra de Cole Porter era un himno a la esperanza, cuando en realidad no es más que una constatación de que nunca se acaba de perder.

Vuelva usted a empezar. Precipítese a la pista de baile donde su pareja estará encantada de bailar ese gran triunfo de Broadway. Y mañana, cuando amanezca, porque a los pobres les enseñan que siempre hay que esperar un mañana, tararee la canción, sin entender que está usted fumándose el último cigarrillo de su vida. El que le daban a los condenados a muerte.

Estamos amaestrados, guiados, anestesiados y los trileros, esos magos que le invitan a decir dónde han escondido la bolita del premio, reinan en nuestra sociedad llena de suficientes imbéciles como para que en algún despacho forrado de maderas preciosas, un listillo de las finanzas, con impecables zapatos de importación, hecho a manos por niños paquistaníes, esté pensando ya en otro Lehman Brothers. Pero ustedes no se preocupen. Bailen, malditos, bailen hasta reventar como en aquella película de Jane Fonda, “Danzad, danzad malditos”. Y si quieren algo más acorde con sus gustos clásicos, vuelvan a ver “El baile de los malditos”. Marlon Brando les invitará a bailar la pieza final.

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