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Crítica Prime Video: "Fallout", una segunda temporada que da más en lo formal y lo dramático

por © NOTICINE.com
"Fallout"
"Fallout"
Por Santiago Echeverría       

La segunda temporada de "Fallout" retoma su travesía por el desierto nuclear con la ambición de quien sabe que ha superado una difícil prueba: haber logrado una primera adaptación con éxito de audiencia y crítica. El camino hacia New Vegas, el icónico escenario del video juego homónimo, sirve de telón de fondo para profundizar en las fisuras morales de sus personajes y para expandir un mundo ya de por sí exuberante y caótico.

Lucy MacLean y el Ghoul continúan su viaje, una extraña alianza forjada por la necesidad y la vaga promesa de justicia. La dinámica entre Ella Purnell y Walton Goggins sigue siendo uno de los pilares más sólidos de la serie. Lucy ya no es la habitante de la bóveda que decía "fudge" en lugar de maldecir; su idealismo se ha moderado, pero no se ha roto. El Ghoul, por su parte, sigue siendo un cínico perfecto, envuelto en su abrigo polvoriento y su misantropía, aunque esta temporada permite atisbar una vulnerabilidad más marcada bajo su costra de amargura. Su relación es un lento tira y afloja entre la desconfianza y una complicidad naciente, y funciona como el motor emocional central de una trama que a veces se dispersa.

Porque la dispersión es, quizás, el precio de esta expansión. La narrativa salta entre múltiples frentes: la persecución a Hank, las intrigas en las bóvedas 31, 32 y 33, el desencanto de Maximus dentro de la Hermandad del Acero, y los extensos flashbacks al pasado de Cooper Howard. Estos últimos, ambientados en la versión retrofuturista de los años previos a la guerra, son especialmente notables. No solo ofrecen una producción impecable –coches curvilíneos y asistentes robóticos–, sino que ahondan en los orígenes del desastre a través de la figura de Barb y del magnate Robert House. La incorporación de Justin Theroux como House es un acierto absoluto; su carisma frío y calculador, su acento peculiar y su química electrizante con Goggins en sus escenas compartidas inyectan una dosis de tensión sofisticada y paranoica a la trama.



La llegada a New Vegas cumple con las expectativas de los fans del juego. La ciudad es un espectáculo visual de luces de neón y decadencia, poblada por facciones tan absurdas como memorables. Los Kings, ahora convertidos en necrófagos con peinados de Elvis, son un guiño que funciona como comedia pura. La Legión de César, con su fanatismo y su particular pronunciación del nombre de su líder, aporta una amenaza a la vez ridícula y aterradora. Sin embargo, en este afán por complacer y representar, algunos de estos elementos o "huevos de pascua" para los jugadores pueden sentirse como breves desvíos, pequeñas misiones secundarias que ralentizan momentáneamente el impulso central. La trama no siempre logra una cohesión perfecta, y algunos hilos, como las tribulaciones de Maximus, pierden fuelle en comparación con el magnetismo del viaje en carretera de Lucy y el Ghoul.

El tono de la serie sigue siendo su mayor virtud, ese difícil equilibrio entre lo grotesco, lo conmovedor y lo hilarante. Un momento de brutalidad extrema puede ser seguido por una secuencia de puro slapstick o por un flashback desgarrador, como el que explora la infancia de Maximus. Esta mezcla, manejada con una seguridad envidiable, evita que el espectáculo postapocalíptico se vuelva monótono o excesivamente sombrío. La violencia es exagerada y a menudo divertida; el humor surge de la absurda permanencia de la estética corporativa de los años 50 en medio de la anarquía total.

No todo es acción y estética. La serie mantiene su interés en las grandes preguntas sobre la humanidad, la codicia y las consecuencias de las elecciones. La "Regla de Oro" de Lucy –tratar a los demás como querrías ser tratado– se somete a pruebas cada vez más crueles, planteando un debate constante sobre si la bondad es una fortaleza o una ingenuidad mortal en un mundo que la ha erradicado. Esta lucha interna de la protagonista, su negativa a convertirse en otra cosa a pesar de todo, le da un corazón inesperadamente optimista a un escenario tan devastador.

En conjunto, esta segunda temporada de "Fallout" puede carecer de la concisión narrativa impecable de la primera, pero la compensa con una ambición desbordante y una confianza absoluta en su propio mundo. Aunque algunos giros se resuelven tarde y la multiplicidad de historias puede generar cierta frustración, el viaje sigue siendo una explosión de ideas, estilo y personalidad. Es una serie que no teme ser a la vez visceralmente violenta, profundamente conmovedora y abiertamente ridícula, y que, en ese desenfado, encuentra su forma única de hablar sobre la esperanza y la ruina.