Decepciones pegadas a la realidad en Cannes con Doug Liman y Daniele Luchetti
- por © E.E. (Cannes)-NOTICINE.com

"Fair game", la única película norteamericana admitida en la competencia por la Palma de Oro, era uno de los títulos más esperados de esta edición del Festival de Cannes, sobre todo por la poderosa historia real que la inspiró. El nombre de Doug Liman, un director experimentado en el género de la acción comercial chocaba con el concepto de "autoria" tan caro por estos lares, y quizás él sea el responsable último del relativo fracaso, o decepción si lo prefieren, de la cinta que protagonizan Sean Penn y Naomi Watts. Mientras otra cinta pegada a la realidad, aunque con elementos de ficción, "Route Irish", de Ken Loach, ha convencido solo a medias, el desencantado regresaba de la mano del italiano Luchetti con "La nostra vita", un drama familiar igualmente embebido en el mundo real.
Liman fue el director de cintas pirotécnicas como "Jumper" y "El Sr. y la Sra Smith", en las que cualquier elemento sociopolítico brillaba por su inexistencia. Dominar la cámara y el ritmo han debido ser los motivos para que le encargaran lo que debía ser una cinta de denuncia, ya que la historia real en la que se basa -cuya protagonista, Valerie Plame, está aquí en Cannes pero se ha mantenido alejada de cámaras y micrófonos- fue uno de los hechos más escandalosos en la indignante presidencia de Bush hijo.
Agente de la CIA encargada de la investigación sobre armas de destrucción masiva (esas que presuntamente había en Irak y nadie encontró), Plame, interpretada dignamente por Naomi Watts, fue desenmascarada públicamente por la Casa Blanca (léase el ínclito vicepresidente Dick Cheney) a través de un soplo a la prensa, ya que aparte de que la espía no había seguido las instrucciones favorables a la invasión de Irak, su marido, un diplomático y ex embajador, había revelado informes justamente opuestos a la existencia de armas de destrucción masiva en manos del sátrapa Husein.
"Fair game" debía -insistimos- ser un film de denuncia y queda en una película de suspense con ansias comerciales, en la que el transfondo político se diluye merced al guión de Jez y John-Henry Butterworth y a la rutinaria realización de Liman. Poco importa el qué y el por qué, frente al cómo, o sea a la intriga de influencias y desacreditaciones de las que es víctima el matrimonio protagonista. Sabiamente, con la justificada excusa de su particular cruzada por Haití, Sean Penn no ha venido a Cannes, y así se ha evitado dar unas explicaciones que como militante de la causa progresista en su país se le hubieran exigido en relación con esta frustrada cinta.
Por su parte, el italiano Daniele Luchetti nos cuenta otra historia con moraleja, que tampoco enganchó al respetable. "La nostra vita" es la historia de un profesional relacionado con el truculento mundo de la construcción (brillante Elio Germano) cuya felicidad familiar se ve truncada por la sorpresiva pérdida de su esposa, durante un parto, y que en esa coyuntura sucumbe a las tentaciones de la corrupción político-económica. La de Luchetti es un fábula moralizante que intenta denunciar el cáncer del dinero fácil que se extiende por la vida diaria italiana y que salpica a todos los sectores, inspirados, por qué no admitirlo, por el ejemplo de ese presidente caricaturesto apellidado Berlusconi. Sin embargo, el realizador lo hace con torpeza y la evolución moral de su personaje no resulta creible.
Por su parte, Ken Loach, inscrito en el último momento en el apartado competitivo, repite con su cómplice afincado en España (país coproductor) Paul Laverty como guionista, en la historia de un ex militar británico que trabaja como agente privado de seguridad para una empresa que garantiza la vida de contratistas occidentales en el Irak ocupado, e invita a un amigo de la infancia a someterse a esa responsabilidad tan bien pagada.
Sin embargo, su recomendado acaba muriendo en condiciones dudosas en esa "Route Irish", la carretera que va de "Zona verde" al aeropuerto de Bagdad, y el protagonista (sólidamente interpretado por el televisivo Mark Womack) se empeña en descubrir la verdad sobre un presunto atentado del que se siente en cierta forma responsable, en una búsqueda que le hace asumir la realidad de una guerra "privatizada".
