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Cine iberoamericano en Macabro: "El vecino" y "El ataúd de cristal"

por © A. López / Correcamara.com-NOTICINE.com
"El vecino"
La idiosincrasia violenta de México, que huele a sangre, y en la que entre víctimas y victimarios hay pocas ganas de detener la pelea, es el tema de la cinta mexicana "El vecino", de Giancarlo Ruiz, presentada en el Festival Macabro de Ciudad de México, al igual que la española "El ataúd de cristal", de Haritz Zubillaga, un thriller claustrofóbico.

La película mexicana, producida totalmente en Tijuana, cuenta la historia de una joven pareja asediada y espiada por su vecino. Los nuevos esposos viven entre disgustos, indiferencias y peleas; sin embargo, cuando ella es secuestrada, la violencia se extenderá más allá de su matrimonio.  La película juega con un tono experimiental, haciendo uso del avance, el retroceso y las velocidades de la trama como si fuera una cinta en una videocasetera. Además de que la cámara encierra sus tomas en encuadres distorsionados y concentrados en romper el cuadro normal.

Más allá de la forma, la cinta propone poco, pues la historia transcurre lenta y predecible; haciendo de la violencia cotidiana un juego caricaturesco, que, aunque no la justifica, tampoco llega la crítica social que aparenta. La cinta cae en muchos aspectos, a pesar del intento de llevarla a un cine no convencional, pues la fórmula, y lo que propone, termina por decaer a los pocos minutos, ya que se vuelve reiterativa y tediosa. Hacia el final de la cinta, una secuencia entrega dividendos a los fanáticos del género, pero fuera de eso, hay poco que disfrutar.

"El ataúd de cristal" (2016), de Haritz Zubillaga, es una película claustrofóbica, que, siguiendo la línea del horror actual y emergente, cuenta con una locación mínima y pocos personajes. Amanda (Paola Bontempi) es una exitosa actriz que viaja en una lujosa limosina hacia un homenaje; sin embargo, extrañas situaciones comienzan a suceder dentro del auto. Pronto, la actriz se da cuenta que ha sido secuestrada, y la persona al mando es alguien que conoce mucho de ella y su pasado, lo que hace de su supervivencia no sólo una situación actual, sino un laberinto de verdades y mentiras de 20 años de carrera artística.

La cinta desespera, atosiga, en buenos y malos términos cinematográficos. Es una película incómoda, difícil de ver, y aunque no posee sangre y/o imágenes grotescas en altas dosis, es bajo sus términos que se vuelven difíciles de ver. Un lenguaje soez, que sí, se vuelve excesivo y poco soportable, pero que, al final, justifica y maximiza. Aunque todo se desarrolle en un espacio cerrado no es el lugar lo que nos aprisiona, es la confrontación con la esencia (casi) pornográfica de lo que consumimos, de lo vemos, y de lo poco de humano que hay en mucho productos de consumo común.

Hay un despliegue de denuncia, contra el culto al cuerpo, a la feminidad, a la masculinidad y la pulcritud; el golpe es certero y duro. Es así como el monstruo se pierde en el agua, en las estrellas y el reflejo, pues la cinta nos pregunta directo ¿cómo permitimos que suceda esto? Un alegato contra el abuso, la pornografía, la trata, contra la ceguera social, la lucha de clases, y la indiferencia. La línea de la monstruosidad se desdibuja, y nos enfrenta. Nos pregunta, en cuál lado de la historia nos encontramos.

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