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Crítica FlixOlé: "Arrebato", nueva versión restaurada de la película maldita de la movida madrileña

por © NOTICINE.com
 "Arrebato"
"Arrebato"
Por Eva Ramos   

La plataforma española FlixOlé añade a su catálogo a partir de este 21 de enero la obra de culto del director donostiarra Iván Zulueta, en la que sería su segunda y última película, "Arrebato". El film, estrenado en 1979, fue restaurado en 4K con motivo del 40 aniversario de su fallido estreno, que duró en cartel apenas dos semanas y que se ganó el apelativo de "película maldita" para su director, fallecido hace más de dos décadas. El paso del tiempo ha hecho que se aprecie como una obra única, solo apta para cinéfilos empedernidos, amantes del género y nostálgicos de una época que marcó a toda una generación de artistas.

Para poder comprender esta película, para todo aquel nacido más allá de los 70, hay que contextualizar una España que acababa de salir de una dictadura, en la que cualquier forma de arte era analizada al detalle para que no se saliera ni un ápice de los dictados que marcaban los valores tradicionales y religiosos del régimen. Con la muerte del dictador y la Transición, el movimiento cultural de unos jóvenes a los que no se les había permitido vivir su despertar a la vida y al sexo en libertad se concreto en Madrid a finales de los años 70 y principios de los 80. Un grupo de artistas formaron una pequeña gran familia, entre la que se encontraban los hermanos Almodóvar, Antonio Banderas, Imanol Arias, Cecilia Roth, Olvido Gara y la mayoría de los actores, director y productor de "Arrebato".

Este estallido se concreta perfectamente en este film, recoge esa explosión que sucede tras la opresión, en el que arte, drogas, sexo y cine se mezclan en una suerte de alienación producida como efecto rebote, que ni siquiera Europa supo entender en su momento. Zulueta fue el que se llevó el golpe, del que no pudo recuperarse, abriendo camino para los que vinieron; como Pedro Almodóvar, cuyo "Laberinto de pasiones" comparte mucho con la película del director vasco. El ser un innovador y romper con todo le pasó factura, como también en cierto modo le sucedió al director manchego, más querido desde siempre en el extranjero que en su propio país.

La película presenta a dos personajes principales, que adivinamos son las dos caras de una misma moneda: el director de cine que Zulueta quería ser, reflejado en el personaje de Pedro, un extraño y solitario muchacho totalmente vampirizado por el cine, y el director de cine en el que teme convertirse, el que se ha rendido y ha pasado de ver su trabajo como una necesidad vital a reducirlo a una manera de ganarse la vida, en el papel de Jose, que ha cambiado las drogas por las "pastillas para no soñar" que nos cantaba Sabina. El vértice, donde se cruzan pasado y presente de los alter ego de Zulueta, es Ana (Cecilia Roth). Ella ya decidió dejar de ser "una sosa" y entrar en el rojo, ese rojo sangre, símbolo durante toda la película de vida, de pasión.

Esa dicotomía entre los dos personajes parecen torturar al director; no quiere olvidar quién fue, quiere volver a sentir el "arrebato", para lo que necesariamente hay que conectar con la infancia, con ese momento de éxtasis, en el que el tiempo se para, y que ahora solo consigue con las drogas, a modo de metadona para desengancharse del arte, del cine que le llama.

Al modo Pirandello, la cámara, representando al arte cinematográfico, va cobrando vida y reclamando a su autor que el pasado y el presente se fusionen en armonía. Es Ana la que tiene que echarle un rapapolvo por vivir pensando en un futuro que no existe mientras repudia el pasado, en vez de vivir el presente. El primer aviso se lo da su montador, el queridísimo y extrañado Antonio Gasset, cuando le recuerda lo entusiasmado que estaba con su primera película, que ahora rechaza.

Así es ahora Jose, se ha conformado con sobrevivir y apartarse de todo aquello que le hacía sentirse verdaderamente vivo. Afortunadamente, ahí está Pedro para recordarle el cine y Ana, con sus colores pop-art conseguidos con modestos trapos y sus drogas, para despertarle de nuevo a la vida.

Un mundo de contrastes que atrapa, a pesar de ese "feísmo" buscado, tanto visual como auditivo, que incomoda continuamente hasta llevar al espectador a un final tan sorprendente como subjetivo. Este inadaptado heredero sin recursos de un vanguardista Buñuel y muestra de la descendiente española de aquel espíritu del hotel Chelsea representado por la también malograda Janis Joplin, la contracultural "movida", es un documento imprescindible para poder comprender en profundidad el cine español actual.

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