Crítica: "El verano que vivimos"... y mejor olvidamos
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Por Carolina G. Guerrero
La película española de Carlos Sedes "El verano que vivimos" (2020) prometía. El precioso cartel coloreado como un ocaso romántico, aunque algo cursi, seducía en la distancia. Fue en el pasado Festival de Sebastián cuando empezó a verse el afiche, justo colocado frente a la puerta principal del hotel María Cristina. La imagen, en tonos dorados casi sepias, mostraba un triangulo, dos hombres y en el centro una mujer, los tres de espaldas entrelazados por sus cinturas y hombros, como algo que evoca al pasado, enmarcados en hojas de vid... Y una se deja llevar y piensa en otros triángulos cinéfilos inolvidables, como el de "Dos hombres y un destino / Butch Cassidy / Butch Cassidy and the Sundance Kid", o apurando un poco" El Grant Gatsby / The Great Gatsby" o "Mogambo".
Pero claro, cuando la cinta que se presentó en el certamen donostiarra en proyección especial para la prensa comienza, la ilusión se desvaneció.
La película la dirige Carlos Sedes (realizador de populares teleseries como "Velvet" o "Fariña") y se nota en la factura, televisiva tanto en su guión, en el que han intervenido demasiadas manos, como en su técnica, de un inevitable aspecto de telefilm.
La historia se desarrolla en dos tiempos, o mejor dicho en dos épocas distintas, la primera discurre en el año 1998. Entonces, una estudiante de periodismo, descubre en un destino de prácticas allá por tierras gallegas, unas misteriosas cartas, o mejor dicho unas misteriosas esquelas que le conducen como no, a investigar un romance perdido en el tiempo...
La segunda época nos retrotrae a los años 50, en una plantación vinícola en tierras de Andalucía (Jerez, zona de la que la cinta es un lustroso publirreportaje), que es donde transcurre el grueso de la historia.
El atractivo y acaudalado Hernán (Pablo Molinero) está a punto de casarse, y decide invitar a su amigo de facultad Gonzalo (Javier Rey), a la boda, y de paso a que le ayude con el proyecto arquitectónico de sus nuevas bodegas en Jerez de la Frontera.
La novia es Blanca Suarez, una chica moderna que también se dedica al cuidado de los viñedos, y de la que Gonzalo cae prendido y enamorado al primer golpe de vista. El sentimiento es mutuo, y por supuesto ahí empieza el triángulo melodramático.
Abundan los clichés en esta relación a tres, todo muy manido y muy visto ya en el género romántico.
Se unen a la historia un padre enfermo, una madre que no se entera de nada, y una hermana que se enamora del chico equivocado, todos ellos familia de Hernán.
El guion acaba en tragedia griega, y ya se sabe que en este género melodramático, es muy fina la línea que separa lo bello e inolvidable, de lo ridículo e intragable, y por desgracia aquí abunda lo segundo.
Las historias del presente y el pasado se entrelazan, complicándolo aun más, antepasados y descendientes, poniendo en bandeja un final más que anunciado.
Ni siquiera las buenas intenciones de interpretación de Blanca Suárez con acento andaluz, y Pablo Molinero, sostienen el film, que se hace largo, tedioso y muy predecible, como un auténtico culebrón a la andaluza.
Y aunque parece que el presupuesto ha sido importante, y eso se ve, el conjunto no se salva, y se asemeja terriblemente a la típica telenovela de media tarde.
Por supuesto la emoción del romance no llega, quizás si traspasa la pantalla la química especial entre los dos actores, pero claro esto ya es otra historia..
¿Qué tiene de buena "El verano que vivimos"? Parece que de este rodaje salió una historia de amor verdadera entre sus protagonistas, Blanca Suárez y Javier Rey, Gonzalo y Lucía en la ficción, que a día de hoy perdura, y esto es todo.
De una factura que recuerda a aquellas "Palmeras en la nieve", estas cintas cojean por su factura telefílmica, carecen de calidad, quedándose en un experimento fallido.
La cinta de Fernández Molina, tuvo una importante recaudación de taquilla, apoyada por una campaña de marketing salvaje, mucho antes del estreno, y le predecía igualmente un éxito literario, y la gente pico el anzuelo.
En este caso, no le auguramos tan buen futuro a este intento, pues a pesar de que Antena 3 y su grupo mediático han puesto toda la carne en su asador, son tiempos muy difíciles para los cines, con esta crisis sanitaria que de momento no nos deja, y este culebrón jerezano apenas se sostiene.
Así que con un título tan evocador como "El verano que vivimos", tristemente podría convertirse en "El verano que antes olvidemos", pues no será esta una cinta que perdure ni se recuerde en el tiempo.
