Crítica: "Plaza Catedral", la culpa de una "muerta en vida"
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Por Eva Ramos
La película panameña "Plaza Catedral", que este viernes abre el Festival de Cine de la capital del país, se estrenó con una profecía cumplida: la del asesinato del niño Fernando Xavier de Casta, el pasado junio, antes de poder recibir el Premio a Mejor Actor en Guadalajara y ver su trabajo estrenado en pantalla. No hay mayor respaldo para el mensaje de esta película, escrita y dirigida por el panameño Abner Benaim, y que representará al país en la próxima edición de los Oscars.
Benaim nos presenta dos historias. Por un lado, la de una "muerta en vida", como ella misma se denomina, Alicia (Ilse Salas), que perdió a su hijo de seis años en un accidente debido a una imprudencia ajena. Carga que ella asume como propia, gracias a la ayuda del que ahora es su exmarido, que la culpa por algo de lo que ella no es responsable. La separación es el resultado del mirar al futuro para superar, de uno, y de no poder huir de la culpa y el vacío, de la otra.
Ahora, Alicia vive sola, sobrevive desprovista de toda su parte humana, de su capacidad de sentir, para no arrojarse de uno de esos edificios que vende. Y aquí es donde entra en juego la otra historia: la de un niño que se busca la vida en la calle cuidando coches frente al nuevo apartamento de la mujer y que responde al nombre de Chief. A pesar de que tienen un par de encuentros no demasiado amistosos, el niño acude a casa de Alicia cuando es herido de bala, y ella recurre a lo poco que le queda dentro para prestarle la mínima ayuda necesaria.
Sin embargo, ahora que sus vidas se han cruzado no será tan fácil deshacerse de este pequeño vínculo para que Alicia consiga volver a la nada en la que vive. Muy a su pesar, irá cediendo ante la sonrisa de este niño y recuperará la sensibilidad dormida para llegar finalmente a verse obligada a dejar que su dolor la inunde. A partir de este momento, sus caminos ya no podrán separarse tan fácilmente.
El retrato que Benaim hace de los barrios más vulnerables de Panamá y de la violencia que viven tantos niños inocentes, allí y en muchos otros países, no se queda en la sacudida que produce conocer poco a poco la realidad de Alexis, el niño que hay detrás de Chief. Aparece aquí no solamente unido al mundo de las pandillas criminales, sino también a la violencia intrafamiliar, de la que no se habla tan a menudo.
La tristeza y la inercia vital que nos transmite Ilse Salas se convertirá más tarde, gracias a su sincera actuación, en un dolor profundo, pero siempre sin caer en una excesiva dramatización. Es más una actuación mesurada y realista, que llega más al espectador por su sinceridad que por su sentimentalismo. Y contrasta con la frescura y simplicidad del niño que, a pesar de sus duras condiciones de vida, se aferra a ella para sobrevivir con la vehemencia que Alicia ha olvidado.
Al igual que la muerte de tantos niños a causa de esta violencia, la de Fernando quedará seguramente en el olvido, pero al menos se conservará la imagen de esa infancia deseosa de futuro que en tantas ocasiones acaba sacrificada por verse inmersa en algo que deberían solo conocer a través de una pantalla. Con esta película, Benaim ha conseguido darles una visibilidad que muchas veces preferimos ignorar.
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La película panameña "Plaza Catedral", que este viernes abre el Festival de Cine de la capital del país, se estrenó con una profecía cumplida: la del asesinato del niño Fernando Xavier de Casta, el pasado junio, antes de poder recibir el Premio a Mejor Actor en Guadalajara y ver su trabajo estrenado en pantalla. No hay mayor respaldo para el mensaje de esta película, escrita y dirigida por el panameño Abner Benaim, y que representará al país en la próxima edición de los Oscars.
Benaim nos presenta dos historias. Por un lado, la de una "muerta en vida", como ella misma se denomina, Alicia (Ilse Salas), que perdió a su hijo de seis años en un accidente debido a una imprudencia ajena. Carga que ella asume como propia, gracias a la ayuda del que ahora es su exmarido, que la culpa por algo de lo que ella no es responsable. La separación es el resultado del mirar al futuro para superar, de uno, y de no poder huir de la culpa y el vacío, de la otra.
Ahora, Alicia vive sola, sobrevive desprovista de toda su parte humana, de su capacidad de sentir, para no arrojarse de uno de esos edificios que vende. Y aquí es donde entra en juego la otra historia: la de un niño que se busca la vida en la calle cuidando coches frente al nuevo apartamento de la mujer y que responde al nombre de Chief. A pesar de que tienen un par de encuentros no demasiado amistosos, el niño acude a casa de Alicia cuando es herido de bala, y ella recurre a lo poco que le queda dentro para prestarle la mínima ayuda necesaria.
Sin embargo, ahora que sus vidas se han cruzado no será tan fácil deshacerse de este pequeño vínculo para que Alicia consiga volver a la nada en la que vive. Muy a su pesar, irá cediendo ante la sonrisa de este niño y recuperará la sensibilidad dormida para llegar finalmente a verse obligada a dejar que su dolor la inunde. A partir de este momento, sus caminos ya no podrán separarse tan fácilmente.
El retrato que Benaim hace de los barrios más vulnerables de Panamá y de la violencia que viven tantos niños inocentes, allí y en muchos otros países, no se queda en la sacudida que produce conocer poco a poco la realidad de Alexis, el niño que hay detrás de Chief. Aparece aquí no solamente unido al mundo de las pandillas criminales, sino también a la violencia intrafamiliar, de la que no se habla tan a menudo.
La tristeza y la inercia vital que nos transmite Ilse Salas se convertirá más tarde, gracias a su sincera actuación, en un dolor profundo, pero siempre sin caer en una excesiva dramatización. Es más una actuación mesurada y realista, que llega más al espectador por su sinceridad que por su sentimentalismo. Y contrasta con la frescura y simplicidad del niño que, a pesar de sus duras condiciones de vida, se aferra a ella para sobrevivir con la vehemencia que Alicia ha olvidado.
Al igual que la muerte de tantos niños a causa de esta violencia, la de Fernando quedará seguramente en el olvido, pero al menos se conservará la imagen de esa infancia deseosa de futuro que en tantas ocasiones acaba sacrificada por verse inmersa en algo que deberían solo conocer a través de una pantalla. Con esta película, Benaim ha conseguido darles una visibilidad que muchas veces preferimos ignorar.
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