Crítica: "Mi año en Oxford", Sofía Carson merece mejores guiones
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Por Santiago Echeverría
La nueva interpretación de la descendiente de colombianos Sofía Carson para Netflix, "Mi año en Oxford / My Oxford Year" es un cóctel literario-romántico en las históricas calles de Oxford que termina diluyendo su potencial en un mar de clichés y oportunidades perdidas. La cinta, que adapta una novela juvenil, intenta ser tres películas a la vez: una comedia romántica sobre el choque cultural, un drama de pareja con enfermedad terminal y un cuento de autodescubrimiento. El resultado es un batido mal ligado donde ningún sabor destaca.
El mayor pecado del largometraje es traicionar a su propia protagonista, Anna (Sofía Carson). Inicialmente presentada como una mujer ambiciosa —hija de inmigrantes latinos, graduada en Cornell y con un futuro en Goldman Sachs—, su viaje se reduce a un mero apéndice del arco masculino. Anna llega a Oxford para estudiar poesía victoriana, pero su sueño académico y su conflicto identitario (equilibrar sus pasiones con las expectativas familiares) quedan sepultados bajo la relación con Jamie (Corey Mylchreest), un profesor aristócrata cuya tragedia personal acapara la trama. La promesa de una historia feminista se esfuma cuando Anna se convierte en instrumento para "sanar" a Jamie y su disfuncional familia británica.
"Mi año en Oxford" naufraga en su tono incoherente. Comienza como una comedia ligera repleta de clichés: encuentros accidentales con charcos, rivalidades amorosas predecibles y química de manual. Pero un giro drástico a mitad de camino —la revelación de una enfermedad terminal— transforma el relato en un melodrama lacrimógeno que recurre a frases cursi-poéticas ("los momentos fugaces también importan") en lugar de profundidad emocional. Este viraje no solo rompe el ritmo, sino que reduce temas complejos (mortalidad, duelo) a consignas vacías, sin el tacto de referentes del género como "Bajo la misma estrella / The Fault in Our Stars".
Oxford brilla como postal turística: bibliotecas neogóticas, pubs acogedores y prados verdes de ensueño. Sin embargo, esta belleza visual es superficial. Los diálogos suenan como tuits de citas literarias forzadas, y los personajes secundarios —el gay extravagante, los amigos excéntricos— son meros adornos para aliviar la solemnidad. La película incluso cae en conservadurismo romántico: Anna declara "no soy ese tipo de chica" ante una mención al Barrio Rojo de Ámsterdam, reforzando un moralismo anticuado.
Carson y Mylchreest tienen un magnetismo aceptable, pero sus personajes son tan planos que su romance se siente injustificado. Él interpreta al británico atormentado con elegancia hueca; ella oscila entre la presunción y la vulnerabilidad, pero nunca logra humanizar a una protagonista definida por fetiches literarios (¡adoro el olor de los libros antiguos!). El verdadero destello viene de Harry Trevaldwyn como Charlie, el vecino cómico, cuyo humor ácido rescata escenas enteras.
"My Oxford Year" parece anclada en el boom de adaptaciones románticas para jóvenes adultos YA de la década pasada: heroínas "no como las demás", romances trágicos y lecciones de vida empaquetadas para adolescentes. Pero lo que entonces era novedad, hoy se siente refrito y cansino. La cinta apuesta por lágrimas fáciles con su melodrama, pero olvida lo esencial: construir personajes sólidos, explorar conflictos genuinos y honrar la historia que prometió contar. Es un viaje a Oxford donde la universidad, la poesía y la protagonista son solo decorado.
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La nueva interpretación de la descendiente de colombianos Sofía Carson para Netflix, "Mi año en Oxford / My Oxford Year" es un cóctel literario-romántico en las históricas calles de Oxford que termina diluyendo su potencial en un mar de clichés y oportunidades perdidas. La cinta, que adapta una novela juvenil, intenta ser tres películas a la vez: una comedia romántica sobre el choque cultural, un drama de pareja con enfermedad terminal y un cuento de autodescubrimiento. El resultado es un batido mal ligado donde ningún sabor destaca.
El mayor pecado del largometraje es traicionar a su propia protagonista, Anna (Sofía Carson). Inicialmente presentada como una mujer ambiciosa —hija de inmigrantes latinos, graduada en Cornell y con un futuro en Goldman Sachs—, su viaje se reduce a un mero apéndice del arco masculino. Anna llega a Oxford para estudiar poesía victoriana, pero su sueño académico y su conflicto identitario (equilibrar sus pasiones con las expectativas familiares) quedan sepultados bajo la relación con Jamie (Corey Mylchreest), un profesor aristócrata cuya tragedia personal acapara la trama. La promesa de una historia feminista se esfuma cuando Anna se convierte en instrumento para "sanar" a Jamie y su disfuncional familia británica.
"Mi año en Oxford" naufraga en su tono incoherente. Comienza como una comedia ligera repleta de clichés: encuentros accidentales con charcos, rivalidades amorosas predecibles y química de manual. Pero un giro drástico a mitad de camino —la revelación de una enfermedad terminal— transforma el relato en un melodrama lacrimógeno que recurre a frases cursi-poéticas ("los momentos fugaces también importan") en lugar de profundidad emocional. Este viraje no solo rompe el ritmo, sino que reduce temas complejos (mortalidad, duelo) a consignas vacías, sin el tacto de referentes del género como "Bajo la misma estrella / The Fault in Our Stars".
Oxford brilla como postal turística: bibliotecas neogóticas, pubs acogedores y prados verdes de ensueño. Sin embargo, esta belleza visual es superficial. Los diálogos suenan como tuits de citas literarias forzadas, y los personajes secundarios —el gay extravagante, los amigos excéntricos— son meros adornos para aliviar la solemnidad. La película incluso cae en conservadurismo romántico: Anna declara "no soy ese tipo de chica" ante una mención al Barrio Rojo de Ámsterdam, reforzando un moralismo anticuado.
Carson y Mylchreest tienen un magnetismo aceptable, pero sus personajes son tan planos que su romance se siente injustificado. Él interpreta al británico atormentado con elegancia hueca; ella oscila entre la presunción y la vulnerabilidad, pero nunca logra humanizar a una protagonista definida por fetiches literarios (¡adoro el olor de los libros antiguos!). El verdadero destello viene de Harry Trevaldwyn como Charlie, el vecino cómico, cuyo humor ácido rescata escenas enteras.
"My Oxford Year" parece anclada en el boom de adaptaciones románticas para jóvenes adultos YA de la década pasada: heroínas "no como las demás", romances trágicos y lecciones de vida empaquetadas para adolescentes. Pero lo que entonces era novedad, hoy se siente refrito y cansino. La cinta apuesta por lágrimas fáciles con su melodrama, pero olvida lo esencial: construir personajes sólidos, explorar conflictos genuinos y honrar la historia que prometió contar. Es un viaje a Oxford donde la universidad, la poesía y la protagonista son solo decorado.
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