David Planell escribe sobre "La vergüenza"
- por © D.P.-NOTICINE.com
Por David Planell *
El 17 de Abril de 2009, viernes, en el Festival de Málaga se cerró un círculo que se abrió hace ahora tres años, cuando escribí la primera versión del guión de "La vergüenza". La película transcurre en apenas siete horas cruciales. En ese corto espacio de tiempo los personajes toman sus decisiones en directo, ante nuestros ojos, eligiendo uno u otro camino ante los dilemas que la historia les coloca como minas que te despanzurran cuando adelantas el pie equivocado.
¿Estilo personal? Quizá. Después de escuchar o leer lo que los demás han dicho o escrito de mi trabajo, me he acabado creyendo que hay temas, o tonos, o músicas comunes a mis historias más personales.
Aunque tardé en reconocer eso que se supone que de algún modo define mi forma de escribir y ver la vida, es reconfortante pensar que eres, piensas, vives y escribes de una determinada manera. Como si tu identidad fuera más identidad, y tu trabajo más artístico. Tienes estilo. Qué guay.
Pero es un confort pasajero.
En realidad a mí el estilo me parece una prisión, y absurdo y petulante pretender seguirlo cuando te sientas a pensar tu historia. Otra cosa es lo que quede cuando has acabado.
De hecho La vergüenza transcurre en siete horas, pero en la que me gustaría que fuera mi próxima peli pasan 28 años entre la primera y la última secuencia. Como veis, estoy deseando traicionarme.
En realidad, después de tanto tiempo trabajando en una historia de tiempo real, me muero de ganas por respirar el aire limpio y oxigenado de una saga familiar, donde entre secuencia y secuencia hayan pasado tres, cuatro años, como esas películas de Ettore Scola que repasan la historia de Europa desde el salón de una casa de burgueses italianos, y vemos cómo encanecen, se casan, se divorcian, se mueren...
"La vergüenza" transcurre en casa de la pareja protagonista durante la mañana en que deciden si van adelante o no con el plan previsto.
Mi obsesión cuando pienso una historia es encontrar el momento del cambio. Y no porque sea un reflejo de la vida. (De hecho en la vida cambiamos poco, no tenemos tiempo, no sabemos cómo se hace eso: por lo que yo sé, sólo hay dos momentos en la vida en las que uno puede dar un giro de raíz y acabar siendo otro. Uno es una buena terapia, y el otro es un accidente, una enfermedad, un shock: o sea, verle las orejas al lobo). Mi obsesión con el momento del cambio se debe a que creo firmemente que el cambio justifica la historia. Cuando tienes ese momento ya tienes la historia.
De hecho las pelis que a mí me gustan cuentan cómo unas personas empiezan siendo de una manera y acaban siendo de otra.
Hacemos y vemos pelis para narrar cambios y ser testigos de ellos.
La emoción que me sacude con las buenas películas no se debe a la contemplación de la belleza, ni de la fealdad, ni al retrato de la desgracia, ni por supuesto de la felicidad. Aunque todo esto pueda moverme, sugerirme, sorprenderme… la emoción más genuina en mi caso viene siempre invariablemente provocada por el momento del cambio (que sobreviene, todo sea dicho, cuando el prota se propone conseguir algo).
No es teoría de manual. Las películas imborrables, las que se me han quedado ya siempre agarradas a la retina y el alma, son las que me muestran un camino que culmina con ese cambio.
Obviamente, no sólo para bien. Ahí están "Sunset Boulevard", "Las amistades peligrosas", "Los santos inocentes", "Ladrón de bicicletas", "Damage (Herida)", "Mi nombre es Joe", "American Beauty". Maravillosas películas que cuentan procesos de destrucción, despeñes físicos, sociales, morales.
(Por cierto, que los finales de estas u otras pelis sean infelices no hace que dichas pelis acaben mal; contra el dicho popular, una peli "acaba mal" cuando el espectador sale cabreado o insatisfecho de la sala, no cuando el personaje protagonista muere o el malo se sale con la suya)
En estos casos darse cuenta de la incapacidad de cambiar supone ya de por sí un cambio; de hecho el conflicto de los personajes se arma en torno a si podrán o no cambiar su estatus económico, sentimental, existencial, social… independientemente de que lo consigan o no.
Al final de la mañana en que transcurre "La vergüenza", ni los protas de la peli son los mismos, ni tampoco el entorno que los rodea ni la luz que los alumbra serán los mismos.
(*) Estos son fragmentos del "blog" de David Planell, autor de "Carisma", corto por el que consiguió una nominación a los Goya en 2004 y guionista de numerosas series y de la aclamada película "Siete mesas de billar francés", entre otras. "La vergüenza", su primera realización en largo, ganó el pasado fin de semana el Festival de Málaga y se estrena el viernes en España.
