Crítica: "Lo que escribimos juntos", vínculos gays en el interior argentino
- por © EscribiendoCine-NOTICINE.com

Por Juan Pablo Russo
"Lo que escribimos juntos", dirigida por Nicolás Teté, narra una semana en la vida de una pareja gay que decide dejar la ciudad para perseguir un sueño. Filmada en San Luis, la historia propone una mirada íntima sobre el amor duradero y la reinvención en clave LGTB.
"Lo que escribimos juntos" (2025) propone una inflexión en la narrativa gay del cine argentino. No hay primeros besos, no hay salidas del clóset ni rupturas desgarradoras. Nicolás Teté decide enfocar la cámara en lo que suele quedar fuera de cuadro: la vida cotidiana de una pareja de hombre que ya ha atravesado las grandes tormentas y que ahora habita la calma, con todas sus contradicciones.
Juan y Mariano, interpretados por Ezequiel Martínez y Santiago Magariños, son una pareja con años de convivencia. Tienen un perro, rutinas establecidas y un proyecto compartido: dejar la ciudad para iniciar una vida más simple, en contacto con la naturaleza. Así se instalan en el campo, con el sueño de abrir un vivero, mientras Juan consolida su carrera como escritor. La película transcurre en apenas una semana, pero ese recorte temporal funciona como prisma para observar vínculos, silencios, decisiones y preguntas que no siempre tienen respuesta.
Lejos del conflicto fundacional, Teté construye una narrativa basada en lo que se sostiene. La visita de Carla (Nazarena Rozas), amiga íntima de Juan, trae consigo una noticia que introduce movimiento, pero no desborde. El cine, en este caso, no se propone narrar una historia “grande”, sino capturar los pliegues de una relación larga: los hábitos, las negociaciones, las pequeñas renuncias.
El relato avanza sin golpes de efecto. La tensión, si existe, está en lo latente: ¿cómo se transforma el deseo con los años? ¿Qué se escribe cuando lo vivido supera a la ficción? ¿Qué tipo de amor se construye en el campo, lejos del ruido urbano y también de ciertas redes de apoyo?
Ese enfoque, muchas veces ausente en la cinematografía LGTB, desnaturaliza la lógica del drama urgente para detenerse en lo que persiste. Lo que escribimos juntos narra el vínculo desde adentro, sin grandes declaraciones ni escenas de impacto. La tensión está en lo cotidiano: la negociación por la jardinería, el tiempo de escritura, la pregunta sobre si un sueño común sigue siéndolo con el paso del tiempo.
Rodada en la provincia argentina de San Luis, "Lo que escribimos juntos" desplaza la representación disidente hacia la ruralidad. Es una decisión que expande el mapa de lo posible, mostrando cómo el interior del país también puede ser espacio de visibilidad, deseo y proyectos compartidos.
El cambio de entorno no solo afecta la estética de la película, sino también su lógica narrativa. El silencio del campo, la ausencia de redes urbanas, el contacto con la tierra y los ciclos naturales acompañan la transformación de la pareja. No se trata solo de mudarse: se trata de ver si el amor también se adapta, florece o se reseca.
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"Lo que escribimos juntos", dirigida por Nicolás Teté, narra una semana en la vida de una pareja gay que decide dejar la ciudad para perseguir un sueño. Filmada en San Luis, la historia propone una mirada íntima sobre el amor duradero y la reinvención en clave LGTB.
"Lo que escribimos juntos" (2025) propone una inflexión en la narrativa gay del cine argentino. No hay primeros besos, no hay salidas del clóset ni rupturas desgarradoras. Nicolás Teté decide enfocar la cámara en lo que suele quedar fuera de cuadro: la vida cotidiana de una pareja de hombre que ya ha atravesado las grandes tormentas y que ahora habita la calma, con todas sus contradicciones.
Juan y Mariano, interpretados por Ezequiel Martínez y Santiago Magariños, son una pareja con años de convivencia. Tienen un perro, rutinas establecidas y un proyecto compartido: dejar la ciudad para iniciar una vida más simple, en contacto con la naturaleza. Así se instalan en el campo, con el sueño de abrir un vivero, mientras Juan consolida su carrera como escritor. La película transcurre en apenas una semana, pero ese recorte temporal funciona como prisma para observar vínculos, silencios, decisiones y preguntas que no siempre tienen respuesta.
Lejos del conflicto fundacional, Teté construye una narrativa basada en lo que se sostiene. La visita de Carla (Nazarena Rozas), amiga íntima de Juan, trae consigo una noticia que introduce movimiento, pero no desborde. El cine, en este caso, no se propone narrar una historia “grande”, sino capturar los pliegues de una relación larga: los hábitos, las negociaciones, las pequeñas renuncias.
El relato avanza sin golpes de efecto. La tensión, si existe, está en lo latente: ¿cómo se transforma el deseo con los años? ¿Qué se escribe cuando lo vivido supera a la ficción? ¿Qué tipo de amor se construye en el campo, lejos del ruido urbano y también de ciertas redes de apoyo?
Ese enfoque, muchas veces ausente en la cinematografía LGTB, desnaturaliza la lógica del drama urgente para detenerse en lo que persiste. Lo que escribimos juntos narra el vínculo desde adentro, sin grandes declaraciones ni escenas de impacto. La tensión está en lo cotidiano: la negociación por la jardinería, el tiempo de escritura, la pregunta sobre si un sueño común sigue siéndolo con el paso del tiempo.
Rodada en la provincia argentina de San Luis, "Lo que escribimos juntos" desplaza la representación disidente hacia la ruralidad. Es una decisión que expande el mapa de lo posible, mostrando cómo el interior del país también puede ser espacio de visibilidad, deseo y proyectos compartidos.
El cambio de entorno no solo afecta la estética de la película, sino también su lógica narrativa. El silencio del campo, la ausencia de redes urbanas, el contacto con la tierra y los ciclos naturales acompañan la transformación de la pareja. No se trata solo de mudarse: se trata de ver si el amor también se adapta, florece o se reseca.
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