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Colaboración: La habitación de Sinatra en La Habana

por © NOTICINE.com
Sinatra y La Habana en los años 50
Por Sergio Berrocal   

Tengo un compañero de piso periodístico en La Habana, empecemos misteriosamente, que además de un periodista de pro, tiene un sentido de lo que los españoles llaman cachondeo que lo convierte en más enigmático que los sesenta años de la Revolución cubana. Manolo Somoza ha vivido la Revolución, la de la erre mayúscula, de cabo a rabo y se ha convertido en un valioso especialista de este extraño período del mundo, viviendo en su propia carne todos los momentos difíciles, y fueron tantos, de ese invento de un señor llamado Fidel Castro.

En medio de una crónica en la que relata a distancia, desde La Habana, los pasos del Presidente Miguel Díaz-Canel por Nueva York, cuenta que se le ha metido en la línea la canción mayor de Frank Sinatra, "My Way" (A mi manera), pero yo sigo con la mosca detrás de la oreja.

“…'My way'  y Sinatra seguían a mi lado, mientras allá el presidente comenzaba el sábado 29 de septiembre visitando la Zona Cero que recuerda el descomunal ataque a las Torres Gemelas,..”·. escribía en su crónica.

El cantante norteamericano figuró en tiempos del Presidente Batista, entre los visitantes distinguidos que de vez en cuando aparecían por La Habana, unos para negocios que mucho o casi todo tenían que ver con la Mafia, otros para darse un paseo por el juego más feroz (en cierta ocasión me dijeron que parte de los artilugios de aquellos casinos lo guardó el ICAIC para sus películas). Y la mayoría no se olvidaba de tratar de conquistar a una linda habanera aunque fuese de Matanzas. O de Holguín. La verdad es que no sé si ya entonces existían las jineteras, que al parecer han desaparecido con el nuevo período.

La primera vez que me alojé en el Hotel Capri, de lindo recuerdo, el recepcionista, me aseguró que me habían reservado la habitación en la que en tiempos durmió Sinatra. Luego se averiguaría que probablemente nunca pisó este hotel porque prefería el Nacional, más monumental.

Pero yo me tragué la trola y mi primera noche habanera fue una delicia. Estaba durmiendo en la misma cama que mi ídolo durmió y con un poco de suerte entre las mismas sábanas. Me lo creía tanto más que eran tiempos de muchas restricciones en Cuba y que podía uno imaginarse que las sábanas de la época de Batista las hubiesen lavado y relavado hasta mi llegada.

Cuando se enteraron de lo que el recepcionista me había metido en la cabeza --¡menuda propia le di al muy bellaco por ser tan considerado!—mis compañeros quisieron demostrarme que era imposible, que Frank Sinatra no había estado nunca allí. No les faltó más que apelar a  algún superviviente hotelero de aquellos tiempos para echarme abajo mis sueños.

Me importó un carajo, y seguí durmiendo muy a gusto en la habitación de Frank Sinatra, aunque dos días después el generoso recepcionista había desaparecido de su puesto. Indagué y me dijeron que se había tomado unas largas vacaciones. Nadie soltó una carcajada al hacer tan tremenda afirmación, porque entonces no estaban las cosas para irse a la playa.

He dudado muchos años de la veracidad de la habitación de Sinatra pero ahora, con más año en mi pellejo, y ya más reflexivo, estoy seguro de que era cierto. Lo malo es que he querido verificarlo con algunas excavaciones y pruebas del Carbono 14 pero cuando he querido darme cuenta ya habían rechapado el Capri.

Por esto y algunas cosas más creo firmemente que el colega Manolo estuviese con Sinatra al mismo tiempo que seguía los pasos de su Presidente por Nueva York. Porque a todo el mundo parece olvidársele que Sinatra tiene un himno a Nueva York, “New York, New York” que no se lo salta un gitano. Y que además hizo con Gene Kelly una propaganda desaforada de esa ciudad de todos nuestros sueños juveniles con “Un día en Nueva York”, donde estaba muy jovencito, era nada menos que en el año 1949, cuando nosotros apenas gateábamos.

Lo que ya no sé es si cuando Fidel Castro estuvo allí –en 1960, año triunfal de la Revolución—Frank Sinatra andaba por los andurriales del Hotel Teresa, el único que aceptó al Comandante en Harlem. (Me dicen que ese hotel ya desapareció y se acabaron las peregrinaciones). Seguro que sí porque al cantante le gustaba mucho Cuba, aunque políticamente nadie supo nunca si estaba más al lado de los demócratas que de la Mafia. Claro que a veces las dos cosas se entremezclaban.

Estoy seguro que de haber sabido que el Comandante trotaba por Harlem de uniforme, barba de sierra Maestra y puro entre los dientes, con esa sonrisa que conquistó hasta a un aburrido Richard Nixon, Sinatra habría salido de su escondrijo y se hubiese agarrado a un mástil para cantarle su divino “New York” porque, claro, el “My Way” que ha oído nuestro compañero no existía todavía.

Imagínense que la canción original, “Comme d’habitude”, la ideó un cantante francés llamado Claude François, feo y popularísimo de la muerte, en los años sesenta, para llorar los desplantes que le hacía una mujer. Porque al contrario de Paul Anka y luego Sinatra con “My Way”,  en “Comme d’habitude” él no hacía un repaso de su vida sino que lloraba sencillamente su amor perdido.

Paul Anka la escuchó y la adaptó para que el Rey, la Voz, la convirtiese en ese éxito mundial que transita de Nueva York a La Habana sin interferencias y sin que la CIA tenga nada que decir.

Así que New York, New York…

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