Crítica: "Mecánica popular"... pero descompuesta
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Por Edurne Sarriegui
"Mecánica Popular", el trabajo más reciente del director y guionista argentino Alejandro Agresti ("Buenos Aires Viceversa", "La casa del lago") se estrena esta semana en su país de origen. Difícil de definir por su temática y tratamiento, esta cinta que apunta a criticar el esnobismo intelectual es también difícil de ver y pesada para digerir.
Mario Zavadikner (Alejandro Awada) es dueño de una editorial especializada en la publicación de filosofía y psicología. Desencantado con su vida profesional y deprimido por su vida personal, acude una noche a las oficinas de la editorial dispuesto a suicidarse. Sus intenciones se ven interrumpidas por la presencia de Silvia Beltrán (Marina Glezer), una joven escritora que amenaza con hacer lo mismo si el editor no accede a leer su obra.
Durante esa noche, el editor y la escritora conversarán y beberán interrumpidos en varias ocasiones por el encargado de la seguridad del lugar (Patricio Contreras) al que el dueño de la editorial no consigue nombrar correctamente por su nombre a pesar de la cantidad de años que lleva trabajando allí. La larga noche y el alcohol también permitirán la aparición de la seducción y de los fantasmas de Mario. La juventud, el nombre compartido y la condición de escritora de Silvia le harán recordar a su esposa (Romina Ricci), también escritora y ya fallecida, que hará su aparición conformando un extraño triángulo.
El film tiene una puesta en escena esencialmente teatral. Todo el nudo de la trama se resuelve en un único escenario y entre los cuatro personajes mencionados.
Cuenta con un elenco de primer nivel que hace lo que puede con textos pomposos y por momentos insostenibles que parecen ignorar la presencia del espectador.
"Mecánica Popular" es una sátira sobre las poses intelectualoides y afectadas que termina justo cayendo en el pecado que denuncia. Resulta fallida a la hora de concitar el interés de los espectadores por unos personajes que en ningún momento llegan a conmover. Se pierde en la verborragia del discurso grandilocuente, exagerado y egocéntrico de un protagonista que pierde buena parte de su humanidad a medida que avanza la historia. Es suma, su mecánica se revela más bien descompuesta.
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"Mecánica Popular", el trabajo más reciente del director y guionista argentino Alejandro Agresti ("Buenos Aires Viceversa", "La casa del lago") se estrena esta semana en su país de origen. Difícil de definir por su temática y tratamiento, esta cinta que apunta a criticar el esnobismo intelectual es también difícil de ver y pesada para digerir.
Mario Zavadikner (Alejandro Awada) es dueño de una editorial especializada en la publicación de filosofía y psicología. Desencantado con su vida profesional y deprimido por su vida personal, acude una noche a las oficinas de la editorial dispuesto a suicidarse. Sus intenciones se ven interrumpidas por la presencia de Silvia Beltrán (Marina Glezer), una joven escritora que amenaza con hacer lo mismo si el editor no accede a leer su obra.
Durante esa noche, el editor y la escritora conversarán y beberán interrumpidos en varias ocasiones por el encargado de la seguridad del lugar (Patricio Contreras) al que el dueño de la editorial no consigue nombrar correctamente por su nombre a pesar de la cantidad de años que lleva trabajando allí. La larga noche y el alcohol también permitirán la aparición de la seducción y de los fantasmas de Mario. La juventud, el nombre compartido y la condición de escritora de Silvia le harán recordar a su esposa (Romina Ricci), también escritora y ya fallecida, que hará su aparición conformando un extraño triángulo.
El film tiene una puesta en escena esencialmente teatral. Todo el nudo de la trama se resuelve en un único escenario y entre los cuatro personajes mencionados.
Cuenta con un elenco de primer nivel que hace lo que puede con textos pomposos y por momentos insostenibles que parecen ignorar la presencia del espectador.
"Mecánica Popular" es una sátira sobre las poses intelectualoides y afectadas que termina justo cayendo en el pecado que denuncia. Resulta fallida a la hora de concitar el interés de los espectadores por unos personajes que en ningún momento llegan a conmover. Se pierde en la verborragia del discurso grandilocuente, exagerado y egocéntrico de un protagonista que pierde buena parte de su humanidad a medida que avanza la historia. Es suma, su mecánica se revela más bien descompuesta.
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