Crítica / Berlinale: "Una película de policías", artificio híbrido salvado por la humanidad
- por © NOTICINE.com
Por Jon Apaolaza
"Híbrido" es una de las palabras de moda en los últimos tiempos entre los que nos dedicamos a la información cinematográfica. Sirve para definir a los festivales o premios que combinan lo presencial y lo virtual o digital, por ejemplo. Definen el término como "cosa o persona que es producto de elementos de distinta naturaleza". Y eso es lo que precisamente ha buscado el mexicano Alonso Ruizpalacios para aproximarse a una de las muchas lacras de su sociedad: la actuación de los cuerpos policiales, su entidad, su aportación y sus pecados. El resultado se llama "Una película de policías", y aunque en algún momento se llegó a decir que tenía un importante contenido documental, es ante todo un artificio que a la postre se salva por su humanidad, la de los personajes y los actores que los interpretan.
Premiada por edición y fórmula narrativa en la Berlinale, "el" festival de Ruizpalacios, donde ha presentado -y recibido recompensas- con sus hasta ahora tres realizaciones ("Güeros" y "Museo" fueron las anteriores), "Una película de policías" lanza diversos anzuelos para engañar al espectador.
Para el menos familiarizado con el cine mexicano y sus intérpretes, la cinta comienza con lo que parece es una especie de documental narrado por dos policías de Ciudad de México, una mujer y un hombre, que comparten sus vivencias de agentes con experiencia de años. Primero lo hacen cada uno por su lado, y más adelante los vemos ya como pareja sentimental e incluso profesional, compartiendo patrulla.
La apariencia documental, aunque no se reconozcan a los actores, se desmonta pronto por la realización de Ruizpalacios y algunas de las situaciones narradas, que destilan planificación. Es de hecho el propio cineasta el que asume su teatralidad, cuando más adelante muestra a sus dos protagonistas, la espléndida Mónica del Carmen y Raúl Briones, entrando como supuestos cadetes en la academia policial, y compartiendo la experiencia en primer plano, autograbados con sus teléfonos celulares. El hecho de que se hicieran pasar por ciudadanos anónimos aspirantes a policías se vuelve inverosímil cuando asistimos a su entrenamiento filmado en las mejores condiciones (nada de cámara oculta o tomas lejanas). Más que ellos se quisieran hacer pasar por policías se diría que Ruizpalacios los quiere hacer pasar por actores que se hacen pasar por policías. Toda esta artificiosidad, la mezcla de estilos (desde el más contemplativo cine de autor al de acción y persecuciones, pasando por unos cuantos más) lastran la credibilidad de "Una película de policías".
Entre esos múltiples tentáculos de su tercer largometraje, está -en buena lógica- el de la denuncia, de esa corrupción cotidiana, la de la pequeña propina de vecinos por ayudar a pasar la calle a los niños y la de los jefes vendidos a políticos y empresarios, sin olvidar las pequeñas mordidas internas, al encargado del almacén para que te den un chaleco antibalas más limpio o una mejor pistola, y las que los propios agentes propician de parte de ciudadanos que transgreden normas menores y prefieren evitar la multa oficial.
Pero, no puede decirse de ninguna forma que éste sea el elemento ni troncal ni profundo en "Una película de policías", sólo un aditamento más en un cocktail rico en ingredientes, algunos de los cuales no combinan necesariamente bien entre sí.
No obstante, la película mexicana -única selección iberoamericana en la competencia oficial de la 71 Berlinale- encuentra su propia redención en los personajes, que sí son reales y al final vemos ante la cámara en la única parte del film que es más o menos documental, los Teresa y "Montoya", que tanto en persona como en sus iniciales alter egos, Mónica y Raúl, logran transmitirnos sus contradicciones humanas, su vocación de servicio teñida de miedos, los lastres de corrupción, burocracia e inoperancia a los que les somete el sistema (y que aceptan), y en definitiva su humanidad. Sin ese esfuerzo de personas y personajes, "Una película de policías" hubiera quedado en el vano ejercicio que para algunos fue "Museo", el desperdicio de una buena historia.
