Crítica: "La asistenta / La empleada / The Housemaid", lucha de clases y de bellezas
- por © NOTICINE.com
Por Santiago Echeverría
Paul Feig, el director que nos ha dado comedias desmadradas como "Bridesmaids" y "Spy", regresa al territorio del thriller doméstico con "La asistenta / La empleada / The Housemaid". La película, basada en la novela de Freida McFadden y adaptada por Rebecca Sonnenshine, es un ejercicio de género que parece dividirse en dos películas distintas: una, una primera hora tensa pero excesivamente previsible y lenta; otra, un último tramo que, por fin, se entrega sin pudor a sus propios impulsos más tórridos y violentos.
La premisa es puro jugo de los 90, donde una serie de títulos nos convencieron que no estábamos seguros ni en nuestra propia casa: La niñera, la roomate, el vecino, el esposo... podrían convertirse en psicópatas peligrosos. Millie (Sydney Sweeney), una mujer en libertad condicional que vive en su coche, consigue un trabajo como doncella interna con los Winchester. Nina (Amanda Seyfried), la matriarca de la casa, alterna entre una sonrisa deslumbrante y ataques de ira psicótica, mientras su marido Andrew (Brandon Sklenar) observa con una calma desconcertante. La atmósfera gótica está servida: una mansión blanca e impoluta, una habitación en el ático con la cerradura al revés, una escalera de caracol que parece diseñada para tragedias y una niña (Indiana Elle) de mirada gélida.
El problema inicial es que la película tarda demasiado en revelar lo que el espectador sospecha desde los primeros minutos. Feig dedica una hora a acumular sospechas y a mostrar el comportamiento errático de Nina, un tiempo que se hace largo porque el destino de la trama parece ya escrito. Los intentos de despiste carecen de fuerza y la lógica de los personajes se resiente. ¿Por qué contrataría alguien como Nina, obsesionada y paranoica, a una mujer con el físico y la historia de Millie si teme por su matrimonio? ¿Cómo es posible que Andrew tolere con tanta placidez la espiral de histeria de su esposa? La película pide que aceptemos estas contradicciones como parte del misterio, pero la espera para que todo encaje se vuelve exasperante.
El motor que mantiene en marcha este primer acto es, sin duda, Amanda Seyfried. Su interpretación de Nina es un estudio del desequilibrio, un vaivén entre lágrimas vulnerables y una furia desquiciada que roza lo absurdo, casi lo siniestro. Seyfried se come la pantalla, entregándose a la campana con una convicción que es a la vez divertida y perturbadora. En contraste, Sydney Sweeney parece, durante buena parte del metraje, transitarlo en un estado de somnolencia. Su Millie es reactiva, callada, y su actuación contenida palidece frente al huracán Seyfried, aunque esta dinámica podría leerse como una elección narrativa deliberada.
La película encuentra, por fin, su pulso cuando decide dejar de lado la acumulación de preguntas y empieza a dar respuestas. Es en el último tercio donde "The Housemaid" se convierte en lo que prometía: un thriller desvergonzado, lleno de giros retorcidos, violencia que bordea el horror y una liberación catártica de todas las tensiones acumuladas. Aquí es cuando Sweeney despierta y su personaje se transforma, permitiendo a la actriz mostrar una faceta más feroz y calculadora. La película abraza su condición de "trash" sofisticado, con secuencias de una crudeza sorprendente y un juego de poder entre mujeres que adquiere matices #MeToo.
Feig demuestra, como ya hizo en "Un simple favor", que tiene un ojo para el detalle estético y el suspense domesticado. La fotografía blanca y luminosa de la mansión crea un contraste irónico con la podredumbre moral que esconde. Sin embargo, hay una sensación general de que al director le falta el descaro para sumergirse de lleno en el camp y la sordidez que el material pide. La película es más pulcra que visceral, y algunos diálogos o momentos pretendidamente impactantes resbalan hacia lo accidentalmente cómico.
Con una duración que ronda las dos horas, "The Housemaid" es un entretenimiento efectivo pero desigual. Funciona mejor como un homenaje estilizado a los thrillers de intrusas e intrusos en el hogar de los 90 que como una obra reinventada. Es una película que se disfruta más en retrospectiva, cuando el caos controlado de su final hace olvidar la pesadez de su arranque. Si uno está dispuesto a pasar por un primer acto predecible, será recompensado con un desenlace suficientemente salvaje y bien actuado, especialmente por una Seyfried que demuestra que, a veces, el verdadero monstruo es el que mejor combina con el salón.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.
