Francisco J. Lombardi vuelve a salas peruanas para retratar a Sendero Luminoso con "El corazón del lobo"
- por © Corresponsal (Perú)-NOTICINE.com

La realidad peruana siempre ha sido una preocupación para el cineasta que durante años ha sido el embajador de Perú en festivales internacionales, Francisco "Pancho" Lombardi. Aunque marginalmente la etapa sangrienta de la guerrilla maoista Sendero Luminoso ha tenido presencia en su cine, ahora le dedica su último trabajo, "El corazón del lobo", que se estrena este jueves.
"A mí me quedó como una deuda el tema de Sendero Luminoso, de toda la etapa de la violencia en el Perú", explicó Lombardi, detallando el propósito central de este, su decimonoveno largometraje. "Sendero era como algo desconocido, no sabíamos bien qué cosa era. Teníamos la imagen de un fantasma que atacaba y se escondía. Entonces, siempre me quedó la idea de regresar sobre ese tema, quería investigar cómo era el universo del día a día de Sendero, por dentro. Eso me parecía interesante, para entender un poco de dónde había salido este monstruo".
La película, producida por La Soga Producciones y basada en el libro de Carlos Enrique Freire "El miedo del lobo", narra una de esas miles de historias que dejó el conflicto. "Esta historia me interesó mucho porque aborda un mundo poco conocido: el de los secuestros en las etnias amazónicas. En este caso, se trata de un niño ashaninka que es separado de su familia y llevado por Sendero Luminoso", relató el director. "La película narra los diez años que pasa dentro de ese entorno, cómo crece en medio de la violencia, pero sin llegar a ser atrapado del todo por esas ideas. Es, en esencia, la historia de su resistencia y de su lucha por sobrevivir. Por eso la presentamos con una pregunta central: ¿Se puede escapar del infierno?".
Para construir este relato, Lombardi y el guionista Augusto Tamayo no se limitaron a la investigación bibliográfica. "Nos logramos entrevistar con uno de los tres o cuatro dirigentes más importantes de Sendero Luminoso. Hemos hablado con senderistas arrepentidos, gente que después de ocho, diez años que están en la cárcel, han tomado la decisión de colaborar por una serie de ventajas", contó el cineasta. Reconoció que la etapa de la violencia en el Perú tiene "millones de historias, de todo tipo", y que su trabajo consistió en "ir encontrando las que te pueden interesar, y se adapten un poco a tus propios intereses".
El título mismo de la película es un guiño a su propia filmografía. En una primera etapa el proyecto se llamó "El corazón del monstruo", pero se optó por cambiarlo para acercarlo al nombre del libro y, al mismo tiempo, establecer un vínculo con "La boca del lobo", aquella obra fundamental de su carrera que también partía de un hecho real.
El rodaje mismo fue una batalla contra la geografía y los elementos. "El corazón del lobo" se filmó en la selva peruana, en territorios de difícil acceso como el Vraem. El equipo enfrentó un rodaje extenuante: caminatas interminables por cerros empinados, suelos cubiertos de raíces, lluvias constantes y la convivencia con mosquitos, arañas y toda clase de insectos. Lombardi compara la experiencia con la que vivió en "Pantaleón y las visitadoras", aunque entonces, con treinta años menos y en la selva plana de Iquitos, todo parecía más llevadero.
Frente a estas dificultades, el director destacó el trabajo de un elenco encabezado por Víctor Acurio –recordado por su papel en "Willaq Pirqa"– y compuesto en su mayoría por rostros poco conocidos, como el joven debutante Jared Vicente Sánchez y Silvana Díaz Goicochea, junto a Paul Ramírez, Martín Martínez, José Fernández, Alberick García y Martín Velásquez. "Buscábamos un elenco fresco, sin la carga de figuras muy conocidas, porque la historia exigía autenticidad y una mirada realista", explicó Lombardi. "Ha sido un descubrimiento emocionante encontrar tanto talento en jóvenes actores que quizá no habían tenido la oportunidad de mostrarse antes. Creo que este es también un aporte de la película: abrir espacio a nuevas voces y rostros en el cine peruano".
