Crítica: "Subsuelo", el viaje a la estetización de la crueldad por Fernando Franco
- por © NOTICINE.com
Por Santiago Echeverría
El español Fernando Franco, tras participar en la última Seminci, lleva esta semana su nuevo trabajo, "Subsuelo", a las salas comerciales. Se trata de una película que se anuncia como un thriller psicológico pero que, en el fondo, es un ejercicio implacable en la exposición del horror doméstico. Desde su imponente plano secuencia inicial, la cinta establece una dicotomía poderosa: la calma aparente de una noche de verano es solo la delgada película que recubre una violencia latente, lista para estallar con la fuerza de una piedra arrojada a una piscina en calma.
La historia nos presenta a Eva y Fabián, hermanos mellizos cuyo vínculo se fractura tras un trágico y evitable accidente. A partir de ahí, la película se convierte en un descenso a los infiernos personales, orquestado por Fabián, un personaje que funciona como un psicópata puro y que rompe cualquier atisbo de equilibrio moral. Su maldad no es compleja; es un impulso irracional que encuentra en el chantaje, la extorsión y el abuso su lenguaje natural. La cámara, a menudo un móvil en manos del propio Fabián, se transforma en un instrumento de tortura, grabando y espectacularizando el sufrimiento de su hermana.
Es aquí donde "Subsuelo" genera su debate más álgido. Franco no solo filma la crueldad, sino que parece complacerse en hacerla lo más estética posible. La película abandona rápidamente la promesa de un thriller de misterio para sumergirse en una sucesión de actos brutales, donde la tensión narrativa se sustituye por la mera exposición del dolor. La comparación con el cine de Michael Haneke es inevitable, pero mientras el austríaco interpelaba al espectador sobre su complicidad como voyeur, Franco parece más interesado en moldear el horror en un objeto de contemplación, casi en la fantasía sádica del propio Fabián.
Técnicamente, la película es impecable. El plano secuencia inicial es una lección de tensión y caracterización, y las interpretaciones de Julia Martínez y, especialmente, Diego Garisa son soberbias. Garisa construye a Fabián con una inquietud y una maldad palpables que demuestran un potencial inmenso. Sin embargo, este brillo técnico y actoral choca con una sensación de vacío. La estructura no lineal y el uso de pantallas de móvil, aunque efectivos en un principio, terminan por distanciar emocionalmente al espectador y diluir la riqueza dramática de la situación familiar.
El mayor problema de "Subsuelo" es su ambición fallida. Aspira a ser un thriller complejo que explore la culpa y la moral, pero se reduce a una espiral de sufrimiento sin recompensa. Los personajes secundarios, incluidos los padres, carecen de peso, y el clímax narrativo se esfuma en unos créditos finales que dejan la incómoda sensación de haber asistido a un suplicio sin propósito. La película no genera preguntas profundas, sino dudas sobre su propio objetivo.
Es una obra valiente, incómoda y técnicamente brillante, pero también una experiencia emocionalmente distante y narrativamente frustrante. Es un viaje a las tinieblas que, a pesar de su potencia, te deja con las manos vacías, preguntándote no sobre los horrores de la condición humana, sino sobre la necesidad de haberlos presenciado.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.
El español Fernando Franco, tras participar en la última Seminci, lleva esta semana su nuevo trabajo, "Subsuelo", a las salas comerciales. Se trata de una película que se anuncia como un thriller psicológico pero que, en el fondo, es un ejercicio implacable en la exposición del horror doméstico. Desde su imponente plano secuencia inicial, la cinta establece una dicotomía poderosa: la calma aparente de una noche de verano es solo la delgada película que recubre una violencia latente, lista para estallar con la fuerza de una piedra arrojada a una piscina en calma.
La historia nos presenta a Eva y Fabián, hermanos mellizos cuyo vínculo se fractura tras un trágico y evitable accidente. A partir de ahí, la película se convierte en un descenso a los infiernos personales, orquestado por Fabián, un personaje que funciona como un psicópata puro y que rompe cualquier atisbo de equilibrio moral. Su maldad no es compleja; es un impulso irracional que encuentra en el chantaje, la extorsión y el abuso su lenguaje natural. La cámara, a menudo un móvil en manos del propio Fabián, se transforma en un instrumento de tortura, grabando y espectacularizando el sufrimiento de su hermana.
Es aquí donde "Subsuelo" genera su debate más álgido. Franco no solo filma la crueldad, sino que parece complacerse en hacerla lo más estética posible. La película abandona rápidamente la promesa de un thriller de misterio para sumergirse en una sucesión de actos brutales, donde la tensión narrativa se sustituye por la mera exposición del dolor. La comparación con el cine de Michael Haneke es inevitable, pero mientras el austríaco interpelaba al espectador sobre su complicidad como voyeur, Franco parece más interesado en moldear el horror en un objeto de contemplación, casi en la fantasía sádica del propio Fabián.
Técnicamente, la película es impecable. El plano secuencia inicial es una lección de tensión y caracterización, y las interpretaciones de Julia Martínez y, especialmente, Diego Garisa son soberbias. Garisa construye a Fabián con una inquietud y una maldad palpables que demuestran un potencial inmenso. Sin embargo, este brillo técnico y actoral choca con una sensación de vacío. La estructura no lineal y el uso de pantallas de móvil, aunque efectivos en un principio, terminan por distanciar emocionalmente al espectador y diluir la riqueza dramática de la situación familiar.
El mayor problema de "Subsuelo" es su ambición fallida. Aspira a ser un thriller complejo que explore la culpa y la moral, pero se reduce a una espiral de sufrimiento sin recompensa. Los personajes secundarios, incluidos los padres, carecen de peso, y el clímax narrativo se esfuma en unos créditos finales que dejan la incómoda sensación de haber asistido a un suplicio sin propósito. La película no genera preguntas profundas, sino dudas sobre su propio objetivo.
Es una obra valiente, incómoda y técnicamente brillante, pero también una experiencia emocionalmente distante y narrativamente frustrante. Es un viaje a las tinieblas que, a pesar de su potencia, te deja con las manos vacías, preguntándote no sobre los horrores de la condición humana, sino sobre la necesidad de haberlos presenciado.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.