Paul Feig, el director que nos ha dado comedias desmadradas como "Bridesmaids" y "Spy", regresa al territorio del thriller doméstico con "La asistenta / La empleada / The Housemaid". La película, basada en la novela de Freida McFadden y adaptada por Rebecca Sonnenshine, es un ejercicio de género que parece dividirse en dos películas distintas: una, una primera hora tensa pero excesivamente previsible y lenta; otra, un último tramo que, por fin, se entrega sin pudor a sus propios impulsos más tórridos y violentos.
La premisa es puro jugo de los 90, donde una serie de títulos nos convencieron que no estábamos seguros ni en nuestra propia casa: La niñera, la roomate, el vecino, el esposo... podrían convertirse en psicópatas peligrosos. Millie (Sydney Sweeney), una mujer en libertad condicional que vive en su coche, consigue un trabajo como doncella interna con los Winchester. Nina (Amanda Seyfried), la matriarca de la casa, alterna entre una sonrisa deslumbrante y ataques de ira psicótica, mientras su marido Andrew (Brandon Sklenar) observa con una calma desconcertante. La atmósfera gótica está servida: una mansión blanca e impoluta, una habitación en el ático con la cerradura al revés, una escalera de caracol que parece diseñada para tragedias y una niña (Indiana Elle) de mirada gélida.
El problema inicial es que la película tarda demasiado en revelar lo que el espectador sospecha desde los primeros minutos. Feig dedica una hora a acumular sospechas y a mostrar el comportamiento errático de Nina, un tiempo que se hace largo porque el destino de la trama parece ya escrito. Los intentos de despiste carecen de fuerza y la lógica de los personajes se resiente. ¿Por qué contrataría alguien como Nina, obsesionada y paranoica, a una mujer con el físico y la historia de Millie si teme por su matrimonio? ¿Cómo es posible que Andrew tolere con tanta placidez la espiral de histeria de su esposa? La película pide que aceptemos estas contradicciones como parte del misterio, pero la espera para que todo encaje se vuelve exasperante.
El motor que mantiene en marcha este primer acto es, sin duda, Amanda Seyfried. Su interpretación de Nina es un estudio del desequilibrio, un vaivén entre lágrimas vulnerables y una furia desquiciada que roza lo absurdo, casi lo siniestro. Seyfried se come la pantalla, entregándose a la campana con una convicción que es a la vez divertida y perturbadora. En contraste, Sydney Sweeney parece, durante buena parte del metraje, transitarlo en un estado de somnolencia. Su Millie es reactiva, callada, y su actuación contenida palidece frente al huracán Seyfried, aunque esta dinámica podría leerse como una elección narrativa deliberada.
La película encuentra, por fin, su pulso cuando decide dejar de lado la acumulación de preguntas y empieza a dar respuestas. Es en el último tercio donde "The Housemaid" se convierte en lo que prometía: un thriller desvergonzado, lleno de giros retorcidos, violencia que bordea el horror y una liberación catártica de todas las tensiones acumuladas. Aquí es cuando Sweeney despierta y su personaje se transforma, permitiendo a la actriz mostrar una faceta más feroz y calculadora. La película abraza su condición de "trash" sofisticado, con secuencias de una crudeza sorprendente y un juego de poder entre mujeres que adquiere matices #MeToo.
Feig demuestra, como ya hizo en "Un simple favor", que tiene un ojo para el detalle estético y el suspense domesticado. La fotografía blanca y luminosa de la mansión crea un contraste irónico con la podredumbre moral que esconde. Sin embargo, hay una sensación general de que al director le falta el descaro para sumergirse de lleno en el camp y la sordidez que el material pide. La película es más pulcra que visceral, y algunos diálogos o momentos pretendidamente impactantes resbalan hacia lo accidentalmente cómico.
Con una duración que ronda las dos horas, "The Housemaid" es un entretenimiento efectivo pero desigual. Funciona mejor como un homenaje estilizado a los thrillers de intrusas e intrusos en el hogar de los 90 que como una obra reinventada. Es una película que se disfruta más en retrospectiva, cuando el caos controlado de su final hace olvidar la pesadez de su arranque. Si uno está dispuesto a pasar por un primer acto predecible, será recompensado con un desenlace suficientemente salvaje y bien actuado, especialmente por una Seyfried que demuestra que, a veces, el verdadero monstruo es el que mejor combina con el salón.
Sigue nuestras últimas noticias por INSTAGRAM, BLUESKY o FACEBOOK.