Marlene Grinberg invita con "Tres Tiempos" a "bailar la vida"
- por © Redacción (Argentina)-NOTICINE.com
"Mi primer contacto con el arte fue a través de la danza, comencé a estudiar danza a mis cuatro años", contaba la argentina Marlene Grinberg al presentar su opera prima en la gran pantalla, que esta semana tendrá su estreno comercial en el país.
La directora, que trabajó durante una década como asistente de dirección para cineastas como Pablo Fendrik o Jeanine Meerapfel, encontró en su propio pasado el punto de partida. "Mi primer contacto con el arte fue a través de la danza, comencé a estudiar danza a mis cuatro años", contó Grinberg en una conferencia de prensa posterior a la exhibición de la película. "Puedo decir que mis grandes maestras de vida son bailarinas. De ahí nace la voluntad de querer contar una historia a través del movimiento de los cuerpos. La vida en relación a la danza. Bailar la vida".
Esa voluntad se materializa en la pantalla no como un filme sobre la danza, sino como un relato donde el movimiento atraviesa a los personajes. La armonía que Emma y Alicia han construido se quiebra con la aparición de Bárbara, la hija de una y madre de la otra, una figura ausente que regresa cargando un pasado no explicitado. La convivencia forzada en ese escenario aislado se convierte en un campo de fuerzas donde emergen tensiones, deseos reprimidos y secretos que habían permanecido bajo la superficie del lago.
"Me interesa explorar el límite de 'lo real', donde los roles se desdibujan, el pasado irrumpe en el presente y las ausencias se vuelven presencias", explicó la directora sobre el núcleo de su película. Para Grinberg, " 'el otro lado del espejo' funciona como espacio simbólico donde se resignifican vínculos, mandatos y lugares comunes". Desde esa idea, concibió el universo de "Tres Tiempos" en clave de cuento, un relato donde los personajes, partiendo de arquetipos familiares, se esfuerzan por romperlos y habitarlos de una manera nueva.
El proceso de trasladar esa visión a la imagen fue meticuloso. "Por el tema de la fotografía tuvimos un montón de charlas con Mariano Suarez, Director de Fotografía", relató Grinberg. "Yo dibujé toda la película para transmitirle a él lo que imaginaba, lo que quería". El resultado es una puesta en escena que privilegia lo corporal sobre lo verbal, donde las manos, las posturas y las respiraciones construyen un diálogo paralelo al de las pocas palabras intercambiadas.
La película, una coproducción entre Argentina, Chile, Uruguay y Francia, ha ido tejiendo su camino a través de varios festivales internacionales. Participó en las competencias oficiales del Festival de Kyiv, de Trieste y del Festival Rizoma en Madrid, y en etapas previas de desarrollo obtuvo reconocimientos en el Labex WIP, el Patagonia Film Lab y el First Cut Lab.
En el centro de este relato sobre la herencia y los mandatos familiares late una pregunta persistente. "¿Qué significa ser madre? Ser o no ser madre marca nuestra vida como mujeres", reflexionó la cineasta. "Y más aún, nuestras vidas están determinadas por las etiquetas de nuestra familia. Incluso antes de ser madres, hijas o abuelas, somos mujeres. De ahí la idea del espejo invertido de las generaciones". En la casa frente al lago, ese espejo se empaña, se agrieta y, en ocasiones, refleja una imagen que las propias mujeres apenas reconocen, mientras intentan encontrar un ritmo propio más allá de la coreografía que les fue impuesta.
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La directora, que trabajó durante una década como asistente de dirección para cineastas como Pablo Fendrik o Jeanine Meerapfel, encontró en su propio pasado el punto de partida. "Mi primer contacto con el arte fue a través de la danza, comencé a estudiar danza a mis cuatro años", contó Grinberg en una conferencia de prensa posterior a la exhibición de la película. "Puedo decir que mis grandes maestras de vida son bailarinas. De ahí nace la voluntad de querer contar una historia a través del movimiento de los cuerpos. La vida en relación a la danza. Bailar la vida".
Esa voluntad se materializa en la pantalla no como un filme sobre la danza, sino como un relato donde el movimiento atraviesa a los personajes. La armonía que Emma y Alicia han construido se quiebra con la aparición de Bárbara, la hija de una y madre de la otra, una figura ausente que regresa cargando un pasado no explicitado. La convivencia forzada en ese escenario aislado se convierte en un campo de fuerzas donde emergen tensiones, deseos reprimidos y secretos que habían permanecido bajo la superficie del lago.
"Me interesa explorar el límite de 'lo real', donde los roles se desdibujan, el pasado irrumpe en el presente y las ausencias se vuelven presencias", explicó la directora sobre el núcleo de su película. Para Grinberg, " 'el otro lado del espejo' funciona como espacio simbólico donde se resignifican vínculos, mandatos y lugares comunes". Desde esa idea, concibió el universo de "Tres Tiempos" en clave de cuento, un relato donde los personajes, partiendo de arquetipos familiares, se esfuerzan por romperlos y habitarlos de una manera nueva.
El proceso de trasladar esa visión a la imagen fue meticuloso. "Por el tema de la fotografía tuvimos un montón de charlas con Mariano Suarez, Director de Fotografía", relató Grinberg. "Yo dibujé toda la película para transmitirle a él lo que imaginaba, lo que quería". El resultado es una puesta en escena que privilegia lo corporal sobre lo verbal, donde las manos, las posturas y las respiraciones construyen un diálogo paralelo al de las pocas palabras intercambiadas.
La película, una coproducción entre Argentina, Chile, Uruguay y Francia, ha ido tejiendo su camino a través de varios festivales internacionales. Participó en las competencias oficiales del Festival de Kyiv, de Trieste y del Festival Rizoma en Madrid, y en etapas previas de desarrollo obtuvo reconocimientos en el Labex WIP, el Patagonia Film Lab y el First Cut Lab.
En el centro de este relato sobre la herencia y los mandatos familiares late una pregunta persistente. "¿Qué significa ser madre? Ser o no ser madre marca nuestra vida como mujeres", reflexionó la cineasta. "Y más aún, nuestras vidas están determinadas por las etiquetas de nuestra familia. Incluso antes de ser madres, hijas o abuelas, somos mujeres. De ahí la idea del espejo invertido de las generaciones". En la casa frente al lago, ese espejo se empaña, se agrieta y, en ocasiones, refleja una imagen que las propias mujeres apenas reconocen, mientras intentan encontrar un ritmo propio más allá de la coreografía que les fue impuesta.
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