Crítica: "Jugo de tamarindo", la desfasada desproporción del hombre-orquesta

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"Jugo de tamarindo"
Por José Romero Carrillo   

Corría el año 2003, cuando un videoclip marcó la carrera del cantante nacional Julio Andrade. Uno de tal éxito mediático que ha quedado prendando en la memoria del público tanto por una palabreja que se repetía sin cesar: “Quibiribironbo”, como por la presencia de una joven Karen Dejo, que era fotografiada en contraluces al estilo de Kim Basinger en 9 semanas y media. Seamos claros, "Jugo de tamarindo" fue un hito para Andrade, y hoy -dieciséis años después- busca reflotar el suceso, y de paso apuntalar, lo que para él es otro de sus intereses artísticos, la dirección de cine.

En la ficción, se cuenta la historia de Samy (alter ego de Andrade), un exitoso cantautor, que en el pináculo de su carrera vive una crisis de pareja. Y en uno de sus viajes a provincia, la ciudad de Ica para ser exactos se reencuentra con “Morochita”, la protagonista del videoclip en cuestión. Quien curiosamente y -¡oh, casualidad!- se dedica, después de tantos años, a bailar en un night club. Como es de suponer, de inmediato surge el verdadero amor así como los problemas.

Es válido tomar una premisa, o un factor comprobado del pasado para incorporarlo y actualizarlo a nuestros tiempos. Ya el cine nacional, lo había hecho, por ejemplo con la dupla Legaspi-Rossini en la fallida cinta de acción "Al filo de la ley". Sin embargo, la propuesta que arremete Andrade es de mayores desproporciones.

Considero que el primer y mayor error del film es que sea precisamente el realizador quien asuma el personaje del exitoso rockero que levanta pasiones por donde va. A todas luces, un claro ejemplo de miscast, pero si el sujeto en cuestión es el director / productor / guionista / protagonista, entonces entramos en el territorio del “todo-está-permitido”, lo que es igual a dejar la credibilidad afuera de la sala de cine.

Asumiendo este concepto, la película entera deviene en una sucesión de escenas con un endeble sentido de la “causalidad”.  Lo que se impone en cambio, es un criterio de exhibir los atributos físicos de casi el total de sus personajes femeninos, cine de explotación en toda la regla. En ese sentido, si hay algo en lo que "Jugo de tamarindo" fue consecuente y no engañó a nadie: Lo que te prometió en el trailer, es justamente lo que tendrás. Ni más, ni menos. Y con el plus, de un final indigno, de corrección social, con la doble moral que tanto se nos atribuye.

Una y otra vez, somos testigos que con la excusa de entretener al espectador, las barbaridades que se cometen. Se parte de un concepto tan manoseado y misterioso como es el “entretenimiento”, cuando ello es un resultado de múltiples factores, de una puesta en escena, de un guión escrito con dedicación y pulcritud, de una diligente dirección de actores, entre tantos detalles que son tomados muy a la ligera, por quienes se asumen como cineastas “todo terreno”, capaces de cumplir con múltiples tareas y al final, el resultado habla por sí solo.

"Jugo de tamarindo" es un producto desfasado de nuestra cinematografía, nos recuerda a Leónidas Zegarra o a la intentona de Iguana Films por hacerse de un espacio en el negocio del cine, pero de alarmante vigencia pues se abusa de la figura femenina únicamente para propósitos exhibicionistas / comerciales. Y regresionamos -con mucha razón- a aquella sentencia popular de años atrás, que afirmaba que el cine peruano solo trataba de “calatas y lisuras”.  Aquí hay de lo primero, sin la más mínima justificación dramática, un montaje torpe que al fin de cuentas incluye escenas solo porque ya han sido grabadas, y se echa en falta aquello mínimo que se le puede exigir a toda película de aspiración comercial: ritmo.

Mejor quedarse con el videoclip. Pues en él sí había una mente creadora, la de Percy Céspedes.

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