Crítica: "La furgo", un viaje íntimo desde la precariedad
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Por Santiago Echeverría
La española "La furgo", dirigida por Eloy Calvo y basada en el cómic homónimo de Martín Tognola y Ramón Pardina, es una película que navega entre el drama social y la comedia agridulce, retratando con honestidad la precariedad de una generación atrapada entre sueños rotos y realidades incómodas. Protagonizada por Pol López en un papel que equilibra vulnerabilidad y humor defensivo, el film sigue a Ós, un hombre que, tras su divorcio, termina viviendo en una furgoneta mientras intenta mantener una relación con su hija.
A primera vista, podría parecer una historia más sobre la romantización de la vida nómada, pero "La furgo" evita caer en ese lugar común. La furgoneta no simboliza libertad, sino el último reducto de dignidad para alguien que ha sido empujado a los márgenes tras ser considerado "prescindible" por el sistema. A diferencia de "Nomadland", que exploraba la soledad en los vastos paisajes estadounidenses, aquí el escenario es el asfalto de Barcelona, donde la crisis de la vivienda y la economía de plataformas (con guiños a empresas como Glovo) configuran un entorno hostil.
El guion, fiel al espíritu del cómic original, mezcla realismo con momentos de fantasía animada que reflejan la imaginación de Ós como refugio. Estas secuencias, integradas con naturalidad, no solo añaden capas visuales, sino que subrayan un tema clave: la necesidad de inventar mundos alternativos para sobrevivir al presente. Sin embargo, la película a veces cojea en su ritmo, con subtramas que quedan en desarrollo superficial y un final que, aunque emotivo, podría tacharse de conveniente para un relato que se jacta de su crudeza.
Pol López lleva el peso narrativo con una interpretación contenida pero llena de matices, evitando el melodrama para mostrar a un hombre que, pese a todo, se aferra al humor como escudo. Martina Lleida, como su hija, aporta una naturalidad conmovedora, aunque su personaje a veces funciona más como dispositivo narrativo que como individuo con agencia propia.
Técnicamente, la cinta opta por una estética sobria: fotografía con luz natural, planos cercanos que enfatizan la intimidad y una banda sonora discreta que no force la emoción. Es una decisión coherente, aunque quizás demasiado segura, ya que una dirección más arriesgada podría haber profundizado en el impacto visual de la marginalidad urbana que retrata.
"La furgo" no es una obra redonda, pero sí necesaria. Habla de fracasos íntimos en un sistema que desecha a los perdedores, de padres que improvisan hogares en cuatro ruedas y de la resistencia mediante pequeñas fantasías. Calvo logra algo valioso: contar una historia local —catalana, mediterránea— sin perder de vista su eco universal. No reinventa el cine social, pero lo humaniza con humor y ternura, aunque a costa de evitar preguntas más incómodas. Al final, como Ós, la película sobrevive con lo que tiene: honestidad, unas risas amargas y la esperanza frágil de que, quizás, mañana haya un lugar donde aparcar.
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La española "La furgo", dirigida por Eloy Calvo y basada en el cómic homónimo de Martín Tognola y Ramón Pardina, es una película que navega entre el drama social y la comedia agridulce, retratando con honestidad la precariedad de una generación atrapada entre sueños rotos y realidades incómodas. Protagonizada por Pol López en un papel que equilibra vulnerabilidad y humor defensivo, el film sigue a Ós, un hombre que, tras su divorcio, termina viviendo en una furgoneta mientras intenta mantener una relación con su hija.
A primera vista, podría parecer una historia más sobre la romantización de la vida nómada, pero "La furgo" evita caer en ese lugar común. La furgoneta no simboliza libertad, sino el último reducto de dignidad para alguien que ha sido empujado a los márgenes tras ser considerado "prescindible" por el sistema. A diferencia de "Nomadland", que exploraba la soledad en los vastos paisajes estadounidenses, aquí el escenario es el asfalto de Barcelona, donde la crisis de la vivienda y la economía de plataformas (con guiños a empresas como Glovo) configuran un entorno hostil.
El guion, fiel al espíritu del cómic original, mezcla realismo con momentos de fantasía animada que reflejan la imaginación de Ós como refugio. Estas secuencias, integradas con naturalidad, no solo añaden capas visuales, sino que subrayan un tema clave: la necesidad de inventar mundos alternativos para sobrevivir al presente. Sin embargo, la película a veces cojea en su ritmo, con subtramas que quedan en desarrollo superficial y un final que, aunque emotivo, podría tacharse de conveniente para un relato que se jacta de su crudeza.
Pol López lleva el peso narrativo con una interpretación contenida pero llena de matices, evitando el melodrama para mostrar a un hombre que, pese a todo, se aferra al humor como escudo. Martina Lleida, como su hija, aporta una naturalidad conmovedora, aunque su personaje a veces funciona más como dispositivo narrativo que como individuo con agencia propia.
Técnicamente, la cinta opta por una estética sobria: fotografía con luz natural, planos cercanos que enfatizan la intimidad y una banda sonora discreta que no force la emoción. Es una decisión coherente, aunque quizás demasiado segura, ya que una dirección más arriesgada podría haber profundizado en el impacto visual de la marginalidad urbana que retrata.
"La furgo" no es una obra redonda, pero sí necesaria. Habla de fracasos íntimos en un sistema que desecha a los perdedores, de padres que improvisan hogares en cuatro ruedas y de la resistencia mediante pequeñas fantasías. Calvo logra algo valioso: contar una historia local —catalana, mediterránea— sin perder de vista su eco universal. No reinventa el cine social, pero lo humaniza con humor y ternura, aunque a costa de evitar preguntas más incómodas. Al final, como Ós, la película sobrevive con lo que tiene: honestidad, unas risas amargas y la esperanza frágil de que, quizás, mañana haya un lugar donde aparcar.
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