Colaboración: Queremos mucho al cine mexicano
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Por Alberto Duque López
En la primera semana de marzo de 1966, los asistentes a una de las funciones nocturnas del festival de cine de Cartagena de Indias en el mítico y ya casi desaparecido Circo Teatro, fueron testigos de un ritual lleno de nostalgia, amistad, solidaridad, talento e inteligencia sin antecedentes y casi imposible de repetir. En el escenario, alegre y tímido y tranquilo estaba un colombiano, Gabriel García Márquez, rodeado por unos amigos mexicanos: el productor Alfredo Ripstein; su hijo, Arturo, un muchacho de apenas 23 años que debutaba como director con "Tiempo de Morir" y los protagonistas de la película, Lucha Villa y Jorge Martínez de Hoyos.
García Márquez se había escapado de sus amarres a la máquina de escribir y la creación de "Cien años de soledad" que finalizaría varios meses después, y la película estaba basada en uno de los guiones escritos durante su permanencia de varios años en Ciudad de México, "El Charro", con la colaboración de los dos grandes narradores del México de entonces, Carlos Fuentes y Juan Rulfo.
El encuentro del colombiano con sus amigos mexicanos en Cartagena de Indias no era simple coincidencia ni gratuito. Es que los dos países sostenían una pelea irracional por un asunto fácil de resolver, los derechos de autor que debían pagar a uno y otro lado por la utilización de sus respectivas músicas y al parecer, nadie estaba interesado en encontrar una solución, hasta cuando García Márquez tomó el asunto en sus manos, voló a Cartagena, presentó su película en blanco y negro que ganó la India Catalina y, de paso, cortó un nudo gordiano que tenía a los colombianos privados de uno de sus principales elementos espirituales cotidianos, los corridos y los boleros mexicanos.
La afortunada e inteligente muestra mexicana en el reciente festival de cine internacional de Cali, está relacionada con esa noche de Cartagena, con centenares de películas mexicanas gozadas por varias generaciones de colombianos durante este siglo y el anterior, con las rancheras que escuchamos todos los días en grandes y pequeñas ciudades, especialmente en las fondas y paraderos de los caminos de montañas.
Por supuesto está relacionada con los centenares de libros mexicanos que son devorados en escuelas, colegios, universidades y centros de investigación para llegar a una conclusión alegre y fresca y emotiva: los colombianos sentimos pasión por todo lo que encierre olor, sabor, sonido, textura, volumen y otras sensaciones llegadas de México, como lo prueban miles y miles de restaurantes, grandes y pequeños, regados por el territorio colombiano, además de las excursiones que todos los días salen hacia ese país en busca de los mariachis de Plaza Garibaldi o las pirámides o las playas de Cancún y Acapulco o el santuario de la virgen milagrosa frente a una de las plazas más grandes del mundo o las casas y los museos de Diego y Frida o las calles estrechas de Guadalajara o, una vez más, los estrenos mexicanos del momento.
Hubo un momento, en los años treintas y cuarentas y casi cincuentas en que el cine mexicano era el más popular, el más atractivo, el más emocionante, el más sentimental, el más agresivo, el más inteligente de este continente y millones de colombianos esperaban con impaciencia el estreno de las películas que permanecían en cartelera, no semanas, sino meses, protagonizadas por auténticos ídolos como Jorge Negrete, Pedro Infante, Arturo de Córdova, María Félix, Roberto Cañedo, Mario Moreno, Tintán, Marga López, Pedro Armendáriz, Irasema Dilian, Emilio Fernández, la colombiana Sofía Alvarez, Lilia del Valle, Ignacio López Tarso, Javier Solís, Luis Aguilar, Antonio Aguilar, Roberto Cobo, José Alfredo Jiménez, entre otros.
La impaciencia apenas soportaba que se demorara el estreno de películas que todavía son recordadas como "Faustina", "La Cucaracha", "Necesito Dinero", "Enamorada", "Cartas Marcadas", "Dos tipos de cuidado", "Los tres García", "Allá en el rancho grande" en sus distintas versiones, "La razón de la culpa", "Jalisco canta en Sevilla", "Jalisco no se raja", "La tercera palabra", "Escuela de rateros", "Doña Bárbara", "La mujer sin alma", "Si me han de matar mañana", "Nosotros los pobres" y "Ustedes los ricos", "Pablo y Carolina" entre otros miles de títulos.
Un cine mexicano fresco, alegre, realizado a veces con ingenuidad que explotaba grandes filones como la Revolución, con sus batallas, sus Adelitas, sus guerreros y sus dictadores (con directores como Emilio Fernández y Fernando Fuentes; las comedias de equívocos; los dramas amorosos en que los celos y las rivalidades siempre dejaban muertos y, por supuesto, las películas musicales, repletas de rancheras en las que el argumento era lo de menos porque, mientras más cantaran Infante y Negrete y los Aguilar, todos más contentos.