El 17 de Abril de 2009, viernes, en el Festival de Málaga se cerró un círculo que se abrió hace ahora tres años, cuando escribí la primera versión del guión de "La vergüenza". La película transcurre en apenas siete horas cruciales. En ese corto espacio de tiempo los personajes toman sus decisiones en directo, ante nuestros ojos, eligiendo uno u otro camino ante los dilemas que la historia les coloca como minas que te despanzurran cuando adelantas el pie equivocado.
¿Estilo personal? Quizá. Después de escuchar o leer lo que los demás han dicho o escrito de mi trabajo, me he acabado creyendo que hay temas, o tonos, o músicas comunes a mis historias más personales.
Aunque tardé en reconocer eso que se supone que de algún modo define mi forma de escribir y ver la vida, es reconfortante pensar que eres, piensas, vives y escribes de una determinada manera. Como si tu identidad fuera más identidad, y tu trabajo más artístico. Tienes estilo. Qué guay.
Pero es un confort pasajero.
En realidad a mí el estilo me parece una prisión, y absurdo y petulante pretender seguirlo cuando te sientas a pensar tu historia. Otra cosa es lo que quede cuando has acabado.
De hecho La vergüenza transcurre en siete horas, pero en la que me gustaría que fuera mi próxima peli pasan 28 años entre la primera y la última secuencia. Como veis, estoy deseando traicionarme.
En realidad, después de tanto tiempo trabajando en una historia de tiempo real, me muero de ganas por respirar el aire limpio y oxigenado de una saga familiar, donde entre secuencia y secuencia hayan pasado tres, cuatro años, como esas películas de Ettore Scola que repasan la historia de Europa desde el salón de una casa de burgueses italianos, y vemos cómo encanecen, se casan, se divorcian, se mueren...
"La vergüenza" transcurre en casa de la pareja protagonista durante la mañana en que deciden si van adelante o no con el plan previsto.
Mi obsesión cuando pienso una historia es encontrar el momento del cambio. Y no porque sea un reflejo de la vida. (De hecho en la vida cambiamos poco, no tenemos tiempo, no sabemos cómo se hace eso: por lo que yo sé, sólo hay dos momentos en la vida en las que uno puede dar un giro de raíz y acabar siendo otro. Uno es una buena terapia, y el otro es un accidente, una enfermedad, un shock: o sea, verle las orejas al lobo). Mi obsesión con el momento del cambio se debe a que creo firmemente que el cambio justifica la historia. Cuando tienes ese momento ya tienes la historia.
De hecho las pelis que a mí me gustan cuentan cómo unas personas empiezan siendo de una manera y acaban siendo de otra.
Hacemos y vemos pelis para narrar cambios y ser testigos de ellos.
La emoción que me sacude con las buenas películas no se debe a la contemplación de la belleza, ni de la fealdad, ni al retrato de la desgracia, ni por supuesto de la felicidad. Aunque todo esto pueda moverme, sugerirme, sorprenderme… la emoción más genuina en mi caso viene siempre invariablemente provocada por el momento del cambio (que sobreviene, todo sea dicho, cuando el prota se propone conseguir algo).
No es teoría de manual. Las películas imborrables, las que se me han quedado ya siempre agarradas a la retina y el alma, son las que me muestran un camino que culmina con ese cambio.
Obviamente, no sólo para bien. Ahí están "Sunset Boulevard", "Las amistades peligrosas", "Los santos inocentes", "Ladrón de bicicletas", "Damage (Herida)", "Mi nombre es Joe", "American Beauty". Maravillosas películas que cuentan procesos de destrucción, despeñes físicos, sociales, morales.
(Por cierto, que los finales de estas u otras pelis sean infelices no hace que dichas pelis acaben mal; contra el dicho popular, una peli "acaba mal" cuando el espectador sale cabreado o insatisfecho de la sala, no cuando el personaje protagonista muere o el malo se sale con la suya)
En estos casos darse cuenta de la incapacidad de cambiar supone ya de por sí un cambio; de hecho el conflicto de los personajes se arma en torno a si podrán o no cambiar su estatus económico, sentimental, existencial, social… independientemente de que lo consigan o no.
Al final de la mañana en que transcurre "La vergüenza", ni los protas de la peli son los mismos, ni tampoco el entorno que los rodea ni la luz que los alumbra serán los mismos.
(*) Estos son fragmentos del "blog" de David Planell, autor de "Carisma", corto por el que consiguió una nominación a los Goya en 2004 y guionista de numerosas series y de la aclamada película "Siete mesas de billar francés", entre otras. "La vergüenza", su primera realización en largo, ganó el pasado fin de semana el Festival de Málaga y se estrena el viernes en España.