El camino para concretar la producción estuvo lleno de obstáculos. Lombardi admitió que el mayor desafío tuvo dos frentes: atreverse a narrar una historia que muchos prefieren olvidar, y rodar en condiciones extremas con un presupuesto limitado. "Es una película con explosiones, incendios, traslados de personal desde Lima; no era como las últimas que hice, que eran más pequeñas", reconoció.
La cinta pudo realizarse gracias a un financiamiento mixto. Lombardi invirtió inicialmente en la escritura del guion y en la compra de los derechos del libro. Luego llegó un primer impulso al ganar un premio del concurso de la DAFO, pero aún faltaba cerca del 50% del presupuesto. Fue un grupo de empresarios con sensibilidad social el que decidió apostar por el proyecto, convencidos de su importancia cultural y de su valor como memoria. Sin ese respaldo, admitió el cineasta, habría sido imposible culminar la producción.
Al hablar de su oficio, Lombardi reflexionó sobre el acto de hacer cine en el Perú. "No siempre hubo recompensa económica. Solo ‘No se lo digas a nadie’ y ‘Pantaleón y las visitadoras’ fueron éxitos de taquilla que me dieron cierta holgura. En contraste, películas tan influyentes como ‘La ciudad y los perros’ o ‘La boca del lobo’ no generaron ganancias, pese a su impacto internacional, por el contexto de hiperinflación que vivía el Perú en los años ochenta", recordó.
Para Lombardi, cada estreno tiene un valor que va más allá de lo artístico. Su propósito, dijo, es que el cine no se limite a entretener, sino que también provoque reflexión, despierte un pensamiento crítico y ayude a comprender mejor la realidad a través de sus personajes y conflictos. Mientras le sea posible, aseguró, seguirá filmando. Tiene una lista de proyectos que espera concretar, aunque algunos llevan años en pausa, como una adaptación de cuentos del escritor brasileño Rubem Fonseca.
"Lo más valioso que me ha dado el cine es sentido. Somos pocos los que tenemos la suerte de vivir de lo que nos gusta hacer. Esa es una bendición, y ese ha sido mi caso", dijo con la certeza de quien empezó en una época en la que el cine peruano prácticamente no existía y, pese a todas las dificultades, logró sostener una carrera hecha de películas.
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"A mí me quedó como una deuda el tema de Sendero Luminoso, de toda la etapa de la violencia en el Perú", explicó Lombardi, detallando el propósito central de este, su decimonoveno largometraje. "Sendero era como algo desconocido, no sabíamos bien qué cosa era. Teníamos la imagen de un fantasma que atacaba y se escondía. Entonces, siempre me quedó la idea de regresar sobre ese tema, quería investigar cómo era el universo del día a día de Sendero, por dentro. Eso me parecía interesante, para entender un poco de dónde había salido este monstruo".
La película, producida por La Soga Producciones y basada en el libro de Carlos Enrique Freire "El miedo del lobo", narra una de esas miles de historias que dejó el conflicto. "Esta historia me interesó mucho porque aborda un mundo poco conocido: el de los secuestros en las etnias amazónicas. En este caso, se trata de un niño ashaninka que es separado de su familia y llevado por Sendero Luminoso", relató el director. "La película narra los diez años que pasa dentro de ese entorno, cómo crece en medio de la violencia, pero sin llegar a ser atrapado del todo por esas ideas. Es, en esencia, la historia de su resistencia y de su lucha por sobrevivir. Por eso la presentamos con una pregunta central: ¿Se puede escapar del infierno?".
Para construir este relato, Lombardi y el guionista Augusto Tamayo no se limitaron a la investigación bibliográfica. "Nos logramos entrevistar con uno de los tres o cuatro dirigentes más importantes de Sendero Luminoso. Hemos hablado con senderistas arrepentidos, gente que después de ocho, diez años que están en la cárcel, han tomado la decisión de colaborar por una serie de ventajas", contó el cineasta. Reconoció que la etapa de la violencia en el Perú tiene "millones de historias, de todo tipo", y que su trabajo consistió en "ir encontrando las que te pueden interesar, y se adapten un poco a tus propios intereses".