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"Híbrido" es una de las palabras de moda en los últimos tiempos entre los que nos dedicamos a la información cinematográfica. Sirve para definir a los festivales o premios que combinan lo presencial y lo virtual o digital, por ejemplo. Definen el término como "cosa o persona que es producto de elementos de distinta naturaleza". Y eso es lo que precisamente ha buscado el mexicano Alonso Ruizpalacios para aproximarse a una de las muchas lacras de su sociedad: la actuación de los cuerpos policiales, su entidad, su aportación y sus pecados. El resultado se llama "Una película de policías", y aunque en algún momento se llegó a decir que tenía un importante contenido documental, es ante todo un artificio que a la postre se salva por su humanidad, la de los personajes y los actores que los interpretan.
Premiada por edición y fórmula narrativa en la Berlinale, "el" festival de Ruizpalacios, donde ha presentado -y recibido recompensas- con sus hasta ahora tres realizaciones ("Güeros" y "Museo" fueron las anteriores), "Una película de policías" lanza diversos anzuelos para engañar al espectador.
Para el menos familiarizado con el cine mexicano y sus intérpretes, la cinta comienza con lo que parece es una especie de documental narrado por dos policías de Ciudad de México, una mujer y un hombre, que comparten sus vivencias de agentes con experiencia de años. Primero lo hacen cada uno por su lado, y más adelante los vemos ya como pareja sentimental e incluso profesional, compartiendo patrulla.
La apariencia documental, aunque no se reconozcan a los actores, se desmonta pronto por la realización de Ruizpalacios y algunas de las situaciones narradas, que destilan planificación. Es de hecho el propio cineasta el que asume su teatralidad, cuando más adelante muestra a sus dos protagonistas, la espléndida Mónica del Carmen y Raúl Briones, entrando como supuestos cadetes en la academia policial, y compartiendo la experiencia en primer plano, autograbados con sus teléfonos celulares. El hecho de que se hicieran pasar por ciudadanos anónimos aspirantes a policías se vuelve inverosímil cuando asistimos a su entrenamiento filmado en las mejores condiciones (nada de cámara oculta o tomas lejanas). Más que ellos se quisieran hacer pasar por policías se diría que Ruizpalacios los quiere hacer pasar por actores que se hacen pasar por policías. Toda esta artificiosidad, la mezcla de estilos (desde el más contemplativo cine de autor al de acción y persecuciones, pasando por unos cuantos más) lastran la credibilidad de "Una película de policías".
Entre esos múltiples tentáculos de su tercer largometraje, está -en buena lógica- el de la denuncia, de esa corrupción cotidiana, la de la pequeña propina de vecinos por ayudar a pasar la calle a los niños y la de los jefes vendidos a políticos y empresarios, sin olvidar las pequeñas mordidas internas, al encargado del almacén para que te den un chaleco antibalas más limpio o una mejor pistola, y las que los propios agentes propician de parte de ciudadanos que transgreden normas menores y prefieren evitar la multa oficial.
Pero, no puede decirse de ninguna forma que éste sea el elemento ni troncal ni profundo en "Una película de policías", sólo un aditamento más en un cocktail rico en ingredientes, algunos de los cuales no combinan necesariamente bien entre sí.
No obstante, la película mexicana -única selección iberoamericana en la competencia oficial de la 71 Berlinale- encuentra su propia redención en los personajes, que sí son reales y al final vemos ante la cámara en la única parte del film que es más o menos documental, los Teresa y "Montoya", que tanto en persona como en sus iniciales alter egos, Mónica y Raúl, logran transmitirnos sus contradicciones humanas, su vocación de servicio teñida de miedos, los lastres de corrupción, burocracia e inoperancia a los que les somete el sistema (y que aceptan), y en definitiva su humanidad. Sin ese esfuerzo de personas y personajes, "Una película de policías" hubiera quedado en el vano ejercicio que para algunos fue "Museo", el desperdicio de una buena historia.
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