Crítica Cannes: "Sirât", tecno atronador en un inmenso desierto vital
- por © NOTICINE.com

Por Santiago Echeverría
La última película del franco-español Oliver Laxe, "Sirât", presentada el jueves a concurso en Cannes, es una odisea cinematográfica que oscila entre la belleza desoladora y el caos visceral. Ambientada en el desierto marroquí (país en el que ya rodó su previa "Mimosas"), la cinta sigue a Luis (Sergi López), un padre obstinado, y a su hijo Esteban, en una búsqueda desesperada por encontrar a Mar, su hija desaparecida, en medio de raves clandestinas. Lo que inicia como un drama íntimo se transforma en un viaje alucinógeno, donde la frontera entre el paraíso y el infierno se desdibuja bajo un sol implacable.
Laxe construye un escenario dual: por un lado, la inmensidad del desierto, capturada con una fotografía que alterna entre lo sublime y lo opresivo; por otro, un conflicto bélico difuso, anunciado por ráfagas de radio y soldados fugaces. Este telón de fondo apocalíptico no es solo decorado: es un personaje más que cuestiona la fragilidad de la humanidad ante el colapso. La banda sonora, de tecno punzante, funciona como el latido de esta narrativa, fusionando la euforia de la danza con el zumbido de una sirena distópica.
El núcleo emocional reside en la relación entre los protagonistas y un grupo de nómadas ravers, interpretados por actores no profesionales cuyas identidades se confunden con las de sus personajes. Aunque inicialmente reticentes, forman una familia improvisada, unida por la supervivencia y la búsqueda de efímeros momentos de éxtasis. Aquí, Laxe brilla: logra que el vínculo entre estos personajes —marcados por cicatrices físicas y emocionales— sea tan auténtico que su eventual destino adquiere un peso devastador.
Sin embargo, "Sirât" se polariza con un viraje abrupto en su tercer acto. La película abandona su tono contemplativo para sumergirse en una espiral de violencia y tragedia que, aunque impactante, corre el riesgo de alienar al espectador. La crudeza de las secuencias finales, aunque coherente con la analogía política sobre la crisis migratoria y la deshumanización, puede sentirse más como un golpe bajo que como una reflexión meditada. La búsqueda inicial de Mar queda relegada, dejando una sensación de promesa incumplida, como si el mensaje social necesitara sacrificar la narrativa en el altar del simbolismo.
López ofrece una actuación contenida pero poderosa, encarnando a un padre cuya determinación se agrieta bajo el peso de la pérdida. Bruno Núñez, como Esteban, aporta una inocencia que contrasta con el cinismo del entorno. Los no profesionales, por su parte, imprimen autenticidad, aunque sus historias personales a veces quedan en segundo plano, limitadas por un guion que prioriza la atmósfera sobre la profundidad.
Técnicamente, la película es un logro: el sonido envuelve, la fotografía de Mauro Herce transforma el desierto en un personaje lírico y brutal, y el montaje refleja la cadencia de un viaje sin retorno. No obstante, la ambición desmedida de Laxe —mezclando road movie, existencialismo y crítica política— genera una tensión entre forma y contenido. ¿Es "Sirât" una meditación sobre la resistencia humana o un retrato nihilista de un mundo en ruinas? La respuesta quizás está en su misma contradicción.
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La última película del franco-español Oliver Laxe, "Sirât", presentada el jueves a concurso en Cannes, es una odisea cinematográfica que oscila entre la belleza desoladora y el caos visceral. Ambientada en el desierto marroquí (país en el que ya rodó su previa "Mimosas"), la cinta sigue a Luis (Sergi López), un padre obstinado, y a su hijo Esteban, en una búsqueda desesperada por encontrar a Mar, su hija desaparecida, en medio de raves clandestinas. Lo que inicia como un drama íntimo se transforma en un viaje alucinógeno, donde la frontera entre el paraíso y el infierno se desdibuja bajo un sol implacable.
Laxe construye un escenario dual: por un lado, la inmensidad del desierto, capturada con una fotografía que alterna entre lo sublime y lo opresivo; por otro, un conflicto bélico difuso, anunciado por ráfagas de radio y soldados fugaces. Este telón de fondo apocalíptico no es solo decorado: es un personaje más que cuestiona la fragilidad de la humanidad ante el colapso. La banda sonora, de tecno punzante, funciona como el latido de esta narrativa, fusionando la euforia de la danza con el zumbido de una sirena distópica.
El núcleo emocional reside en la relación entre los protagonistas y un grupo de nómadas ravers, interpretados por actores no profesionales cuyas identidades se confunden con las de sus personajes. Aunque inicialmente reticentes, forman una familia improvisada, unida por la supervivencia y la búsqueda de efímeros momentos de éxtasis. Aquí, Laxe brilla: logra que el vínculo entre estos personajes —marcados por cicatrices físicas y emocionales— sea tan auténtico que su eventual destino adquiere un peso devastador.
Sin embargo, "Sirât" se polariza con un viraje abrupto en su tercer acto. La película abandona su tono contemplativo para sumergirse en una espiral de violencia y tragedia que, aunque impactante, corre el riesgo de alienar al espectador. La crudeza de las secuencias finales, aunque coherente con la analogía política sobre la crisis migratoria y la deshumanización, puede sentirse más como un golpe bajo que como una reflexión meditada. La búsqueda inicial de Mar queda relegada, dejando una sensación de promesa incumplida, como si el mensaje social necesitara sacrificar la narrativa en el altar del simbolismo.
López ofrece una actuación contenida pero poderosa, encarnando a un padre cuya determinación se agrieta bajo el peso de la pérdida. Bruno Núñez, como Esteban, aporta una inocencia que contrasta con el cinismo del entorno. Los no profesionales, por su parte, imprimen autenticidad, aunque sus historias personales a veces quedan en segundo plano, limitadas por un guion que prioriza la atmósfera sobre la profundidad.
Técnicamente, la película es un logro: el sonido envuelve, la fotografía de Mauro Herce transforma el desierto en un personaje lírico y brutal, y el montaje refleja la cadencia de un viaje sin retorno. No obstante, la ambición desmedida de Laxe —mezclando road movie, existencialismo y crítica política— genera una tensión entre forma y contenido. ¿Es "Sirât" una meditación sobre la resistencia humana o un retrato nihilista de un mundo en ruinas? La respuesta quizás está en su misma contradicción.
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