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Hablamos con Miguel Angel Solá sobre el estreno de "El último traje"

por © Elio Castro-NOTICINE.com
Miguel Angel Solá, en "El último traje"
A los 67 años, el argentino Miguel Ángel Solá sigue manteniendo la pasión por la actuación. "No sé si es la misma con la que comencé. Es la que corresponde a mi edad, a mi experiencia, a la cantidad de cosas vividas y observadas en el teatro y en el cine. Ver las justicias y las injusticias", reflexiona en charla exclusiva con NOTICINE.com. "El grave problema contra el que luchamos es el ensalzamiento y el avance constante de la cruda y cruel mediocridad que se vende, sobre todo, a través de la televisión y que termina acostumbrando a la gente". No es una especulación gratuita. Caer en la vulgaridad es algo que preocupa y mucho a este actor bonaerense que ahora estrena en España "El último traje", escrita y dirigida por su compatriota Pablo Solarz. Un medio, el cine, que define como un juego.

- Su personaje en "El último traje", Abraham Bursztein, es un hombre que emprende un largo viaje, de Argentina a Polonia para reencontrase con un amigo de la infancia que le salvó la vida en la Varsovia ocupada por los nazis. Un hombre, a punto de morir, que mantiene la pasión por vivir.
Es un hombre que ha negado su pasado para protegerse. En los últimos meses de vida decide crecer. Él es un niño hasta que emprende ese viaje de vuelta y se transforma en un ser adulto. Le dicen que le queda poco tiempo y empieza a retardar los segundos. Se da cuenta de que tiene que volver a ser feliz, resolver un horror que quedo incrustado en algún lugar de sí mismo.

- ¿Son importantes los recuerdos para Miguel Ángel Solá?
Llega un momento en la vida en la que tan solo te quedan recuerdos. Tengo una memoria prodigiosa. De mi vida recuerdo todo. En cambio, mañana no me acuerdo de lo que estoy diciendo en el teatro y lo tengo volver a repasar. No uso la memoria para trabajar.

- Es curioso que eso lo diga un actor que tiene que aprenderse un guion.
Lo leo y sé lo que el escritor quiere contar, pero yo no cuento la historia del escritor. Cuento la historia del personaje. Hago el personaje. Soy el personaje.

- Le hemos visto antes del verano en "Despido procedente", de Lucas Figueroa; ahora en "El último traje" y muy pronto se estrenará "La enfermedad del domingo", de Ramón Salazar. Además, sigue trabajando en la televisión en series de televisión y también en el teatro.
El cine es un juego para mí. El lugar natural del actor, donde él es dueño de su existencia, es el teatro. Además, en el teatro no se pueden esconder las mediocridades. Se ve con claridad la capacidad y la dimensión de cada actor. Cuando nace un buen actor en el teatro, luego es bueno en el cine, en la televisión, en la radio… En cualquier lado.

- ¿Hay en el cine muchos actores mediocres?
Hay algunos actores de cine que son brillantes y buenísimos, pero la mayoría de los que yo conozco hacen el mismo personaje durante años y años. Cambian una barbita, pero no la respiración ni la forma de moverse, fumar, mirar… ¡Hay gente que se ha pasado haciendo mediocridades toda su vida y que de repente lo descubren como un gran actor! Yo creo que detrás de eso siempre hay una plataforma empresarial y periodística; juegos de representantes.

- En "El último traje" da vida a un hombre de unos 88 años. ¿Impone verse viejo, aunque no sea verdad?
Este personaje es muy complejo. Tengo que dominar su forma de hablar; su respiración, porque está afectado por un problema físico; sus rencores; su mal genio. No es un personaje que te haga sentir cómodo. Lo bonito es terminar una película y notar que encontraste el exacto aliento del personaje.

- ¿Y cómo se mantiene viva la llama de la ilusión por el trabajo?
Siendo un poco Quijote. Si no ves la vida y no te sorprendes ¿cómo actúas? Yo tengo una hija de cuatro años, otra de 16 y una más de 21. Las tengo que dejar el mejor mundo posible y eso no pasa por lo económico porque no tengo nada. Tiene que ver con la honestidad con la que se encara cualquier trabajo, ya sea en condiciones favorables o desfavorables. Debes pensar que lo que haces va a significar algo para alguien. Si posees un don, no eres el dueño de ese talento. Eres tan solo portador. Es algo para los demás.