Crítica: "Rondallas", en la unión musical está la fuerza
- por © NOTICINE.com
Por Santiago Echeverría
En la costa gallega, donde el mar deja una huella de sal y memoria, el español Daniel Sánchez Arévalo ha plantado la semilla de "Rondallas". Su regreso al cine no busca la complejidad formal ni el giro argumental inesperado; su ambición, quizás más arriesgada en estos tiempos, es la de la claridad emocional y la reconciliación. La película se articula alrededor de un hecho sencillo: la decisión de un grupo de vecinos de reactivar la rondalla del pueblo, una agrupación musical tradicional en Pontevedra, tras años de silencio marcados por el duelo colectivo tras un naufragio.
Esta premisa, que remite directamente a la estructura clásica de las historias de superación grupal —un grupo marginado o dañado que se une para un objetivo común—, es el andamiaje sobre el que Sánchez Arévalo construye un relato coral de una eficacia notable. El riesgo de caer en la sensiblería o en lo previsible es alto, pero el director demuestra un oficio maduro al evitar los subrayados melodramáticos. En lugar de forzar la lágrima, teje con paciencia la vida interna del pueblo, permitiendo que la emoción surja de la observación de lo cotidiano: un ensayo en un local frío, una mirada de complicidad entre vecinos, la tensión sorda de un duelo no resuelto.
El verdadero acierto de "Rondallas" reside en su comprensión del grupo como protagonista. Javier Gutiérrez actúa como el motor optimista que pone en marcha la iniciativa, pero su personaje no acapara el foco. A su lado, María Vázquez encarna una viudez llena de resistencia silenciosa; Carlos Blanco da cuerpo al trauma físico y psicológico de un superviviente; Tamar Novas aporta un contrapunto de ligereza necesaria; y los más jóvenes, como Judith Fernández y Fernando Fraga, representan la duda y la búsqueda de un futuro. Cada uno lleva consigo una herida privada, y la película tiene la sabiduría de no resolverlas de manera grandilocuente, sino a través del lento y reparador acto de hacer algo juntos.
La música, lejos de ser un mero adorno folclórico, se erige en el núcleo simbólico de la historia. Es el lenguaje común que permite superar el mutismo del dolor, el ritual que restablece los vínculos rotos. Arévalo filma los ensayos y la competición no como un espectáculo, sino como un proceso de sanación colectiva. La fotografía de Rafa García, con sus tonos fríos y una luz que parece filtrarse entre la bruma, evita el pintoresquismo y ancla la historia en una realidad tangible y austera.
Es inevitable abordar el término "feel-good movie" al hablar de "Rondallas". La película lo es, pero desde una posición de dignidad y honestidad. No ofrece una felicidad ingenua, sino una que se conquista a través del reconocimiento del dolor y la decisión activa de seguir adelante en compañía. En un panorama cultural a menudo fracturado e individualista, la película aterriza como una reivindicación serena y poderosa de lo comunitario. No es un cine de evasión, sino de encuentro; no ofrece un mundo ideal, sino un recordatorio de que, a veces, la fortaleza reside en afinar las voces al unísono, en encontrar un ritmo compartido para seguir caminando.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.
En la costa gallega, donde el mar deja una huella de sal y memoria, el español Daniel Sánchez Arévalo ha plantado la semilla de "Rondallas". Su regreso al cine no busca la complejidad formal ni el giro argumental inesperado; su ambición, quizás más arriesgada en estos tiempos, es la de la claridad emocional y la reconciliación. La película se articula alrededor de un hecho sencillo: la decisión de un grupo de vecinos de reactivar la rondalla del pueblo, una agrupación musical tradicional en Pontevedra, tras años de silencio marcados por el duelo colectivo tras un naufragio.
Esta premisa, que remite directamente a la estructura clásica de las historias de superación grupal —un grupo marginado o dañado que se une para un objetivo común—, es el andamiaje sobre el que Sánchez Arévalo construye un relato coral de una eficacia notable. El riesgo de caer en la sensiblería o en lo previsible es alto, pero el director demuestra un oficio maduro al evitar los subrayados melodramáticos. En lugar de forzar la lágrima, teje con paciencia la vida interna del pueblo, permitiendo que la emoción surja de la observación de lo cotidiano: un ensayo en un local frío, una mirada de complicidad entre vecinos, la tensión sorda de un duelo no resuelto.
El verdadero acierto de "Rondallas" reside en su comprensión del grupo como protagonista. Javier Gutiérrez actúa como el motor optimista que pone en marcha la iniciativa, pero su personaje no acapara el foco. A su lado, María Vázquez encarna una viudez llena de resistencia silenciosa; Carlos Blanco da cuerpo al trauma físico y psicológico de un superviviente; Tamar Novas aporta un contrapunto de ligereza necesaria; y los más jóvenes, como Judith Fernández y Fernando Fraga, representan la duda y la búsqueda de un futuro. Cada uno lleva consigo una herida privada, y la película tiene la sabiduría de no resolverlas de manera grandilocuente, sino a través del lento y reparador acto de hacer algo juntos.
La música, lejos de ser un mero adorno folclórico, se erige en el núcleo simbólico de la historia. Es el lenguaje común que permite superar el mutismo del dolor, el ritual que restablece los vínculos rotos. Arévalo filma los ensayos y la competición no como un espectáculo, sino como un proceso de sanación colectiva. La fotografía de Rafa García, con sus tonos fríos y una luz que parece filtrarse entre la bruma, evita el pintoresquismo y ancla la historia en una realidad tangible y austera.
Es inevitable abordar el término "feel-good movie" al hablar de "Rondallas". La película lo es, pero desde una posición de dignidad y honestidad. No ofrece una felicidad ingenua, sino una que se conquista a través del reconocimiento del dolor y la decisión activa de seguir adelante en compañía. En un panorama cultural a menudo fracturado e individualista, la película aterriza como una reivindicación serena y poderosa de lo comunitario. No es un cine de evasión, sino de encuentro; no ofrece un mundo ideal, sino un recordatorio de que, a veces, la fortaleza reside en afinar las voces al unísono, en encontrar un ritmo compartido para seguir caminando.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.