Crítica: "Siete perros", Luis Machín y el nadie se salva solo de Rodrigo Guerrero
- por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
Por Juan Pablo Russo
Si hay una virtud que tiene Rodrigo Guerrero es la de no quedarse en su zona de confort y correrse del lugar común en que muchas veces caen los realizadores cuando se sienten cómodos. Desde su ópera prima, "El invierno de los raros" (2011), estrenada en Rotterdam; pasando por "El tercero" (2014), y "Venezia" (2019), demostró ser un director que asume riesgos y con "Siete perros" (2021) lo reconfirma.
En "Siete perros", estrenada mundialmente en la 43 edición de El Cairo International Film Festival, Luis Machín interpreta a Ernesto, un hombre viudo, jubilado, enfermo, con carencias económicas y afectivas, que tiene una hija pero está radicada en el exterior y casi no se ven, que habita un departamento dentro de un edificio de la ciudad de Córdoba con sus siete perros. Las denuncias de algunos vecinos derivan en una conciliación judicial que determina que debe sacar los animales del departamento. Los perros son su única compañía y su vida está encomendada al cuidado de ellos. Aunque, tal vez, no todo esté perdido y aparezca una solución para él y otros vecinos que viven en soledad.
Guerrero construye una película mínima sobre soledades y necesidades, donde el conflicto sobre el que gira la historia es solo la excusa para hablar de esto. El guion de Paula Lussi le permite al realizador concebir una puesta en escena que refleja el caos en el que se encuentra inmerso el protagonista, sin la necesidad de explicaciones ni subrayados, permitiendo a través de lo que muestra adentrarse en el interior de Ernesto y vivir con él sus derrotas y miserias, pero también sus pequeñas victorias.
Pero "Siete perros" no es una historia sobre la desesperanza, sino todo lo contrario. Es una película sobre la lucha colectiva y de cómo nadie se salva solo. El problema de uno puede ser la solución para otro (y por qué no también para uno). Machín logra tal vez uno de los mejores personajes de su carrera, exteriorizando una decadencia fisica y emocional in crescendo, que brota de las entrañas hacia el resto del cuerpo, y Guerrero demuestra que no solo asume riesgos estéticos y narrativos en su cine, sino también que dejó de ser una joven promesa para ser un director con mayúsculas.
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Si hay una virtud que tiene Rodrigo Guerrero es la de no quedarse en su zona de confort y correrse del lugar común en que muchas veces caen los realizadores cuando se sienten cómodos. Desde su ópera prima, "El invierno de los raros" (2011), estrenada en Rotterdam; pasando por "El tercero" (2014), y "Venezia" (2019), demostró ser un director que asume riesgos y con "Siete perros" (2021) lo reconfirma.
En "Siete perros", estrenada mundialmente en la 43 edición de El Cairo International Film Festival, Luis Machín interpreta a Ernesto, un hombre viudo, jubilado, enfermo, con carencias económicas y afectivas, que tiene una hija pero está radicada en el exterior y casi no se ven, que habita un departamento dentro de un edificio de la ciudad de Córdoba con sus siete perros. Las denuncias de algunos vecinos derivan en una conciliación judicial que determina que debe sacar los animales del departamento. Los perros son su única compañía y su vida está encomendada al cuidado de ellos. Aunque, tal vez, no todo esté perdido y aparezca una solución para él y otros vecinos que viven en soledad.
Guerrero construye una película mínima sobre soledades y necesidades, donde el conflicto sobre el que gira la historia es solo la excusa para hablar de esto. El guion de Paula Lussi le permite al realizador concebir una puesta en escena que refleja el caos en el que se encuentra inmerso el protagonista, sin la necesidad de explicaciones ni subrayados, permitiendo a través de lo que muestra adentrarse en el interior de Ernesto y vivir con él sus derrotas y miserias, pero también sus pequeñas victorias.
Pero "Siete perros" no es una historia sobre la desesperanza, sino todo lo contrario. Es una película sobre la lucha colectiva y de cómo nadie se salva solo. El problema de uno puede ser la solución para otro (y por qué no también para uno). Machín logra tal vez uno de los mejores personajes de su carrera, exteriorizando una decadencia fisica y emocional in crescendo, que brota de las entrañas hacia el resto del cuerpo, y Guerrero demuestra que no solo asume riesgos estéticos y narrativos en su cine, sino también que dejó de ser una joven promesa para ser un director con mayúsculas.
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