Crítica: "La vida era eso", la soledad convertida en independencia

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"La vida era eso"
"La vida era eso"
Por Eva Ramos   

El director David Martín de los Santos presenta en su primer largometraje de ficción una historia de amistad intergeneracional entre dos mujeres, María (Petra Martínez) y Verónica (Anna Castillo): una señora en la última etapa de su vida y una joven que comienza la suya. Comparten habitación en un hospital de Bélgica, donde María lleva viviendo desde que emigrara en su juventud y a donde pertenecen ya sus hijos y nietos. Una esposa tradicional que se encarga de cuidar de su marido, que no es capaz de emparejar sus calcetines sin ella.

Verónica acaba de llegar a Bélgica para trabajar en el campo y va a intentar abrirse camino como fotógrafa. Viene de la España del 15M, donde mientras algunos jóvenes acampan en Sol, otros se ven obligados a dejar todo para buscar un futuro. Verónica ha dejado a su madre y a un novio que no ha querido seguirla en su viaje. Pero tiene una energía propia de su juventud que termina uniéndose a la tristeza que transmite María, forjada en la rutina y en una vida dedicada a los cuidados, con la resignación que afrontan tantas mujeres de su generación.

El poco tiempo que pasan juntas hará que algo cambie en el interior de María, tanto como para que abandone a su familia como una fugitiva para regresar a la España de Verónica, al Sur. Por primera vez, se ha visto a través de los ojos de otra persona, ha dejado de ser invisible al ser capturada por el objetivo de la cámara de Verónica y decide tomar las riendas de su vida. Anna Castillo consigue transmitir esa sinceridad y frescura que despertarán algo dentro de María.  

En este viaje, María experimentará una segunda oportunidad de vivir, de conocerse a sí misma fuera de las ataduras familiares. Una Petra Martínez que, muchas veces con su silencio, es capaz de contarnos la tristeza de una existencia condicionada por su papel en la sociedad y que, ahora que está llegando a su fin, se transforma en una necesidad de conocer lo diferente, lo que le hace sentir viva. Será su despertar a la vida, al autoconocimiento, no solo espiritual, sino también sexual.

Luca (Florin Piersic) será una pieza fundamental en su viaje, en contraste con José (Ramón Barea), su marido. En una actuación que desprende humanidad en todo momento, Piersic pasa de ser el dueño de un cochambroso bar a un compañero y aliado de María en su descubrimiento de la alegría que había olvidado.

Martín de los Santos consigue visibilizar a tantas mujeres a las que damos por sentadas, porque siempre están ahí para los demás, y que realmente no han experimentado tantas cosas que parecen comunes y corrientes para nuestra generación y las posteriores, pero que para ellas es algo que les ha estado vetado desde siempre y que muchas se irán sin conocer.

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