Colaboración: Recuerdos de un Festival de La Habana o el peligro de las jineteras
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Por Sergio Berrocal (*)
(En diciembre de 1993, cuando " Fresa y chocolate " triunfó apoteósicamente en el Festival de Cine de La Habana y la homosexualidad, hasta ahora reprimida, saltaba a las bulliciosas calles de La Habana, el periodista Sergio Berrocal experimentó en sus propias carnes, o casi, que el poder es el poder).
Jinetera es el lindo nombre que en Cuba se da a mujeres, siempre o casi jóvenes, que emplean todas las artimañas sexuales para ganar dinero. Pero en ningún caso hay que confundirlas con las prostitutas que conocemos en Occidente. Es toda una filosofía del amor mercantil.
En 1993 constituían un verdadero fenómeno de sociedad. Lindísimas jovencitas, en su mayoría salidas de universidades o de escuelas superiores del interior del país, que andaban en busca del dólar como solución para sus problemas.
Pepe Horta, entonces director del Festival de Cine y amigo íntimo de Alfredo Guevara, presidente del Festival y hombre fuerte del cine cubano, me había dicho en la recepción de su amigo y patrón que estaba preparando un documental sobre esas mujeres para explicar que no se trataba de prostitutas profesionales sino de chicas que habían elegido aquella solución como forma transitoria de ganarse la vida, en espera de que las cosas mejorasen.
El moreno y guapetón cincuentón Pepe—camisa de seda negra, pantalón del mismo color, teléfono móvil en ristre— me había explicado: "En ese documental sobre las jineteras pienso atacar la intolerancia".
Pepe Horta presumía de sus fuerzas. Había bajado la guardia ante aquellos para quienes todas esas aperturas eran poco menos que cosa de "maricones", calificativo que en la boca de un marxista cubano ortodoxo suena fatal.
Al día siguiente de enviar mi crónica contando las loables intenciones de Pepe, las jineteras que me hacían carantoñas alrededor del Hotel Nacional de La Habana habían desaparecido. Busqué intrigado y finalmente, con el fatalismo del trópico, me di por vencido. Compañeros de tareas informativas me hicieron entender el por qué de aquella repentina desaparición : esa misma camarilla había querido demostrar que el problema social que Pepe quería explicar por necesidades del momento e indirectamente por fallos no confesados del sistema duraba el tiempo que a ellos les daba la gana.
Al otro día por la mañana, cuando los vendedores de habanos y de PPG (un remedio presuntamente contra el colesterol y contra los fallos sexuales) ya empezaban a cercar a los turistas, las jineteras volvieron a aparecer por los alrededores del Hotel Nacional.
Lo que no había gustado donde las cosas tienen que gustar es que la intención de Pepe Horta se convertía en una entrevista que la Agencia France Presse difundía por decenas de periódicos, radio y televisiones del mundo.. El proyecto de documental nunca se realizó y la entrevista transmitida desde La Habana para los cinco continentes me valió un comienzo de puesta en cuarentena decretada aparentemente por la más alta autoridad el Festival de La Habana que, además y probablemente tampoco había medido las consecuencias de sus declaraciones sobre la realización de "Fresa y chocolate".
Un año después, en diciembre de 1994, cuando ya "Fresa y chocolate" había dado la vuelta al mundo entre aplausos, Alfredo Guevara recibía el título de doctor Honoris Causa de Arte en el Instituto Superior de Arte, en las afueras de La Habana. Una coincidencia probablemente y que nada tenía que hablar con todo lo contado anteriormente. Pese a lo cual algunas malas lenguas consideraron aquella condecoración como una recompensa a quien había sabido aguantar las embestidas de los estalinistas agazapados en el Partido Comunista Cubano.
En aquella noche de todos los mojitos, la sorpresa fue mayúscula cuando apareció Fidel Castro junto a Guevara. El jefe del Estado cubano jamás se había molestado antes para una ceremonia de ese tipo. Con las lágrimas en los ojos y su eterna chaquetilla en los hombros, el homenajeado diría: "Un día te dije, Fidel, y quiero en esta ocasión repetirlo, querido y respetado Fidel que soy quien soy porque eres quien eres. Sin tí, sin tu dimensión, sin tu presencia, sería otro".
