Crítica: "Alegría", el amor romántico convertido en realidad
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Por Eva Ramos
Violeta Salama pasó su infancia en la ciudad de Melilla, confluencia de culturas y religiones desde tiempos inmemoriales. Ciudad de comerciantes por su enclave en el Estrecho de Gibraltar, que une dos continentes, es el marco que Salama ha elegido para este proyecto largamente trabajado y que ahora ve la luz para endulzar esta etapa postpandémica, "Alegría" (2021). Es un film que tiene como protagonista absoluta a una ciudad, poco conocida, y que nos descubre en toda su belleza con una fotografía verdaderamente hermosa.
Aunque la directora granadina califica su propia película como "ñoña", realmente no es así como se podría describir, ya que entendemos como tal la película tradicional centrada en el amor romántico, donde surge una pasión que todo lo puede y que acaba triunfando. "Alegría" comienza con una boda, se parte de lo que en este tipo de historias suele ser el objetivo y, además, cargada de realidad, donde dos personas de mundos muy diferentes, que han vivido un "amor de verano", deciden casarse y descubren el papel fundamental que tiene el entorno de cada uno en su vida.
Girando en torno a este acontecimiento, tenemos la historia de Alegría, una mujer que se alejó de una familia y una religión con la que no se sentía identificada y que ahora sufre el que su hija haya trazado un camino inverso, volviendo al núcleo familiar y a la tradición, como madre de familia numerosa en Israel, en contra de lo que su madre hubiera deseado para ella. Un choque generacional que forma parte de todas las familias, donde los padres y madres, y en este caso también hermanos, tienen que aprender a dejar ir, para que cada uno pueda elegir cuál es su manera de vivir.
Un mensaje claramente feminista dentro de culturas eminentemente machistas, pero donde el choque no se produce entre culturas, sino entre personas, entre los miembros de cada familia que tienen formas diferentes de ver la vida y el papel de la mujer en ella. También en la familia de Dunia (Sarah Perles), a pesar de ser de otra religión, existe el mismo enfrentamiento, porque ella desea sobre todas las cosas desarrollar su arte y su familia no quiere que se vaya. Al final, las familias funcionan de la misma manera, son universales que no dependen de las costumbres religiosas.
Salama nos presenta diferentes tipos de mujer y diferentes religiones y costumbres, pero que se unen en la alegría frente a ese mar de Marruecos, mientras cuentan la leyenda de la Kahina, esa reina guerrera bereber, madre de tres hijos de diferentes orígenes religiosos, que buscaba que todos tuvieran su lugar sin perder a ninguno. Y eso lo vivimos a través de estas mujeres que cantan, ríen y bailan, compartiendo historias e intercambiando símbolos, como Dunia y Yael. Un vínculo que se rompe por razones políticas cuando tienen que cruzar fronteras, pero que el cariño y los sentimientos que comparten hacen que vuelva a crearse.
"Alegría" es, por tanto, una llamada a la flexibilidad, al acercamiento, a poner la atención en lo que nos une y no en lo que nos diferencia. Aunque sea difícil, el renunciar a una rigidez que la comodidad y la tradición imponen consigue que las historias de Alegría, Yael, Dunia y Marian nos dejen con una sonrisa llena de buenos deseos y de un futuro esperanzador que se guíe por el amor, pero no por el amor romántico patriarcal sino por el amor real y sincero de estas familias que se unen en la celebración.
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Violeta Salama pasó su infancia en la ciudad de Melilla, confluencia de culturas y religiones desde tiempos inmemoriales. Ciudad de comerciantes por su enclave en el Estrecho de Gibraltar, que une dos continentes, es el marco que Salama ha elegido para este proyecto largamente trabajado y que ahora ve la luz para endulzar esta etapa postpandémica, "Alegría" (2021). Es un film que tiene como protagonista absoluta a una ciudad, poco conocida, y que nos descubre en toda su belleza con una fotografía verdaderamente hermosa.
Aunque la directora granadina califica su propia película como "ñoña", realmente no es así como se podría describir, ya que entendemos como tal la película tradicional centrada en el amor romántico, donde surge una pasión que todo lo puede y que acaba triunfando. "Alegría" comienza con una boda, se parte de lo que en este tipo de historias suele ser el objetivo y, además, cargada de realidad, donde dos personas de mundos muy diferentes, que han vivido un "amor de verano", deciden casarse y descubren el papel fundamental que tiene el entorno de cada uno en su vida.
Girando en torno a este acontecimiento, tenemos la historia de Alegría, una mujer que se alejó de una familia y una religión con la que no se sentía identificada y que ahora sufre el que su hija haya trazado un camino inverso, volviendo al núcleo familiar y a la tradición, como madre de familia numerosa en Israel, en contra de lo que su madre hubiera deseado para ella. Un choque generacional que forma parte de todas las familias, donde los padres y madres, y en este caso también hermanos, tienen que aprender a dejar ir, para que cada uno pueda elegir cuál es su manera de vivir.
Un mensaje claramente feminista dentro de culturas eminentemente machistas, pero donde el choque no se produce entre culturas, sino entre personas, entre los miembros de cada familia que tienen formas diferentes de ver la vida y el papel de la mujer en ella. También en la familia de Dunia (Sarah Perles), a pesar de ser de otra religión, existe el mismo enfrentamiento, porque ella desea sobre todas las cosas desarrollar su arte y su familia no quiere que se vaya. Al final, las familias funcionan de la misma manera, son universales que no dependen de las costumbres religiosas.
Salama nos presenta diferentes tipos de mujer y diferentes religiones y costumbres, pero que se unen en la alegría frente a ese mar de Marruecos, mientras cuentan la leyenda de la Kahina, esa reina guerrera bereber, madre de tres hijos de diferentes orígenes religiosos, que buscaba que todos tuvieran su lugar sin perder a ninguno. Y eso lo vivimos a través de estas mujeres que cantan, ríen y bailan, compartiendo historias e intercambiando símbolos, como Dunia y Yael. Un vínculo que se rompe por razones políticas cuando tienen que cruzar fronteras, pero que el cariño y los sentimientos que comparten hacen que vuelva a crearse.
"Alegría" es, por tanto, una llamada a la flexibilidad, al acercamiento, a poner la atención en lo que nos une y no en lo que nos diferencia. Aunque sea difícil, el renunciar a una rigidez que la comodidad y la tradición imponen consigue que las historias de Alegría, Yael, Dunia y Marian nos dejen con una sonrisa llena de buenos deseos y de un futuro esperanzador que se guíe por el amor, pero no por el amor romántico patriarcal sino por el amor real y sincero de estas familias que se unen en la celebración.
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