Crítica: "La buena suerte", un ejercicio de estilo que pierde el rumbo
- por © NOTICINE.com

Por Santiago Echeverría
Gracia Querejeta regresa al cine con "La buena suerte", adaptación de la novela de Rosa Montero que se debate entre varios géneros sin decidirse por ninguno. La historia sigue a Pablo (Hugo Silva), un arquitecto que abandona su vida en la ciudad para refugiarse en un pueblo remoto, llevando consigo un pasado turbio que se revela mediante flashbacks con voz en off. Allí conoce a Raluca (Megan Montaner), personaje que encarna el arquetipo de mujer libre y herida que suele cautivar a los protagonistas masculinos intelectuales.
La película comienza como un drama introspectivo sobre segundas oportunidades, con ecos del característico interés de Querejeta por las relaciones paternofiliales. Sin embargo, pronto introduce elementos de comedia ligera y finalmente deriva hacia el thriller policiaco, transición que resulta más abrupta que orgánica. Esta mezcla de registros, lejos de enriquecer la narración, termina por diluir el impacto emocional de la historia central.
Técnicamente, la película mantiene el oficio característico de la directora, con una fotografía correcta aunque carente de audacia visual. Las interpretaciones de Silva y Montaner son adecuadas pero no trascienden, limitadas por unos personajes que parecen moverse por los lugares comunes del guión más que por motivaciones profundas. Destacan, en cambio, algunos secundarios que aportan frescura a un conjunto donde los personajes policiales -con diálogos forzados y situaciones poco creíbles- representan el punto más débil del metraje.
El mayor problema de "La buena suerte" radica en su incapacidad para sostener un tono coherente. Mientras la primera mitad construye con paciencia la atmósfera de redención personal, el giro hacia la intriga criminal parece responder más a necesidades argumentales que a un desarrollo natural de los personajes. Esta fractura narrativa impide que el espectador se involucre completamente con cualquiera de las múltiples capas que propone el relato.
La película refleja cierta España rural olvidada, contrapuesta al mundo urbano del que huye el protagonista, pero este retrato social queda eclipsado por las convenciones genéricas que acaban dominando el relato. Querejeta demuestra aún su habilidad para dirigir actores y componer escenas íntimas, pero el resultado final parece más cercano a ese cine que evita riesgos y se conforma con ser correcto antes que memorable.
"La buena suerte" funciona en momentos aislados, especialmente cuando se centra en la relación entre los protagonistas, pero como conjunto peca de ambición desorganizada. Es una obra que, pese a sus virtudes técnicas, termina por desaprovechar tanto su potencial dramático inicial como el talento de su directora, quedando atrapada en un limbo genérico que no satisface completamente a los amantes del drama psicológico ni a los del thriller convencional.
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Gracia Querejeta regresa al cine con "La buena suerte", adaptación de la novela de Rosa Montero que se debate entre varios géneros sin decidirse por ninguno. La historia sigue a Pablo (Hugo Silva), un arquitecto que abandona su vida en la ciudad para refugiarse en un pueblo remoto, llevando consigo un pasado turbio que se revela mediante flashbacks con voz en off. Allí conoce a Raluca (Megan Montaner), personaje que encarna el arquetipo de mujer libre y herida que suele cautivar a los protagonistas masculinos intelectuales.
La película comienza como un drama introspectivo sobre segundas oportunidades, con ecos del característico interés de Querejeta por las relaciones paternofiliales. Sin embargo, pronto introduce elementos de comedia ligera y finalmente deriva hacia el thriller policiaco, transición que resulta más abrupta que orgánica. Esta mezcla de registros, lejos de enriquecer la narración, termina por diluir el impacto emocional de la historia central.
Técnicamente, la película mantiene el oficio característico de la directora, con una fotografía correcta aunque carente de audacia visual. Las interpretaciones de Silva y Montaner son adecuadas pero no trascienden, limitadas por unos personajes que parecen moverse por los lugares comunes del guión más que por motivaciones profundas. Destacan, en cambio, algunos secundarios que aportan frescura a un conjunto donde los personajes policiales -con diálogos forzados y situaciones poco creíbles- representan el punto más débil del metraje.
El mayor problema de "La buena suerte" radica en su incapacidad para sostener un tono coherente. Mientras la primera mitad construye con paciencia la atmósfera de redención personal, el giro hacia la intriga criminal parece responder más a necesidades argumentales que a un desarrollo natural de los personajes. Esta fractura narrativa impide que el espectador se involucre completamente con cualquiera de las múltiples capas que propone el relato.
La película refleja cierta España rural olvidada, contrapuesta al mundo urbano del que huye el protagonista, pero este retrato social queda eclipsado por las convenciones genéricas que acaban dominando el relato. Querejeta demuestra aún su habilidad para dirigir actores y componer escenas íntimas, pero el resultado final parece más cercano a ese cine que evita riesgos y se conforma con ser correcto antes que memorable.
"La buena suerte" funciona en momentos aislados, especialmente cuando se centra en la relación entre los protagonistas, pero como conjunto peca de ambición desorganizada. Es una obra que, pese a sus virtudes técnicas, termina por desaprovechar tanto su potencial dramático inicial como el talento de su directora, quedando atrapada en un limbo genérico que no satisface completamente a los amantes del drama psicológico ni a los del thriller convencional.
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