Por cierto: ya en aquel mes de diciembre del 94 Pepe Horta no era director del Festival de La Habana. Unos meses antes, cuando estaba a punto de salir desde el aeropuerto habanero José Martí hacia México para promocionar el Festival, la policía cubana le había hecho bajar del avión. Sus maletas fueron registradas a fondo y su pasaporte mirado una y otra vez. Al cabo de un buen rato, le devolvían el documento y le decían que podía subir de nuevo al avión. "Me han humillado", me gritó días después por teléfono desde México. Al cabo de unas semanas se marchaba a Miami, donde en los primeros tiempos al menos regentó con mucho éxito un bar.
Un año después, durante la edición del Festival de 1994, algunos periodistas iban a seguir sintiendo el temporal de diciembre de 1993 y pagar, aunque fuese poca cosa, el entusiasmo que habían manifestado.
El único recuerdo cinematográfico de lo vivido un año anterior fue una cinta presentada por Cuba, "Derecho de Asilo" de Octavio Cortázar que cuenta malamente los avatares de un muchacho que tiene que pedir asilo político ya que sus ideas no cuadran con el régimen de turno. La acción se sitúa en un país de América Latina no identificada. Pero en el momento de su presentación en La Habana, el interés se centraba más bien en el asilado-intérprete, Jorge Perugorría, el superhomo de "Fresa y chocolate".
A mí, nunca se aprende la primera vez, se me ocurrió comentar en una crónica que con esta película, en la que el héroe se pasa más tiempo librándose a ejercicios eróticos con la acogedora embajadora de su asilo y a una exhibición total de su físico, Perugorría había querido lavarse de la imagen de maricón intelectual que los azares del cine le habían obligado a representar. Y cariñosamente se le ocurrió decir que encarnaba a "un machito loco"
A la mañana siguiente de la clausura, una emisora de La Habana iba a dedicar tres largos minutos al recién acabado Festival para ponerme como un trapo. La comentarista, que parecía enfurecida a más no poder, diría claramente que yo había querido ensuciar la imagen de la muestra diciendo cosas como lo de "machito loco" y señalando que ese año hubo pocos visitantes extranjeros de marca.
Nunca más he sabido de Pepe Horta y el Festival ya no me considera suficientemente importante como para incluirme entre sus huéspedes de honor.
(*): Sergio Berrocal es periodista, escritor y cinéfilo. Ha trabajado para France Presse y Prensa Latina. Su última novela publicada es "Último vuelo para Manaus".
(En diciembre de 1993, cuando " Fresa y chocolate " triunfó apoteósicamente en el Festival de Cine de La Habana y la homosexualidad, hasta ahora reprimida, saltaba a las bulliciosas calles de La Habana, el periodista Sergio Berrocal experimentó en sus propias carnes, o casi, que el poder es el poder).
Jinetera es el lindo nombre que en Cuba se da a mujeres, siempre o casi jóvenes, que emplean todas las artimañas sexuales para ganar dinero. Pero en ningún caso hay que confundirlas con las prostitutas que conocemos en Occidente. Es toda una filosofía del amor mercantil.
En 1993 constituían un verdadero fenómeno de sociedad. Lindísimas jovencitas, en su mayoría salidas de universidades o de escuelas superiores del interior del país, que andaban en busca del dólar como solución para sus problemas.
Pepe Horta, entonces director del Festival de Cine y amigo íntimo de Alfredo Guevara, presidente del Festival y hombre fuerte del cine cubano, me había dicho en la recepción de su amigo y patrón que estaba preparando un documental sobre esas mujeres para explicar que no se trataba de prostitutas profesionales sino de chicas que habían elegido aquella solución como forma transitoria de ganarse la vida, en espera de que las cosas mejorasen.
El moreno y guapetón cincuentón Pepe—camisa de seda negra, pantalón del mismo color, teléfono móvil en ristre— me había explicado: "En ese documental sobre las jineteras pienso atacar la intolerancia".
Pepe Horta presumía de sus fuerzas. Había bajado la guardia ante aquellos para quienes todas esas aperturas eran poco menos que cosa de "maricones", calificativo que en la boca de un marxista cubano ortodoxo suena fatal.
Al día siguiente de enviar mi crónica contando las loables intenciones de Pepe, las jineteras que me hacían carantoñas alrededor del Hotel Nacional de La Habana habían desaparecido. Busqué intrigado y finalmente, con el fatalismo del trópico, me di por vencido. Compañeros de tareas informativas me hicieron entender el por qué de aquella repentina desaparición : esa misma camarilla había querido demostrar que el problema social que Pepe quería explicar por necesidades del momento e indirectamente por fallos no confesados del sistema duraba el tiempo que a ellos les daba la gana.
