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Crítica: "Erase una vez... pero ya no", pastiche musical de Manolo Caro con Sebastián Yatra

por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
"Erase una vez... pero ya no"
"Erase una vez... pero ya no"
Por Juan Pablo Russo     

El mexicano Manolo Caro, creador de series como "La casa de las flores" o "Alguien tiene que morir", en las que proponía una relectura del melodrama y el thriller de época, regresa sin salir de Netflix con "Erase una vez... pero ya no" (2022) para indagar ahora en los clásicos cuentos de hadas y dar forma a un colorido musical pop protagonizado por una pareja que, forzada a separarse, debe encontrarse en otra vida para romper el hechizo bajo el que está inmerso un pueblo, un lugar en donde nadie puede enamorarse.

La historia, que sucede entre un presente "deconstruido" y un pasado medieval, comienza en un reino cualquiera donde la princesa Soledad (Mónica Maranillo) vive un apasionado romance con Diego (Sebastián Yatra), un pobre pescador que al percibir la imposibilidad de vivir "un felices para siempre" con su amada —la reina Fátima (Mariola Fuentes), una de las madres de la princesa, rechaza la relación— recurre a una bruja (Daniela Vega) para que con un hechizo logre que Soledad no lo olvide mientras lucha en el frente de batalla, con el afán de ganarse la aceptación de ambas reinas.

La bruja le entrega al muchacho un amuleto que lo protegerá de las tropas enemigas, así como un dragón azul que Diego deberá concederle a su amada: mientras Soledad cuide a la criatura no podrá enamorarse de nadie más. Como todo buen hechizo también tiene un lado negativo: si los amantes no vuelven a reencontrarse nadie en el pueblo podrá enamorarse. Aunque, existen tres condiciones para deshacer el hechizo: que los amantes (o sus reencarnaciones) se reencuentren y liberen al dragón azul en el lago mientras haya luna rosa (fenómeno que ocurre cada siete años). Diego es traicionado en el frente y Soledad, traumatizada por la noticia, decide rechazar a todos los príncipes candidatos hasta que finalmente muere por un accidente doméstico.

El cuento no será el eje central sino lo que servirá como introducción a la verdadera historia sobre la que navega "Erase una vez… pero ya no" y de la que, a la vez, se desprenderán otras (o la misma) historia. Lo que sucedió hace varios siglos, puede que sea sólo una alucinación creada por Mamen (Rossy De Palma) —dueña del hotel Soledad— para explotarlo con los contingentes de turistas a cargo de Candela (Itziar Castro). Pero, la realidad está plagada de parecidos inexplicables con el cuento: Maxi, hijo de Mamen y taxi boy del lugar, es igual a Diego; Candela se parece mucho a Eloísa, quien fue la nodriza de la princesa Soledad, mientras que Lola —mucama del hotel— bien podría ser la hermana gemela de la reina Dolores. Más allá de los parecidos físicos y de que la gente puede o no creer en la leyenda, la vida de todas las personas sufrirá una transformación cuando lleguen Juana (Nia Correia) y Antonio (Asier Etxeandia) al hotel. Ella también es idéntica a los dibujos de la princesa Soledad y él, al asesino de Diego. Además, casi al unísono también llega Goya, la hija de ambientalista de Lola que intentará liberar al dragón. El colorido collage de personajes cruzados, que une o separa la fina línea entre la fantasía y la realidad (o pasado y presente), lo cierran Simona, la encargada de dar paseos guiados en el lago a los turistas, y Enamora, una cantante romántica hospedada en el hotel con poderes sobrenaturales.

"Erase una vez... pero ya no" es una comedia musical de enredos, pero no pura, de estilo clásico, sino de lo que a esta altura podría denominarse "a lo Manolo Caro", un creador al que no le gusta quedarse en su zona de confort y que una vez muestra su capacidad para reinventarse, pero también lo peligroso de arriesgar al ir más allá de los límites y experimentar con el cruce de géneros, estilos y estéticas. Y, si bien, parece conocer las reglas de juego, y que en cualquier momento puede desbarrancar, parece no importarle.

A través de una puesta en escena edulcorada, desenfrenada visualmente, plagada de elementos de la cultura pop, exageradamente kitsch, en donde predomina el color rosa, y la reconfiguración de canciones icónicas de artistas como Amaral, Miguel Bosé, Fangoria, Héroes del silencio, Nacho Cano, e incluso Babasónicos, Manolo Caro parodia al género, a los cuentos, al formato, y se ríe de todo y todos. "Erase una vez... pero ya no" no es para todo público, solo para aquellos que se permitan entrar en el juego del pastiche, con sus códigos postmodernistas, y reírse de y con él. Un ejercicio de libertad creativa para bien y para mal.

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