Crítica: “No llores por mí, Inglaterra”, goleada oportunista
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Por Edurne Sarriegui
Por si algún despistado no había caído en la cuenta de que la Copa Mundial de Fútbol 2018 está ahí, a la vuelta de la esquina, a punto de iniciarse, llega a las pantallas argentinas la comedia “No llores por mí, Inglaterra” de Néstor Montalbano. Con el fútbol como tema principal y los colores patrios por enseña, el director de “Pájaros volando” y “Por un puñado de pelos” entre otros títulos, nuevamente se decanta por el humor absurdo y recurre a una buena cantidad de estrellas televisivas reconocidas por el público.
La historia futbolero-colonial se inicia en 1806, cuando la primera invasión inglesa a Buenos Aires desplazó al virrey Sobremonte y se hizo cargo de la colonia española. Ante el descontento del pueblo, el gobernador inglés Beresford (Mike Amigorena), vislumbrando el efecto anestésico que dicho deporte podría tener sobre los rioplatenses, decide difundirlo e instruir en sus reglas a la población. De esta manera, el ladino gobernador espera controlar fácilmente el malestar popular y los connatos de insurrección.
Para ello cuenta con la colaboración de Manolete (Gonzalo Heredia), un criollo promotor de eventos, al que no le importa ni jugar sucio ni aliarse con el enemigo, todo sea por los negocios.
El despertar de la nueva pasión conllevará la formación de antagonismos entre el barrio Embocadura y el de La Ribera. Cualquier similitud fonética con la actualidad… ¡pura coincidencia! De ahí a la formación de una selección nacional -aun cuando no existía la nación- para enfrentar al equipo del invasor, solo hay un paso. El director técnico de la escuadra, Sampedrito (Diego Capusotto), iniciará una búsqueda de los mejores jugadores para llegar al partido con las mayores posibilidades de éxito, mientras la resistencia se prepara, solapadamente y en medio del fervor futbolero, para la Reconquista.
Con las necesarias licencias históricas, el film es una humorada de principio a fin. Recurre a la presencia de Fernando Cavenaghi y José Chatruc -dos exjugadores- y de Evangelina Cabrera -presidenta de la Asociación Femenina de Fútbol Argentino- para conseguir el toque “profesional” en el evento. Se suceden los anacronismos y las referencias futbolísticas reales buscando la complicidad del espectador. Y explica, a su modo, la elección del nombre y los colores de la camiseta de los amores del público colonial. Las citas memorables del deporte nacional, tics y características de deportistas contemporáneos y acciones inolvidables de figuras legendarias, están presentes para refrescar la memoria del público y provocar la risa.
Esta idea de Montalbano, que tardó catorce años en conseguir la financiación necesaria, tiene una producción poco habitual en estas costas del Río de la Plata. Esto se hace evidente en el número inusual de extras, los uniformes de época y una serie de escenarios naturales en Colonia (Uruguay) y Buenos Aires, así como otros construidos por medio de realidad virtual.
“No llores por mí, Inglaterra” es una sátira sobre el carácter argentino y un muestrario de picardías criollas. Es un entretenimiento “pochoclero” local que supera con creces a muchos films foráneos de similar tenor. Delirante, liviano y sin más intención que entretener por un rato, se arroga la libertad de no tomarse en serio la historia.
Eso sí, está pensada y dirigida a aquellos espectadores amantes del rey de los deportes que en estas fechas buscan unirse al jolgorio nacional que provoca la proximidad de la Copa.
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Por si algún despistado no había caído en la cuenta de que la Copa Mundial de Fútbol 2018 está ahí, a la vuelta de la esquina, a punto de iniciarse, llega a las pantallas argentinas la comedia “No llores por mí, Inglaterra” de Néstor Montalbano. Con el fútbol como tema principal y los colores patrios por enseña, el director de “Pájaros volando” y “Por un puñado de pelos” entre otros títulos, nuevamente se decanta por el humor absurdo y recurre a una buena cantidad de estrellas televisivas reconocidas por el público.
La historia futbolero-colonial se inicia en 1806, cuando la primera invasión inglesa a Buenos Aires desplazó al virrey Sobremonte y se hizo cargo de la colonia española. Ante el descontento del pueblo, el gobernador inglés Beresford (Mike Amigorena), vislumbrando el efecto anestésico que dicho deporte podría tener sobre los rioplatenses, decide difundirlo e instruir en sus reglas a la población. De esta manera, el ladino gobernador espera controlar fácilmente el malestar popular y los connatos de insurrección.
Para ello cuenta con la colaboración de Manolete (Gonzalo Heredia), un criollo promotor de eventos, al que no le importa ni jugar sucio ni aliarse con el enemigo, todo sea por los negocios.
El despertar de la nueva pasión conllevará la formación de antagonismos entre el barrio Embocadura y el de La Ribera. Cualquier similitud fonética con la actualidad… ¡pura coincidencia! De ahí a la formación de una selección nacional -aun cuando no existía la nación- para enfrentar al equipo del invasor, solo hay un paso. El director técnico de la escuadra, Sampedrito (Diego Capusotto), iniciará una búsqueda de los mejores jugadores para llegar al partido con las mayores posibilidades de éxito, mientras la resistencia se prepara, solapadamente y en medio del fervor futbolero, para la Reconquista.
Con las necesarias licencias históricas, el film es una humorada de principio a fin. Recurre a la presencia de Fernando Cavenaghi y José Chatruc -dos exjugadores- y de Evangelina Cabrera -presidenta de la Asociación Femenina de Fútbol Argentino- para conseguir el toque “profesional” en el evento. Se suceden los anacronismos y las referencias futbolísticas reales buscando la complicidad del espectador. Y explica, a su modo, la elección del nombre y los colores de la camiseta de los amores del público colonial. Las citas memorables del deporte nacional, tics y características de deportistas contemporáneos y acciones inolvidables de figuras legendarias, están presentes para refrescar la memoria del público y provocar la risa.
Esta idea de Montalbano, que tardó catorce años en conseguir la financiación necesaria, tiene una producción poco habitual en estas costas del Río de la Plata. Esto se hace evidente en el número inusual de extras, los uniformes de época y una serie de escenarios naturales en Colonia (Uruguay) y Buenos Aires, así como otros construidos por medio de realidad virtual.
“No llores por mí, Inglaterra” es una sátira sobre el carácter argentino y un muestrario de picardías criollas. Es un entretenimiento “pochoclero” local que supera con creces a muchos films foráneos de similar tenor. Delirante, liviano y sin más intención que entretener por un rato, se arroga la libertad de no tomarse en serio la historia.
Eso sí, está pensada y dirigida a aquellos espectadores amantes del rey de los deportes que en estas fechas buscan unirse al jolgorio nacional que provoca la proximidad de la Copa.
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