Al otro día por la mañana, cuando los vendedores de habanos y de PPG (un remedio presuntamente contra el colesterol y contra los fallos sexuales) ya empezaban a cercar a los turistas, las jineteras volvieron a aparecer por los alrededores del Hotel Nacional.
Lo que no había gustado donde las cosas tienen que gustar es que la intención de Pepe Horta se convertía en una entrevista que la Agencia France Presse difundía por decenas de periódicos, radio y televisiones del mundo.. El proyecto de documental nunca se realizó y la entrevista transmitida desde La Habana para los cinco continentes me valió un comienzo de puesta en cuarentena decretada aparentemente por la más alta autoridad el Festival de La Habana que, además y probablemente tampoco había medido las consecuencias de sus declaraciones sobre la realización de "Fresa y chocolate".
Un año después, en diciembre de 1994, cuando ya "Fresa y chocolate" había dado la vuelta al mundo entre aplausos, Alfredo Guevara recibía el título de doctor Honoris Causa de Arte en el Instituto Superior de Arte, en las afueras de La Habana. Una coincidencia probablemente y que nada tenía que hablar con todo lo contado anteriormente. Pese a lo cual algunas malas lenguas consideraron aquella condecoración como una recompensa a quien había sabido aguantar las embestidas de los estalinistas agazapados en el Partido Comunista Cubano.
En aquella noche de todos los mojitos, la sorpresa fue mayúscula cuando apareció Fidel Castro junto a Guevara. El jefe del Estado cubano jamás se había molestado antes para una ceremonia de ese tipo. Con las lágrimas en los ojos y su eterna chaquetilla en los hombros, el homenajeado diría: "Un día te dije, Fidel, y quiero en esta ocasión repetirlo, querido y respetado Fidel que soy quien soy porque eres quien eres. Sin tí, sin tu dimensión, sin tu presencia, sería otro".
Por cierto: ya en aquel mes de diciembre del 94 Pepe Horta no era director del Festival de La Habana. Unos meses antes, cuando estaba a punto de salir desde el aeropuerto habanero José Martí hacia México para promocionar el Festival, la policía cubana le había hecho bajar del avión. Sus maletas fueron registradas a fondo y su pasaporte mirado una y otra vez. Al cabo de un buen rato, le devolvían el documento y le decían que podía subir de nuevo al avión. "Me han humillado", me gritó días después por teléfono desde México. Al cabo de unas semanas se marchaba a Miami, donde en los primeros tiempos al menos regentó con mucho éxito un bar.
Un año después, durante la edición del Festival de 1994, algunos periodistas iban a seguir sintiendo el temporal de diciembre de 1993 y pagar, aunque fuese poca cosa, el entusiasmo que habían manifestado.
El único recuerdo cinematográfico de lo vivido un año anterior fue una cinta presentada por Cuba, "Derecho de Asilo" de Octavio Cortázar que cuenta malamente los avatares de un muchacho que tiene que pedir asilo político ya que sus ideas no cuadran con el régimen de turno. La acción se sitúa en un país de América Latina no identificada. Pero en el momento de su presentación en La Habana, el interés se centraba más bien en el asilado-intérprete, Jorge Perugorría, el superhomo de "Fresa y chocolate".
A mí, nunca se aprende la primera vez, se me ocurrió comentar en una crónica que con esta película, en la que el héroe se pasa más tiempo librándose a ejercicios eróticos con la acogedora embajadora de su asilo y a una exhibición total de su físico, Perugorría había querido lavarse de la imagen de maricón intelectual que los azares del cine le habían obligado a representar. Y cariñosamente se le ocurrió decir que encarnaba a "un machito loco"
A la mañana siguiente de la clausura, una emisora de La Habana iba a dedicar tres largos minutos al recién acabado Festival para ponerme como un trapo. La comentarista, que parecía enfurecida a más no poder, diría claramente que yo había querido ensuciar la imagen de la muestra diciendo cosas como lo de "machito loco" y señalando que ese año hubo pocos visitantes extranjeros de marca.
Nunca más he sabido de Pepe Horta y el Festival ya no me considera suficientemente importante como para incluirme entre sus huéspedes de honor.
(*): Sergio Berrocal es periodista, escritor y cinéfilo. Ha trabajado para France Presse y Prensa Latina. Su última novela publicada es "Último vuelo para Manaus".