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Crítica: "Mentiras: La Serie", un experimento audaz que sale a flote

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"Mentiras: La Serie"
"Mentiras: La Serie"
Por Santiago Echeverría           

La adaptación a serie de "Mentiras", el icónico musical mexicano, llega a Prime Video con una propuesta que oscila entre el homenaje fiel y la reinvención arriesgada. Dirigida por Gabriel Ripstein, la producción traslada al formato serial la premisa original: cuatro mujeres encerradas en una mansión tras la muerte de Emmanuel Mijares, un hombre que fue esposo de unas y amante de otras. Lo que podría haber sido una traslación literal se convierte en un ejercicio estilístico donde conviven el thriller psicológico, el melodrama y la comedia musical, todo bañado en una estética ochentera que funciona tanto como nostalgia calculada como lenguaje narrativo.
"Mentiras: La Serie" apuesta por una estructura episódica que dedica capítulos enteros a profundizar en cada personaje: Daniela (Belinda), Dulce (Diana Bovio), Yuri (Regina Blandón) y Lupita (Mariana Treviño). Este enfoque permite explorar las contradicciones de mujeres que, más que rivales, son víctimas de un mismo sistema patriarcal. Las canciones —reinterpretaciones de éxitos como "Castillos" de Amanda Miguel o "Pobre secretaria" de Daniela Romo— no son meros interludios, sino herramientas narrativas que revelan verdades ocultas. Sin embargo, la decisión de modificar algunas voces con postproducción genera momentos donde la artificialidad rompe la inmersión.

El diseño de producción es uno de los aciertos más notables. La paleta de colores saturados, los vestuarios exagerados y los escenarios que simulan telones teatrales crean un universo deliberadamente artificial. Este artificio, lejos de ser un defecto, refuerza la idea de que estas mujeres viven roles construidos. Luis Gerardo Méndez, como productor y actor, funciona como un nexo eficaz entre el tono camp y las reflexiones más ácidas sobre el autoengaño.



Donde la serie tropieza es en su ritmo. Al extender la trama a ocho episodios, algunos giros se diluyen en repeticiones innecesarias, especialmente en la mitad de la temporada. También hay cierta desigualdad en las interpretaciones: mientras Treviño y Bovio logran equilibrar comedia y drama con soltura, Belinda ocasionalmente cae en manierismos que delatan su menor experiencia en el género musical.

El guiño más interesante es cómo "Mentiras" subvierte su propia fachada de comedia ligera. Detrás de los brillos y las coreografías, hay una crítica mordaz a las mentiras que las mujeres internalizan para sobrevivir en una sociedad que las juzga por su relación con los hombres. La serie no resuelve este conflicto con facilidades; en cambio, deja que las protagonistas se enfrenten a la incomodidad de reconocerse tanto como cómplices como víctimas.

¿Logra superar a la obra teatral? Probablemente no, pero esa nunca parece haber sido la intención. En lugar de competir con la experiencia en vivo, "Mentiras: La Serie" añade elementos para convertirse en un producto audiovisual singular: un híbrido entre telenovela, videoclip extendido y terapia grupal cantada. Al final, se convierte en un experimento imperfecto, pero valioso por su voluntad de jugar con los límites del formato, huyendo de la simple traslación directa desde el escenario.

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