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Entrevista exclusiva con Fernando Pérez: "En Cuba, la política cultural que admite la censura no cambiará"

por © Jon Apaolaza-NOTICINE.com
Fernando Pérez
Fernando Pérez
El más reconocido de los cineastas cubanos vivos, Fernando Pérez, autor de películas como "Madagascar", "La vida es silbar" o "Últimos días en La Habana" reside en un pequeño apartamento de un edificio alto de la capital cubana, entre Centro Habana y El Cerro. Por suerte, a la hora en que le visitamos, un sábado, la luz y el elevador funcionan. A los 80 años, Pérez, que nos ofrece un café, se mantiene fiel a la mayoría de sus ideas de juventud. Mientras a su alrededor el país se desmorona, el guionista y director no pierde la esperanza, ratifica su fe en que la juventud cambie las cosas, y le encantaría estar ahí para verlo. En este momento, escribe un nuevo guión y participa en un documental que retratará su amistad con otro de los grandes del cine cubano, Rolando Díaz, quien -a diferencia de Pérez- eligió años atrás el camino del exilio.

- Qué cree que puede salir de ese documental? ¿Cómo surgió?
Recuerdo que durante un taller de guiones en Tenerife, estábamos Rolando Díaz, los españoles Domingo de Luis y Tomás Aragay, y yo. "Mingo" es cineasta, al igual que Tomás, y ambos dramaturgos españoles. Compartíamos un tiempo de trabajo, y Rolando y yo, por supuesto, aprovechábamos cada momento —en las comidas, en los descansos, en el avión, dondequiera que estuviéramos juntos— para hablar de todo lo que habíamos vivido en Cuba, en el cine cubano, y de la actualidad del país. Una vez, Tomás y "Mingo" nos sorprendieron filmándonos con el teléfono. Cuando les preguntamos, dijeron: "Ustedes dos juntos son un documental, un posible documental". En ese momento no lo tomé muy en serio, pero se ha convertido en un proyecto real. La idea gira en torno a dos cineastas cubanos de prácticamente la misma generación, que hemos vivido gran parte —si no toda— la historia reciente del cine cubano, aunque con experiencias muy distintas hoy. Rolando emigró a España en los años 90, como muchos otros realizadores, mientras yo he permanecido aquí. Aunque compartimos muchas ideas, seguimos teniendo en común una mirada compleja y crítica sobre nuestra realidad. Más allá de lo que pensemos, creo que puede ser la historia de una hermandad. Quiero a Rolando como a un hermano, y sé que él siente lo mismo por mí. Eso es lo que percibieron "Mingo" y Tomás. De hecho, ya han avanzado en la filmación. Estuvieron en Cuba hace unos meses para conocer el contexto. Eso los motivó aún más a creer en el proyecto, que ahora mismo está en desarrollo.

- De alguna manera, ustedes dos son los sobrevivientes de una generación, ¿no?
Prácticamente, sí. Tengo 80 años, y siento que el escenario que me rodea ha cambiado por completo. No solo por las amistades que he perdido —unas por emigración, otras por fallecimiento—, como Daniel Díaz Torres, gran amigo tanto de Rolando como mío, y tantos otros. Cuando miro a mi alrededor, pienso: cada vez somos menos. Es una sensación que, a pesar de mantener un intercambio constante con los jóvenes, no se compara. Ellos tienen sus propias vivencias y caminos, y aunque pueda compartir con ellos, no es con la misma intensidad ni con la experiencia que me ha tocado vivir. Es como si el escenario se hubiera vaciado, y eso te acompaña.

- ¿Cree que este documental podría ser un testamento suyo, de los dos? ¿Qué le gustaría dejar como herencia a las nuevas generaciones?
Me cuesta expresarlo con palabras. He intentado decirlo en mis películas, no como un testamento, sino como un testimonio de lo que me ha tocado vivir y pensar, mucho de lo cual compartí con Rolando. Más que un legado, aspiro a que sea un referente que ayude a movilizar y dinamizar el pensamiento sobre la realidad que vivimos, no solo en Cuba, sino en el mundo. Por eso hago cine.



- Ha hablado mucho de su fe en los jóvenes. Respecto al cine, ¿qué puede esperar de ellos, considerando lo visual que consumen hoy?
Cada generación encuentra su propio lenguaje y rostros. Es ley de vida. Siempre habrá recriminaciones de padres o abuelos porque no entendemos lo que hacen los jóvenes, pero ellos traen algo nuevo. Ese cambio permanente —como decía Buda: "Nada es eterno excepto el cambio"— les pertenece. No sé cómo será, porque ni siquiera logro imaginar la realidad cubana actual, pero estoy seguro de que el cambio lo traerán ellos. De hecho, ahora mismo vemos un ejemplo: ante una situación con la telefonía móvil y una ley, los estudiantes universitarios se han opuesto, manifestando ideas nuevas con coherencia y transparencia. Eso me llena de confianza.

