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Crítica: "Ya no quedan junglas", San Sebastián ¿ciudad sin ley?

por © NOTICINE.com
"Ya no quedan junglas"
"Ya no quedan junglas"
Por Santiago Echeverría           

"Ya no quedan junglas" se mueve con la pesada elegancia de un felino lastimado. La nueva película como realizador del experimentado director de fotografía mexicano Gabriel Beristáin, con muy amplia experiencia en Hollywood, es un ejercicio de estilo que bebe directamente del cine negro clásico, intentando trasplantar sus códigos a la lluviosa y opaca atmósfera de la Parte Vieja de San Sebastián. El escenario de la burguesa e idílica capital donostiarra está minuciosamente preparado para una historia de corrupción, venganza y moralidad difusa, un ecosistema perfecto para un antihéroe atormentado. Sin embargo, la película parece forcejear constantemente entre sus ambiciones más elevadas y la gravitacional fuerza de los clichés del género.

Ron Perlman encarna a Theo, un exsoldado estadounidense que vive anclado en los rituales de su luto, cuya única conexión con el mundo es una prostituta llamada Olga. Cuando ella es brutalmente asesinada, Theo inicia una espiral de venganza que actúa como el motor de la trama. Perlman, con su presencia física inconfundible y un rostro moldeado por mil batallas, encuentra aquí un personaje que dialoga con su propia trayectoria: más contenido, introspectivo, pero capaz de estallar en destellos de la violencia brutal que lo caracteriza. Es en estos momentos, y en su química con un secundario de lujo como Karra Elejalde, donde la película encuentra su pulso más auténtico y disfrutable.



Beristáin demuestra, como era de esperar, un oído exquisito para la imagen. San Sebastián nunca ha parecido tan crepuscular y amenazante. Cada plano está bañado en una luz grisácea y una paleta de colores fríos que construyen una atmósfera de pesadilla urbana realmente efectiva. Es una lástima que esta consistencia visual no se traslade al guion. La trama se divide en tres hilos que chocan entre sí con desigual fortuna: la venganza de Theo, la investigación de la inspectora Iborra —una Megan Montaner entregada pero lastrada por un personaje arquetípico de policía al borde del abismo— y las maquinaciones de un sicario interpretado por Hovik Keuchkerian. Estas subtramas, repletas de narcotraficantes latinos caricaturescos y villanos que rozan lo ridículo, arrastran la película hacia el territorio del thriller televisivo más convencional, desaprovechando la singularidad del escenario vasco.

El mayor problema de "Ya no quedan junglas" es su incapacidad para decidir qué quiere ser. Oscila entre momentos de genuina intensidad noir, cargados de un humor bizarro y una violencia visceral, y escenas que derivan en lo inverosímil o lo ridículo, rompiendo el hechizo que tan cuidadosamente había construido la fotografía. El elenco, abarrotado de talento —con apariciones de Damián Alcázar, Itziar Ituño y otros—, hace lo que puede con personajes que en su mayoría son esbozos poco desarrollados.

A pesar de sus flaquezas, la película deja un regusto de intriga no tanto por lo que cuenta, sino por lo que sugiere para el futuro. El final coloca a Theo en una encrucijada mucho más interesante que el punto de partida, abriendo la puerta a un desarrollo del personaje y su mundo que uno no puede evitar desear haber explorado desde el principio. "Ya no quedan junglas" es un proyecto irregular y frustrante, pero no carente de personalidad. Funciona mejor como una promesa de lo que Beristáin podría lograr como director una vez que logre liberarse de la jungla de los lugares comunes y se adentre con mayor convicción en los territorios más originales que su historia apunta.

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