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La película española de Carlos Sedes "El verano que vivimos" (2020) prometía. El precioso cartel coloreado como un ocaso romántico, aunque algo cursi, seducía en la distancia. Fue en el pasado Festival de Sebastián cuando empezó a verse el afiche, justo colocado frente a la puerta principal del hotel María Cristina. La imagen, en tonos dorados casi sepias, mostraba un triangulo, dos hombres y en el centro una mujer, los tres de espaldas entrelazados por sus cinturas y hombros, como algo que evoca al pasado, enmarcados en hojas de vid... Y una se deja llevar y piensa en otros triángulos cinéfilos inolvidables, como el de "Dos hombres y un destino / Butch Cassidy / Butch Cassidy and the Sundance Kid", o apurando un poco" El Grant Gatsby / The Great Gatsby" o "Mogambo".
Pero claro, cuando la cinta que se presentó en el certamen donostiarra en proyección especial para la prensa comienza, la ilusión se desvaneció.
La película la dirige Carlos Sedes (realizador de populares teleseries como "Velvet" o "Fariña") y se nota en la factura, televisiva tanto en su guión, en el que han intervenido demasiadas manos, como en su técnica, de un inevitable aspecto de telefilm.
La historia se desarrolla en dos tiempos, o mejor dicho en dos épocas distintas, la primera discurre en el año 1998. Entonces, una estudiante de periodismo, descubre en un destino de prácticas allá por tierras gallegas, unas misteriosas cartas, o mejor dicho unas misteriosas esquelas que le conducen como no, a investigar un romance perdido en el tiempo...
La segunda época nos retrotrae a los años 50, en una plantación vinícola en tierras de Andalucía (Jerez, zona de la que la cinta es un lustroso publirreportaje), que es donde transcurre el grueso de la historia.
El atractivo y acaudalado Hernán (Pablo Molinero) está a punto de casarse, y decide invitar a su amigo de facultad Gonzalo (Javier Rey), a la boda, y de paso a que le ayude con el proyecto arquitectónico de sus nuevas bodegas en Jerez de la Frontera.
La novia es Blanca Suarez, una chica moderna que también se dedica al cuidado de los viñedos, y de la que Gonzalo cae prendido y enamorado al primer golpe de vista. El sentimiento es mutuo, y por supuesto ahí empieza el triángulo melodramático.
Abundan los clichés en esta relación a tres, todo muy manido y muy visto ya en el género romántico.
Se unen a la historia un padre enfermo, una madre que no se entera de nada, y una hermana que se enamora del chico equivocado, todos ellos familia de Hernán.
El guion acaba en tragedia griega, y ya se sabe que en este género melodramático, es muy fina la línea que separa lo bello e inolvidable, de lo ridículo e intragable, y por desgracia aquí abunda lo segundo.
Las historias del presente y el pasado se entrelazan, complicándolo aun más, antepasados y descendientes, poniendo en bandeja un final más que anunciado.
Ni siquiera las buenas intenciones de interpretación de Blanca Suárez con acento andaluz, y Pablo Molinero, sostienen el film, que se hace largo, tedioso y muy predecible, como un auténtico culebrón a la andaluza.
Y aunque parece que el presupuesto ha sido importante, y eso se ve, el conjunto no se salva, y se asemeja terriblemente a la típica telenovela de media tarde.
Por supuesto la emoción del romance no llega, quizás si traspasa la pantalla la química especial entre los dos actores, pero claro esto ya es otra historia..
¿Qué tiene de buena "El verano que vivimos"? Parece que de este rodaje salió una historia de amor verdadera entre sus protagonistas, Blanca Suárez y Javier Rey, Gonzalo y Lucía en la ficción, que a día de hoy perdura, y esto es todo.
De una factura que recuerda a aquellas "Palmeras en la nieve", estas cintas cojean por su factura telefílmica, carecen de calidad, quedándose en un experimento fallido.
La cinta de Fernández Molina, tuvo una importante recaudación de taquilla, apoyada por una campaña de marketing salvaje, mucho antes del estreno, y le predecía igualmente un éxito literario, y la gente pico el anzuelo.
En este caso, no le auguramos tan buen futuro a este intento, pues a pesar de que Antena 3 y su grupo mediático han puesto toda la carne en su asador, son tiempos muy difíciles para los cines, con esta crisis sanitaria que de momento no nos deja, y este culebrón jerezano apenas se sostiene.
Así que con un título tan evocador como "El verano que vivimos", tristemente podría convertirse en "El verano que antes olvidemos", pues no será esta una cinta que perdure ni se recuerde en el tiempo.
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