El título mismo de la película es un guiño a su propia filmografía. En una primera etapa el proyecto se llamó "El corazón del monstruo", pero se optó por cambiarlo para acercarlo al nombre del libro y, al mismo tiempo, establecer un vínculo con "La boca del lobo", aquella obra fundamental de su carrera que también partía de un hecho real.
El rodaje mismo fue una batalla contra la geografía y los elementos. "El corazón del lobo" se filmó en la selva peruana, en territorios de difícil acceso como el Vraem. El equipo enfrentó un rodaje extenuante: caminatas interminables por cerros empinados, suelos cubiertos de raíces, lluvias constantes y la convivencia con mosquitos, arañas y toda clase de insectos. Lombardi compara la experiencia con la que vivió en "Pantaleón y las visitadoras", aunque entonces, con treinta años menos y en la selva plana de Iquitos, todo parecía más llevadero.
Frente a estas dificultades, el director destacó el trabajo de un elenco encabezado por Víctor Acurio –recordado por su papel en "Willaq Pirqa"– y compuesto en su mayoría por rostros poco conocidos, como el joven debutante Jared Vicente Sánchez y Silvana Díaz Goicochea, junto a Paul Ramírez, Martín Martínez, José Fernández, Alberick García y Martín Velásquez. "Buscábamos un elenco fresco, sin la carga de figuras muy conocidas, porque la historia exigía autenticidad y una mirada realista", explicó Lombardi. "Ha sido un descubrimiento emocionante encontrar tanto talento en jóvenes actores que quizá no habían tenido la oportunidad de mostrarse antes. Creo que este es también un aporte de la película: abrir espacio a nuevas voces y rostros en el cine peruano".
El camino para concretar la producción estuvo lleno de obstáculos. Lombardi admitió que el mayor desafío tuvo dos frentes: atreverse a narrar una historia que muchos prefieren olvidar, y rodar en condiciones extremas con un presupuesto limitado. "Es una película con explosiones, incendios, traslados de personal desde Lima; no era como las últimas que hice, que eran más pequeñas", reconoció.
La cinta pudo realizarse gracias a un financiamiento mixto. Lombardi invirtió inicialmente en la escritura del guion y en la compra de los derechos del libro. Luego llegó un primer impulso al ganar un premio del concurso de la DAFO, pero aún faltaba cerca del 50% del presupuesto. Fue un grupo de empresarios con sensibilidad social el que decidió apostar por el proyecto, convencidos de su importancia cultural y de su valor como memoria. Sin ese respaldo, admitió el cineasta, habría sido imposible culminar la producción.
Al hablar de su oficio, Lombardi reflexionó sobre el acto de hacer cine en el Perú. "No siempre hubo recompensa económica. Solo ‘No se lo digas a nadie’ y ‘Pantaleón y las visitadoras’ fueron éxitos de taquilla que me dieron cierta holgura. En contraste, películas tan influyentes como ‘La ciudad y los perros’ o ‘La boca del lobo’ no generaron ganancias, pese a su impacto internacional, por el contexto de hiperinflación que vivía el Perú en los años ochenta", recordó.
Para Lombardi, cada estreno tiene un valor que va más allá de lo artístico. Su propósito, dijo, es que el cine no se limite a entretener, sino que también provoque reflexión, despierte un pensamiento crítico y ayude a comprender mejor la realidad a través de sus personajes y conflictos. Mientras le sea posible, aseguró, seguirá filmando. Tiene una lista de proyectos que espera concretar, aunque algunos llevan años en pausa, como una adaptación de cuentos del escritor brasileño Rubem Fonseca.
"Lo más valioso que me ha dado el cine es sentido. Somos pocos los que tenemos la suerte de vivir de lo que nos gusta hacer. Esa es una bendición, y ese ha sido mi caso", dijo con la certeza de quien empezó en una época en la que el cine peruano prácticamente no existía y, pese a todas las dificultades, logró sostener una carrera hecha de películas.
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