Capítulos aparte merecen las películas de dos íconos del cine mexicano, Cantinflas con sus películas de ingenua y directa denuncia social (desde "El bolero de Raquel" pasando por "Arriba el telón" hasta "Su Excelencia") que siempre fueron taquilleras aún en sus peores momentos, y por supuesto, las películas que don Luis Buñuel realizó en México, las buenas y las malas, mientras permaneció exiliado en los cuarenta y cincuenta: "Gran Caino", "El Angel Exterminador", "El río y la muerte", "Subida al cielo", "La ilusión viaja en tranvía", "Nazarín" (quizás su obra maestra del periodo mexicano, "La Joven" (uno de sus escasos contactos con el cine de Hollywood), "Viridiana" (para algunos, película esencial de una carrera tan significativa para la cultura de todos los tiempos), "El Bruto" y "Ensayo de un crimen" entre otras películas que se suman a su importante trabajo en Francia.
Superada la etapa de las películas de charros, las comedias, los dramas sentimentales y otros géneros, a mediados de los años sesenta se produce lo que algunos llaman la etapa del "nuevo cine mexicano" que se prolonga una década más, porque escritores como José Emilio Pacheco, Vicente Leñero, Luis Spota, Elena Garro, Fernando Benítez, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Gustavo Sainz, Fernando del Paso, Elena Poniatowska, Juan García Ponce y otros se aliaron con directores como Paul Leduc, Carlos Velo, Luis Alcoriza, Jorge Fons, Felipe Cazals, Arturo Ripstein y otros jóvenes, aprovechando un concurso lanzado por el ente estatal que manejaba el cine y una nueva política para la industria, lograron películas agresivas, inteligentes y algunas poco comerciales como "Pedro Páramo", "En este pueblo no hay ladrones", "Patsy mi amor", "Presagio", "El gallo de oro" (en el que vuelven a encontrarse García Márquez, Rulfo y Fuentes), "Recuerdos del Porvenir", "Canoa", "Las Poquianchis", "Tarahumaras", "Frida" (la original) y otras películas que ubicaron al cine mexicano entre los favoritos de críticos y espectadores.
De ese movimiento de renovación, permanece la obra de quien, hasta la aparición de Alejandro González, Alfonso Cuarón, Carlos Reygadas y Guillermo del Toro era el más conocido, importante y citado de los directores mexicanos contemporáneos, Ripstein, quien ha logrado en más de cuarenta años de carrera algunas películas definitivas del cine universal como "El lugar sin límites", "Principio y Fin" y "Así es la vida" entre otras de una filmografía personal, cuidadosa, retadora y agresiva en las que el erotismo, la soledad, el dolor, la pasión y la muerte son los elementos principales sobre todo a partir de 1984 cuando la guionista y esposa Paz Alicia Garcíadiego se incorpora a su vida y su carrera con "El imperio de la fortuna".
Luego de emocionarnos con películas contemporáneas de mexicanos como "Amores Perros", "Babel", "21 Gramos" (realizada en Hollywood), "Solo con tu pareja", "La Zona", "Sin nombre", "La luz silenciosa", "Japón", entre otras, es refrescante observar el actual panorama de esa industria que incluye entre otros títulos:
Largometrajes de ficción
1.LOS BASTARDOS (Amat Escalante)
2.FAMILIA TORTUGA (Rubén Imaz)
3.COCHOCHI (Laura Amelia Guzmán / Israel Cárdenas)
4.JUNTOS (Nicolás Pereda)
5.NORTEADO (Rigoberto Pérezcano / Edgar San Juan)
6.AÑO UÑA (Jonás Cuarón)
7.PARQUE VÍA (Enrique Rivero)
Largometrajes documentales
1.INTIMIDADES DE SHAKESPEARE Y VICTOR HUGO (Yulene Olaizola)
2.LOS QUE SE QUEDAN (Juan Carlos Rulfo / Carlos Hagerman)
3.LOS HEREDEROS (Eugenio Polgovsky)
4.MI VIDA DENTRO (Lucía Gajá)
5.VOY A EXPLOTAR (Gerardo Naranjo)
6.SIETE INSTANTES (Diana Cardozo)
7.LOS LADRONES VIEJOS (Everardo González)
Por supuesto, estas películas son realizadas por jóvenes para espectadores de ahora, que seguramente no conocen la obra de Buñuel y Ripstein, que no han mirado las películas de charros, corridos y Cantinflas, que tienen la concepción del videoclip y se aburren cuando no pasa nada en la pantalla pero que tienen la oportunidad de acercarse a las secuelas de otras épocas, otra sensibilidad, otras preocupaciones, otros lenguajes que en el fondo pertenecen a un mismo y misterioso y maravilloso país, México.
