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Crítica: "El casoplón": Entre la comedia familiar y la lucha de clases

por © NOTICINE.com
"El casoplón"
"El casoplón"
Por Santiago Echeverría       

El español Joaquín Mazón, director conocido por su habilidad para navegar las aguas de la comedia familiar, regresa con "El casoplón", una película que se debate entre el humor intrascendente y una reflexión social que no termina de cuajar. La historia de Toñi y Carlos, una pareja de trabajadores de Móstoles que se cuela en una mansión de La Moraleja, funciona como metáfora de un país donde las aspiraciones de clase chocan con la realidad económica, aunque el film prefiera quedarse en la superficie de ese conflicto.

El guion de Roberto Jiménez apuesta por una estructura clásica, dividida en tres actos que alternan gags con momentos de falsa profundidad. Hay algo de "Parásitos" en la premisa —esa familia pobre que se infiltra en el mundo de los ricos—, pero aquí todo se resuelve con una ligereza que roza lo evasivo. Como señalan varios críticos, la película funciona mejor cuando se entrega sin pudor al humor caricaturesco, especialmente en las escenas donde Raquel Guerrero brilla como una madre dispuesta a vivir, aunque sea por unos días, la ilusión de pertenecer a otra clase social. Pablo Chiapella, por su parte, ofrece un registro más contenido que el que le conocemos en "La que se avecina", pero su química con Guerrero salva varios momentos flojos del guion.



Los niños, aunque cumplidores, son poco más que dispositivos narrativos para desencadenar situaciones cómicas. Sus travesuras —exageradas hasta el límite de lo verosímil— sirven para mantener el ritmo, pero rara vez aportan algo al supuesto mensaje sobre los valores familiares. Precisamente ese mensaje es el talón de Aquiles del filme: mientras intenta criticar el postureo de las influencers y la obsesión por el estatus (hay una secuencia memorable con una vecina famosa), al mismo tiempo cae en la romantización de lo material. La mansión no es solo un refugio del calor; se convierte en un símbolo de éxito que, curiosamente, nunca llega a cuestionarse del todo.

Técnicamente, la película está bien resuelta. La fotografía de Chiqui Palma logra contrastar eficazmente el piso modesto de los protagonistas con los espacios lujosos de la casa, mientras que la banda sonora de Vicent Ortiz Gimeno añade un toque de frescura. Sin embargo, estos aciertos no compensan del todo las contradicciones del guion. El tercer acto, en el que la trama intenta reconciliar el tono festivo con una moraleja sobre "lo que realmente importa", resulta especialmente forzado.

"El casoplón", que ha debutado este miércoles con un muy notable éxito de taquilla, no aspira a ser más de lo que es: un entretenimiento preveraniego para familias. Dentro de ese género, cumple su función con soltura, aunque no pueda evitar dejar un regusto amargo. Porque, al final, la película celebra esa misma fantasía que parece criticar: la idea de que, con un poco de suerte y audacia, cualquiera puede probar —aunque sea ilegalmente— las mieles de la riqueza. Y en un contexto donde la brecha social sigue creciendo, ese mensaje resulta tan ingenuo como problemático. Mazón nos hace reír, sí, pero también nos deja preguntándonos por qué nos conformamos con comedias que solo rozan, sin profundizar, en las heridas reales de su tiempo.

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