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Colaboración: Terminator y la extraña foto del Che

por © NOTICINE.com
Arnold Schwarzenegger
Por Sergio Berrocal     
 
Ignoraba este plano que me ha dejado patitieso de un episodio de la excelente serie policíaca norteamericana "Blue Bloods": un aula de clase para jóvenes de la alta sociedad católica neoyorquina y en la pared lo nunca esperado, un cuadro con una foto del Che Guevara al lado de un crucifijo.

La sorpresa al ver esa corta secuencia en el televisor me ha recordado algo que yo tenía por inverosímil y que me contaba el director cubano Pastor Vega. Que desde tiempos atrás -nuestra conversación tenía lugar alrededor de los años noventa en París-, actores y directores de cine norteamericano que visitaban Cuba intentaban influir a su regreso a Washington para procurar mejorar las relaciones entre la isla y Estados Unidos. Esta acción llegó incluso a tener nombre: la diplomacia del cine.

¿Correspondería el plano con la foto del Che, rodado en los años 2000, a esa diplomacia? ¿O será una manipulación ahora que todo se puede manipular en la imagen?

En diciembre de 1993, el Festival de La Habana recibía una de las visitas más sorprendentes que pudiese imaginarse. Días después de iniciarse la muestra aterrizaba en el aeropuerto José Martí el actor Arnold Schwarzenegger , conocido por su conservadurismo en compañía de su esposa, Maria Schriver, reputada periodista y sobrina del fallecido presidente demócrata John F. Kennnedy. Visita tanto más sorprendente cuanto que se sabía que para poder realizarla el protagonista de "Terminator" había tenido que abandonar por unos días un film que rodaba en Miami y capear el furor de la poderosa comunidad cubana de esa ciudad norteamericana que le había amenazado con boicotear sus películas si iba a Cuba.

Aunque sería una estancia muy corta —llegaron un viernes por la mañana a las 09.00 hora local y a las 16.30 regresaban en su avión privado— la expectación fue enorme y justificada.

La pareja había salido del aeropuerto José Martí sin decir una palabra y en un Mercedes con chófer puesto a su disposición por el servicio de protocolo del ministerio de Relaciones Exteriores, recorrió La Habana vieja a paso de carga.

Los periodistas que les siguieron atravesando La Habana a más de 80 km/h comprendieron pronto que si había tanta prisa era porque el conductor había recibido la orden de despistarlos. Una hora después, tras una rápida visita a una galería de pintura cubana, el actor y la periodista se presentaban en la sede del ICAIC y con el pico cerrado subían al despacho del presidente de este organismo, el mismo Alfredo Guevara que días antes compartía mojitos con amigos en una suite del Hotel Nacional para festejar "Fresa y chocolate".

Nunca se supo lo que se dijeron pero al rato el Mercedes del protocolo conducía a la pareja a una residencia puesta igualmente a su disposición por el ministerio de Relaciones Exteriores en la exclusiva zona de las afueras de La Habana donde el Gobierno cubano tiene sus casas de huéspedes, bonitas villas perdidas en un mar de verdura y discretamente custodiadas.

Los periodistas que les seguían pensaron que estaban descansando y se dispusieron a esperar. No había pasado mucho tiempo cuando por la avenida cubierta de gigantescos árboles se perfiló la silueta de un desvencijado coche Lada, herencia de los tiempos de hermandad con el bloque comunista europeo. Un fotógrafo empezó a correr mientras un periodista de un canal de TV anglosajón ponía en marcha su cámara. El visitante era nada menos que Roberto Robaina, el joven ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, quien puso gesto de desagrado al percatarse de la presencia de los reporteros. La puerta de la casa se cerró tras él y el cuento se acabó. O casi. Porque después de permanecer un par de horas juntos, la pareja norteamericana fue conducida lo más discretamente posible al aeropuerto. Cosa más que sospechosa, que los corresponsales en La Habana interpretaron adecuadamente, al día siguiente el diario oficial del PC cubano, Granma, auténtico termómetro de la vida nacional más por lo que no dice que por lo que cuenta, reseñaba la visita relámpago de Schwarzenegger aunque olvidándose totalmente de aquella extraña visita que le hiciera Robaina. Y hasta la no menos secreta visita a Alfredo Guevara.

En los últimos años, los Festivales de La Habana han sido el marco de una serie de reuniones paralelas, que sin duda tienen algo que ver con "la diplomacia del cine". Dejando aparte las entrevistas que regularmente mantienen los actores y directores de Estados Unidos que viajan a Cuba en el mes de diciembre, a veces desafiando consignas más que serias del Departamento de Estado, hay toda una serie de encuentros que en el fárrago de la inmensa actividad festivalera pasan totalmente desapercibidas para la mayoría de la gente. En 1993, las reuniones profesionales tenían en el bando norteamericano a Harry Belafonte, el realizador independiente John Sales y el actor Eli Wallach, este último conocido en otros tiempos por películas como "Baby Doll" y "The Misfits".

Estos representantes de la industria cinematográfica norteamericana también tomarían parte en actos que poco tenían que ver con el Séptimo Arte aunque se organizasen en una sala de cine de La Habana. Combativo a más no poder pese a sus muchos años, Eli Wallach tuvo así la oportunidad de apoyar la acción de de asociaciones privadas de los Estados Unidos que abogan abiertamente por el fin del bloqueo. Y Harry Belafonte pudo lanzar, una vez más, el mensaje que contra el "imperialismo" estadounidense no se cansaba de repetir, en inglés y en la capital cubana, desde hace un montón de años.

Ese mismo año, algún periodista curioso pudo comprobar la coincidencia del Festival con la presencia en La Habana de un representante de la comunidad judía cubana de Miami que había atravesado los casi 150 kilómetros que separan a ambas ciudades con el pretexto de ofrecer medicamentos al Gobierno. Lo curioso —en esta historia de la cinediplomacia todo o casi todo es cuando menos extraño- es que el personaje en cuestión fue conducido hasta el Palacio de la Revolución, donde le esperaban, en un auto Lada del ICAIC...

(Tomado del libro del autor "Cuba, Revolución y dólares").

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