Tras diferentes dramas o comedias sentimentales y políticas, Loach regresa con esta cinta al suspense que tocó en su primer éxito, "Agenda oculta". Puede ser una de las más comerciales de sus obras, pero el británico es incapaz de evitar el maniqueísmo y un sentido excesivamente didáctico que pudo haber esquivado.
Liman fue el director de cintas pirotécnicas como "Jumper" y "El Sr. y la Sra Smith", en las que cualquier elemento sociopolítico brillaba por su inexistencia. Dominar la cámara y el ritmo han debido ser los motivos para que le encargaran lo que debía ser una cinta de denuncia, ya que la historia real en la que se basa -cuya protagonista, Valerie Plame, está aquí en Cannes pero se ha mantenido alejada de cámaras y micrófonos- fue uno de los hechos más escandalosos en la indignante presidencia de Bush hijo.
Agente de la CIA encargada de la investigación sobre armas de destrucción masiva (esas que presuntamente había en Irak y nadie encontró), Plame, interpretada dignamente por Naomi Watts, fue desenmascarada públicamente por la Casa Blanca (léase el ínclito vicepresidente Dick Cheney) a través de un soplo a la prensa, ya que aparte de que la espía no había seguido las instrucciones favorables a la invasión de Irak, su marido, un diplomático y ex embajador, había revelado informes justamente opuestos a la existencia de armas de destrucción masiva en manos del sátrapa Husein.
"Fair game" debía -insistimos- ser un film de denuncia y queda en una película de suspense con ansias comerciales, en la que el transfondo político se diluye merced al guión de Jez y John-Henry Butterworth y a la rutinaria realización de Liman. Poco importa el qué y el por qué, frente al cómo, o sea a la intriga de influencias y desacreditaciones de las que es víctima el matrimonio protagonista. Sabiamente, con la justificada excusa de su particular cruzada por Haití, Sean Penn no ha venido a Cannes, y así se ha evitado dar unas explicaciones que como militante de la causa progresista en su país se le hubieran exigido en relación con esta frustrada cinta.
Por su parte, el italiano Daniele Luchetti nos cuenta otra historia con moraleja, que tampoco enganchó al respetable. "La nostra vita" es la historia de un profesional relacionado con el truculento mundo de la construcción (brillante Elio Germano) cuya felicidad familiar se ve truncada por la sorpresiva pérdida de su esposa, durante un parto, y que en esa coyuntura sucumbe a las tentaciones de la corrupción político-económica. La de Luchetti es un fábula moralizante que intenta denunciar el cáncer del dinero fácil que se extiende por la vida diaria italiana y que salpica a todos los sectores, inspirados, por qué no admitirlo, por el ejemplo de ese presidente caricaturesto apellidado Berlusconi. Sin embargo, el realizador lo hace con torpeza y la evolución moral de su personaje no resulta creible.
Por su parte, Ken Loach, inscrito en el último momento en el apartado competitivo, repite con su cómplice afincado en España (país coproductor) Paul Laverty como guionista, en la historia de un ex militar británico que trabaja como agente privado de seguridad para una empresa que garantiza la vida de contratistas occidentales en el Irak ocupado, e invita a un amigo de la infancia a someterse a esa responsabilidad tan bien pagada.
Sin embargo, su recomendado acaba muriendo en condiciones dudosas en esa "Route Irish", la carretera que va de "Zona verde" al aeropuerto de Bagdad, y el protagonista (sólidamente interpretado por el televisivo Mark Womack) se empeña en descubrir la verdad sobre un presunto atentado del que se siente en cierta forma responsable, en una búsqueda que le hace asumir la realidad de una guerra "privatizada".
Tras diferentes dramas o comedias sentimentales y políticas, Loach regresa con esta cinta al suspense que tocó en su primer éxito, "Agenda oculta". Puede ser una de las más comerciales de sus obras, pero el británico es incapaz de evitar el maniqueísmo y un sentido excesivamente didáctico que pudo haber esquivado.