En la primera semana de marzo de 1966, los asistentes a una de las funciones nocturnas del festival de cine de Cartagena de Indias en el mítico y ya casi desaparecido Circo Teatro, fueron testigos de un ritual lleno de nostalgia, amistad, solidaridad, talento e inteligencia sin antecedentes y casi imposible de repetir. En el escenario, alegre y tímido y tranquilo estaba un colombiano, Gabriel García Márquez, rodeado por unos amigos mexicanos: el productor Alfredo Ripstein; su hijo, Arturo, un muchacho de apenas 23 años que debutaba como director con "Tiempo de Morir" y los protagonistas de la película, Lucha Villa y Jorge Martínez de Hoyos.
García Márquez se había escapado de sus amarres a la máquina de escribir y la creación de "Cien años de soledad" que finalizaría varios meses después, y la película estaba basada en uno de los guiones escritos durante su permanencia de varios años en Ciudad de México, "El Charro", con la colaboración de los dos grandes narradores del México de entonces, Carlos Fuentes y Juan Rulfo.
El encuentro del colombiano con sus amigos mexicanos en Cartagena de Indias no era simple coincidencia ni gratuito. Es que los dos países sostenían una pelea irracional por un asunto fácil de resolver, los derechos de autor que debían pagar a uno y otro lado por la utilización de sus respectivas músicas y al parecer, nadie estaba interesado en encontrar una solución, hasta cuando García Márquez tomó el asunto en sus manos, voló a Cartagena, presentó su película en blanco y negro que ganó la India Catalina y, de paso, cortó un nudo gordiano que tenía a los colombianos privados de uno de sus principales elementos espirituales cotidianos, los corridos y los boleros mexicanos.
La afortunada e inteligente muestra mexicana en el reciente festival de cine internacional de Cali, está relacionada con esa noche de Cartagena, con centenares de películas mexicanas gozadas por varias generaciones de colombianos durante este siglo y el anterior, con las rancheras que escuchamos todos los días en grandes y pequeñas ciudades, especialmente en las fondas y paraderos de los caminos de montañas.
Por supuesto está relacionada con los centenares de libros mexicanos que son devorados en escuelas, colegios, universidades y centros de investigación para llegar a una conclusión alegre y fresca y emotiva: los colombianos sentimos pasión por todo lo que encierre olor, sabor, sonido, textura, volumen y otras sensaciones llegadas de México, como lo prueban miles y miles de restaurantes, grandes y pequeños, regados por el territorio colombiano, además de las excursiones que todos los días salen hacia ese país en busca de los mariachis de Plaza Garibaldi o las pirámides o las playas de Cancún y Acapulco o el santuario de la virgen milagrosa frente a una de las plazas más grandes del mundo o las casas y los museos de Diego y Frida o las calles estrechas de Guadalajara o, una vez más, los estrenos mexicanos del momento.
Hubo un momento, en los años treintas y cuarentas y casi cincuentas en que el cine mexicano era el más popular, el más atractivo, el más emocionante, el más sentimental, el más agresivo, el más inteligente de este continente y millones de colombianos esperaban con impaciencia el estreno de las películas que permanecían en cartelera, no semanas, sino meses, protagonizadas por auténticos ídolos como Jorge Negrete, Pedro Infante, Arturo de Córdova, María Félix, Roberto Cañedo, Mario Moreno, Tintán, Marga López, Pedro Armendáriz, Irasema Dilian, Emilio Fernández, la colombiana Sofía Alvarez, Lilia del Valle, Ignacio López Tarso, Javier Solís, Luis Aguilar, Antonio Aguilar, Roberto Cobo, José Alfredo Jiménez, entre otros.
La impaciencia apenas soportaba que se demorara el estreno de películas que todavía son recordadas como "Faustina", "La Cucaracha", "Necesito Dinero", "Enamorada", "Cartas Marcadas", "Dos tipos de cuidado", "Los tres García", "Allá en el rancho grande" en sus distintas versiones, "La razón de la culpa", "Jalisco canta en Sevilla", "Jalisco no se raja", "La tercera palabra", "Escuela de rateros", "Doña Bárbara", "La mujer sin alma", "Si me han de matar mañana", "Nosotros los pobres" y "Ustedes los ricos", "Pablo y Carolina" entre otros miles de títulos.
Un cine mexicano fresco, alegre, realizado a veces con ingenuidad que explotaba grandes filones como la Revolución, con sus batallas, sus Adelitas, sus guerreros y sus dictadores (con directores como Emilio Fernández y Fernando Fuentes; las comedias de equívocos; los dramas amorosos en que los celos y las rivalidades siempre dejaban muertos y, por supuesto, las películas musicales, repletas de rancheras en las que el argumento era lo de menos porque, mientras más cantaran Infante y Negrete y los Aguilar, todos más contentos.