- ¿Es un optimista recalcitrante?
La vida me ha enseñado a no ser ni optimista ni pesimista, porque ambos extremos son limitantes. Trato de ser realista. Pero sí, creo totalmente en los jóvenes.

- En el pasado, demostró esa fe apoyando a la Asamblea de Cineastas Cubanos. ¿Qué ha sido de aquel movimiento?
Seguimos ahí, principalmente jóvenes, aunque algunos pocos de mi generación también. La Asamblea es resultado de manifestaciones anteriores, como la del 2006 o el 27-N, cuando jóvenes artistas —sobre todo cineastas— se reunieron frente al Ministerio de Cultura para exigir libertad de expresión. Ahora estamos en un grupo que, aunque no está reconocido, tampoco ha sido prohibido. Es una situación esquizofrénica: existimos, pero no legalmente. Al principio, las proclamas de la Asamblea pedían diálogo, pero ya no creo que sea posible. Por un lado, la política cultural que admite la censura no cambiará. Por otro, el cine cubano enfrenta una fractura: muchos jóvenes han emigrado, otros están excluidos, y sus películas no se exhiben. Aspiro a una discusión, no a un diálogo, porque no vendrá del otro lado.

- ¿Y de la Ley de Cine tampoco se volvió a saber?
No. La ley de cine es un horizonte lejano. Con la crisis actual, el país tiene prioridades más urgentes. Pero una ley así debería garantizar una política cultural abierta, sin censura, algo que hoy parece imposible. Ahora hay una etapa de apaciguamiento: no ha habido censura reciente, y la industria avanza en algunos proyectos. Pero si ocurre un hecho crítico, la voz de la Asamblea volverá al primer plano. Mientras, somos una conciencia crítica. Además, publicamos una revista digital alternativa donde los cineastas excluidos de los medios oficiales tienen voz. Es un camino largo, pero en el que estoy comprometido. Para mí, el ICAIC que conocí ya es pasado.

- Una película como "Fresa y Chocolate", producida por el ICAIC, ¿sería posible en 2025?
"Fresa y Chocolate" fue posible por su contexto histórico. Hoy, cualquier obra con una mirada compleja de la realidad sigue en riesgo. Nunca se sabe cuándo saltará la liebre de la censura, porque es una mentalidad que no entiendo. Pero siempre salta. Los cineastas —jóvenes o no— aspiramos a un cine que refleje la realidad en todos sus matices. Si la política cultural es estrecha, siempre habrá películas fuera de ella. Producirlas es posible; el problema es la exhibición.

- Lleva algún tiempo escribiendo un nuevo guión. ¿Qué puede contarnos de él?
Es "Nocturno", un proyecto que ronda mi cabeza desde hace 10 años. Ya escribí un tratamiento y 20 páginas del guión. La historia comienza en la Campaña de Alfabetización, con dos protagonistas: una niña alfabetizada y un alfabetizador de 15 años. Avanza en el tiempo hasta la actualidad, con saltos temporales y subtramas. Es un proyecto ambicioso, que quiero filmar en blanco y negro, integrando material de archivo como parte de la narrativa. Será una película independiente. Ojalá el tiempo me alcance.

- ¿Hay alguna coproducción ya pactada con otros países para esa película?
He tenido suerte. Tras la crisis de los 90, las coproducciones se hicieron necesarias. Al principio, tenía prejuicios, pero José María Morales, de WandaVision (España), apoyó "La vida es silbar" en 1998, y desde entonces colaboramos en el 90% de mis películas. Cada vez que termino un proyecto, José María me pregunta por el siguiente. Cuando tenga algo más concreto, se lo presentaré.

- Tiene usted 80 años, una cifra redonda que invita a hacer balance. ¿Cómo lo ve?
No pienso mucho en eso. No miro demasiado atrás —lo vivido ya está ahí— ni demasiado adelante. Sé que el tiempo es limitado, pero trato de mantener la energía. Tengo algunos achaques, pero no les hago caso. Camino, disfruto cada momento y me quedan muchas cosas por hacer. Quisiera vivir 3000 años. Desde mi apartamento en el piso 15 de La Habana, miro el firmamento y me pregunto cómo será el mundo. No quiero perdérmelo. Creo en las energías y en otras dimensiones; sé que, dondequiera que esté, participaré de alguna manera. No sé cómo, pero estoy seguro.


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