Crítica: "La cena", Mario Casas y Alberto San Juan en un menú a la orden
- por © NOTICINE.com
Por Santiago Echeverría
Manuel Gómez Pereira regresa con "La cena", una adaptación de la obra teatral de José Luis Alonso de Santos que traslada al espectador a un Madrid devastado, apenas dos semanas después del final de la Guerra Civil. El encargo es imposible: organizar un fastuoso banquete para Franco en el Hotel Palace, convertido en hospital de campaña. Esta premisa, tan absurda como verosímil, sirve de coctelera para una "dramedia" que mezcla con acierto el humor, la tensión y la crítica social, aunque no todos los ingredientes alcanzan la misma profundidad.
Lo primero que destaca en este banquete cinematográfico es la impecable puesta en escena. La recreación del Madrid de 1939 es minuciosa y absorbente, desde el vestuario hasta la transformación del lujoso Palace en un reflejo de un país herido. Es un acierto visual que, sin embargo, algunos podrían tildar de estética "televisiva", quizás para suavizar el impacto del drama y hacerlo más digerible para un público amplio.
El corazón de la película late con fuerza gracias a su reparto coral. La dupla protagónica de Mario Casas, como el teniente falangista Medina, y Alberto San Juan, en el papel del gerente del hotel, Genaro, es simplemente brillante. Entre ellos se genera una química electrizante que oscila entre la tensión ideológica, el deseo reprimido y una complicidad forjada a la fuerza. Casas demuestra un registro medido y creíble, lejos de sus roles más convencionales, mientras que San Juan ejerce de contrapunto perfecto, un titán de la expresión capaz de transmitir ironía, miedo y dignidad con la más sutil de las miradas.
No obstante, el guión, fiel a su origen teatral, padece de las limitaciones del formato. Con tantos personajes en juego, algunos secundarios se quedan en esbozos prometedores o caen en el cliché y la caricatura, especialmente en el bando nacional. El oficial falangista Alonso (Asier Etxeandía), a pesar de un trabajo actoral sólido, raya en lo grotesco, un villano de tebeo que desentona con los matices del resto. La trama, por su parte, requiere en ocasiones de ciertos saltos de fe narrativos para encajar todas las piezas.
Es en el tono donde "La cena" genera su debate más fértil. La decisión de satirizar el miedo y la opresión franquista es valiente y necesaria. La película nos recuerda que reírse del poder puede ser un acto de resistencia. Sin embargo, esta sátira no siempre muerde con la misma fuerza. En su afán por equilibrar la comedia con el drama, a veces la ligereza del tono termina por diluir la potencia de su denuncia, dejando un regusto a simpleza donde se anhelaba una crítica más incisiva.
Pero sería un error reducir "La cena" a una simple comedia de enredos. Su mayor virtud es actuar como un espejo crítico de nuestro presente. Al mostrar las lógicas absurdas de la censura, la represión de la sexualidad y la violencia como herramienta política, la película establece un diálogo directo con la actualidad. En una era donde los discursos autoritarios se normalizan, el film de Gómez Pereira nos advierte que los fantasmas del pasado nunca se fueron del todo; solo esperan una nueva invitación a la mesa.
Puede que "La cena" no revolucione el paladar ni todos sus sabores estén perfectamente equilibrados, pero cumple con creces su objetivo: entretener, provocar y, sobre todo, recordarnos que, a veces, la risa es el arma más subversiva contra la barbarie. Un banquete histórico que, con sus luces y sombras, merece ser degustado.
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Manuel Gómez Pereira regresa con "La cena", una adaptación de la obra teatral de José Luis Alonso de Santos que traslada al espectador a un Madrid devastado, apenas dos semanas después del final de la Guerra Civil. El encargo es imposible: organizar un fastuoso banquete para Franco en el Hotel Palace, convertido en hospital de campaña. Esta premisa, tan absurda como verosímil, sirve de coctelera para una "dramedia" que mezcla con acierto el humor, la tensión y la crítica social, aunque no todos los ingredientes alcanzan la misma profundidad.
Lo primero que destaca en este banquete cinematográfico es la impecable puesta en escena. La recreación del Madrid de 1939 es minuciosa y absorbente, desde el vestuario hasta la transformación del lujoso Palace en un reflejo de un país herido. Es un acierto visual que, sin embargo, algunos podrían tildar de estética "televisiva", quizás para suavizar el impacto del drama y hacerlo más digerible para un público amplio.
El corazón de la película late con fuerza gracias a su reparto coral. La dupla protagónica de Mario Casas, como el teniente falangista Medina, y Alberto San Juan, en el papel del gerente del hotel, Genaro, es simplemente brillante. Entre ellos se genera una química electrizante que oscila entre la tensión ideológica, el deseo reprimido y una complicidad forjada a la fuerza. Casas demuestra un registro medido y creíble, lejos de sus roles más convencionales, mientras que San Juan ejerce de contrapunto perfecto, un titán de la expresión capaz de transmitir ironía, miedo y dignidad con la más sutil de las miradas.
No obstante, el guión, fiel a su origen teatral, padece de las limitaciones del formato. Con tantos personajes en juego, algunos secundarios se quedan en esbozos prometedores o caen en el cliché y la caricatura, especialmente en el bando nacional. El oficial falangista Alonso (Asier Etxeandía), a pesar de un trabajo actoral sólido, raya en lo grotesco, un villano de tebeo que desentona con los matices del resto. La trama, por su parte, requiere en ocasiones de ciertos saltos de fe narrativos para encajar todas las piezas.
Es en el tono donde "La cena" genera su debate más fértil. La decisión de satirizar el miedo y la opresión franquista es valiente y necesaria. La película nos recuerda que reírse del poder puede ser un acto de resistencia. Sin embargo, esta sátira no siempre muerde con la misma fuerza. En su afán por equilibrar la comedia con el drama, a veces la ligereza del tono termina por diluir la potencia de su denuncia, dejando un regusto a simpleza donde se anhelaba una crítica más incisiva.
Pero sería un error reducir "La cena" a una simple comedia de enredos. Su mayor virtud es actuar como un espejo crítico de nuestro presente. Al mostrar las lógicas absurdas de la censura, la represión de la sexualidad y la violencia como herramienta política, la película establece un diálogo directo con la actualidad. En una era donde los discursos autoritarios se normalizan, el film de Gómez Pereira nos advierte que los fantasmas del pasado nunca se fueron del todo; solo esperan una nueva invitación a la mesa.
Puede que "La cena" no revolucione el paladar ni todos sus sabores estén perfectamente equilibrados, pero cumple con creces su objetivo: entretener, provocar y, sobre todo, recordarnos que, a veces, la risa es el arma más subversiva contra la barbarie. Un banquete histórico que, con sus luces y sombras, merece ser degustado.
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