Capítulos aparte merecen las películas de dos íconos del cine mexicano, Cantinflas con sus películas de ingenua y directa denuncia social (desde "El bolero de Raquel" pasando por "Arriba el telón" hasta "Su Excelencia") que siempre fueron taquilleras aún en sus peores momentos, y por supuesto, las películas que don Luis Buñuel realizó en México, las buenas y las malas, mientras permaneció exiliado en los cuarenta y cincuenta: "Gran Caino", "El Angel Exterminador", "El río y la muerte", "Subida al cielo", "La ilusión viaja en tranvía", "Nazarín" (quizás su obra maestra del periodo mexicano, "La Joven" (uno de sus escasos contactos con el cine de Hollywood), "Viridiana" (para algunos, película esencial de una carrera tan significativa para la cultura de todos los tiempos), "El Bruto" y "Ensayo de un crimen" entre otras películas que se suman a su importante trabajo en Francia.
Superada la etapa de las películas de charros, las comedias, los dramas sentimentales y otros géneros, a mediados de los años sesenta se produce lo que algunos llaman la etapa del "nuevo cine mexicano" que se prolonga una década más, porque escritores como José Emilio Pacheco, Vicente Leñero, Luis Spota, Elena Garro, Fernando Benítez, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Gustavo Sainz, Fernando del Paso, Elena Poniatowska, Juan García Ponce y otros se aliaron con directores como Paul Leduc, Carlos Velo, Luis Alcoriza, Jorge Fons, Felipe Cazals, Arturo Ripstein y otros jóvenes, aprovechando un concurso lanzado por el ente estatal que manejaba el cine y una nueva política para la industria, lograron películas agresivas, inteligentes y algunas poco comerciales como "Pedro Páramo", "En este pueblo no hay ladrones", "Patsy mi amor", "Presagio", "El gallo de oro" (en el que vuelven a encontrarse García Márquez, Rulfo y Fuentes), "Recuerdos del Porvenir", "Canoa", "Las Poquianchis", "Tarahumaras", "Frida" (la original) y otras películas que ubicaron al cine mexicano entre los favoritos de críticos y espectadores.
De ese movimiento de renovación, permanece la obra de quien, hasta la aparición de Alejandro González, Alfonso Cuarón, Carlos Reygadas y Guillermo del Toro era el más conocido, importante y citado de los directores mexicanos contemporáneos, Ripstein, quien ha logrado en más de cuarenta años de carrera algunas películas definitivas del cine universal como "El lugar sin límites", "Principio y Fin" y "Así es la vida" entre otras de una filmografía personal, cuidadosa, retadora y agresiva en las que el erotismo, la soledad, el dolor, la pasión y la muerte son los elementos principales sobre todo a partir de 1984 cuando la guionista y esposa Paz Alicia Garcíadiego se incorpora a su vida y su carrera con "El imperio de la fortuna".
Luego de emocionarnos con películas contemporáneas de mexicanos como "Amores Perros", "Babel", "21 Gramos" (realizada en Hollywood), "Solo con tu pareja", "La Zona", "Sin nombre", "La luz silenciosa", "Japón", entre otras, es refrescante observar el actual panorama de esa industria que incluye entre otros títulos:
Largometrajes de ficción
1.LOS BASTARDOS (Amat Escalante)
2.FAMILIA TORTUGA (Rubén Imaz)
3.COCHOCHI (Laura Amelia Guzmán / Israel Cárdenas)
4.JUNTOS (Nicolás Pereda)
5.NORTEADO (Rigoberto Pérezcano / Edgar San Juan)
6.AÑO UÑA (Jonás Cuarón)
7.PARQUE VÍA (Enrique Rivero)
Largometrajes documentales
1.INTIMIDADES DE SHAKESPEARE Y VICTOR HUGO (Yulene Olaizola)
2.LOS QUE SE QUEDAN (Juan Carlos Rulfo / Carlos Hagerman)
3.LOS HEREDEROS (Eugenio Polgovsky)
4.MI VIDA DENTRO (Lucía Gajá)
5.VOY A EXPLOTAR (Gerardo Naranjo)
6.SIETE INSTANTES (Diana Cardozo)
7.LOS LADRONES VIEJOS (Everardo González)
Por supuesto, estas películas son realizadas por jóvenes para espectadores de ahora, que seguramente no conocen la obra de Buñuel y Ripstein, que no han mirado las películas de charros, corridos y Cantinflas, que tienen la concepción del videoclip y se aburren cuando no pasa nada en la pantalla pero que tienen la oportunidad de acercarse a las secuelas de otras épocas, otra sensibilidad, otras preocupaciones, otros lenguajes que en el fondo pertenecen a un mismo y misterioso y maravilloso país, México.