Las visiones indígenas de "Utama" y "El gran movimiento" dan protagonismo a Bolivia en Montreal
- por © María Gómez Bravo (Montreal)-NOTICINE.com
Como si de un caleidoscopio se tratara, la cámara del boliviano Kiro Russo se acerca a La Paz descomponiendo en distintos reflejos las realidades de la ciudad andina, en un difícil equilibrio entre la ficción y el documental en "El gran movimiento". En este recorrido arriesgado que propone, Russo sorprende: la atmósfera de la cinta, los personajes, la fotografía de la miseria desde la propia voz de los protagonistas que, sin embargo, no pierden el humanismo. En este zoom alcanzamos a ver el lado más descarnado de la metrópoli más alta del mundo, el del hambre, la falta de trabajo, la enfermedad. Y, al mismo tiempo, esa conexión con la identidad y las tradiciones de los pueblos indígenas que tejen, de alguna manera, esa red que salva a Elder, el protagonista.
En la visión de Russo caben muchas contradicciones, entre ellas las de los propios espectadores. Este salto estético que cuestiona las ritmos establecidos sirve también para ahondar, precisamente, en esos dogmas que se perpetúan en torno a los pueblos autóctonos. Incluso de la misma manera en la que, a menudo, parece confundir (y hasta perder) a quien se sienta en la butaca. Casi podríamos decir que hace de nexo de unión entre dos mundos: el real y el imaginario, como metáfora también de esos otros dos mundos, como si de blanco y negro se tratase, sin dejar de lado toda la escala de grises, de los pueblos autóctonos y no autóctonos.
Estos dilemas conectan también con esa otra realidad que presenta "Utama", segunda première boliviana, junto a la de Russo, en este Festival Internacional de la Presencia Autóctona de Montreal. El contraste es aún mayor: del caos paceño nos vamos al tiempo detenido, al silencio, a la belleza de la lentitud del altiplano. Ciudad versus rural.
¿Qué será de nosotros si la tierra ya no tiene voz, si las historias que componen nuestras raíces van diluyéndose hasta desaparecer? El tiempo apremia a Virginio y Sisa, que ven cómo su frágil equilibrio vital se tambalea: la escasez de agua amenaza con empujarlos a emigrar a la ciudad en busca del sustento, de la propia supervivencia. Una salida que pone en peligro su propia identidad quechua, su historia, la que queda en ese lugar donde han habitado toda su vida. Es la eterna pregunta: luchar, resistir o rendirse. Y entre medias, las grandes cuestiones sobre el cambio climático, sobre la tradición, las relaciones familiares, las raíces. Todo en un marco propio para sentir ese desasosiego, esa angustia vital a través de los fotogramas limpios, amplios, de Alejandro Loayza Grisi, que se llevaron el Premio del Jurado a la mejor película en el Festival de Sundance.
La lengua, la tradición, el propio concepto identitario de estas comunidades, las costumbres, las amenazas reales que se ciernen sobre estos pueblos primitivos no pertenecen al pasado, sino que están más presentes que nunca. Y a futuro, ¿qué sociedad queremos ser si damos la espalda a esa identidad? Este, en concreto, ha sido el punto de partida de la Masterclass de esta edición 32 ("Identidad indígena y films") del Festival, y también el nexo de unión en un contexto actual de reconocimiento de estos primeros pueblos, más allá del gesto. Como en el de Russo o el de Loayza, altavoces de esa otra Bolivia que en esta parada canadiense prosiguen en ese alegato y visibilización.
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En la visión de Russo caben muchas contradicciones, entre ellas las de los propios espectadores. Este salto estético que cuestiona las ritmos establecidos sirve también para ahondar, precisamente, en esos dogmas que se perpetúan en torno a los pueblos autóctonos. Incluso de la misma manera en la que, a menudo, parece confundir (y hasta perder) a quien se sienta en la butaca. Casi podríamos decir que hace de nexo de unión entre dos mundos: el real y el imaginario, como metáfora también de esos otros dos mundos, como si de blanco y negro se tratase, sin dejar de lado toda la escala de grises, de los pueblos autóctonos y no autóctonos.
Estos dilemas conectan también con esa otra realidad que presenta "Utama", segunda première boliviana, junto a la de Russo, en este Festival Internacional de la Presencia Autóctona de Montreal. El contraste es aún mayor: del caos paceño nos vamos al tiempo detenido, al silencio, a la belleza de la lentitud del altiplano. Ciudad versus rural.
¿Qué será de nosotros si la tierra ya no tiene voz, si las historias que componen nuestras raíces van diluyéndose hasta desaparecer? El tiempo apremia a Virginio y Sisa, que ven cómo su frágil equilibrio vital se tambalea: la escasez de agua amenaza con empujarlos a emigrar a la ciudad en busca del sustento, de la propia supervivencia. Una salida que pone en peligro su propia identidad quechua, su historia, la que queda en ese lugar donde han habitado toda su vida. Es la eterna pregunta: luchar, resistir o rendirse. Y entre medias, las grandes cuestiones sobre el cambio climático, sobre la tradición, las relaciones familiares, las raíces. Todo en un marco propio para sentir ese desasosiego, esa angustia vital a través de los fotogramas limpios, amplios, de Alejandro Loayza Grisi, que se llevaron el Premio del Jurado a la mejor película en el Festival de Sundance.
La lengua, la tradición, el propio concepto identitario de estas comunidades, las costumbres, las amenazas reales que se ciernen sobre estos pueblos primitivos no pertenecen al pasado, sino que están más presentes que nunca. Y a futuro, ¿qué sociedad queremos ser si damos la espalda a esa identidad? Este, en concreto, ha sido el punto de partida de la Masterclass de esta edición 32 ("Identidad indígena y films") del Festival, y también el nexo de unión en un contexto actual de reconocimiento de estos primeros pueblos, más allá del gesto. Como en el de Russo o el de Loayza, altavoces de esa otra Bolivia que en esta parada canadiense prosiguen en ese alegato y visibilización.
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