Colaboración: "Chicogrande", de Felipe Cazals, entre lo sobrio y lo estremecedor

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Felipe Cazals
Felipe Cazals
Por Javier González Rubio I.

El próximo 27 de mayo se estrena “Chicogrande”, la más reciente película de Felipe Cazals, con un guión de él mismo basado en una historia del fallecido Ricardo Garibay cuya acción se desarrolla en tiempos de la Revolución mexicana. Es, paradójicamente, una película tanto espectacular como austera. Es sobria y estremecedora. Cine en su más pura esencia: paisajes agrestes, caballos magníficos, personajes duros, el bueno y el malo; el pueblo como corifeo. La doble crueldad de la guerra: un país invadido por fuerzas extranjeras persiguiendo a un héroe del pueblo: antigua historia, historias que se repiten porque el poder le importan más sus intereses que los heroísmos.  

El 9 de marzo de 1916 Pancho Villa irrumpió en un movimiento veloz en Columbus, Nuevo México. Su aventura no duró más de 24 horas. Fue sencillamente un ataque de ira más que un ataque militar de gran envergadura. Villa estaba furioso porque los norteamericanos le habían vendido equipo eléctrico a Carranza que le sirvió para derrotarlo en Agua Prieta, Sonora. El gobierno de Estados Unidos, encabezado por Woodrow Wilson,  mandó una expedición punitiva encabezada por el general John Pershing para acabar con el bandolero que tanto atraía a las compañías de cine estadunidenses como a intelectuales como Ambrose Bierce y John Reed. Es más, hay noticias de que previamente la relación entre Pershing y Villa era amistosa. ¿Habrán ellos conocido una historia semejante a la de "Chicogrande"? Es posible. La caballería estadunidense -entre ellos el, a la postre, general celebérrimo George Patton-  se fue como llegó, no, peor: con las manos más vacías, la ira más grande, y el orgullo apaleado. Su presencia en México duró 11 meses. Poco después se fueron a la Primera Guerra Mundial. Nunca encontraron a Villa. Cuando los gringos se fueron, el gobierno de Venustiano Carranza, que les había permitido la estancia con ciertos límites, descansó.  

Antes de Columbus, Villa no era un enemigo público de Estados Unidos; de hecho por la mente del revolucionario nunca pasó serlo pues su lucha era otra. Con frecuencia cruzaba la frontera acompañado de Pascual Orozco y los habitantes de lugares como El Paso, donde ambos revolucionarios compraban helados, lo veían con curiosidad y admiración.  Pero como escribió el gran filósofo Perogrullo: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.   

A propósito del Centenario del inicio de la Revolución, Felipe Cazals, uno de los más importantes directores del cine mexicano, narra una historia de violencia, racismo, lealtad y solidaridad. Para los invasores se trata de resolver un asunto de orgullo patrio; para los invadidos la patria no tiene nada que ver: sólo está en juego la lealtad y la dignidad.  Chicogrande es Damián Alcázar, un actor de tantas dimensiones que no es posible catalogarlo; los adjetivos son insuficientes porque para describir la filigrana de su trabajo actoral habría que utilizar muchos.  Chicogrande es Damián Alcázar. Eso es todo.

Mientras Villa se esconde enfermo, Chicogrande intentará llevarle un doctor aunque le cueste la vida. Para Chicogrande, Villa es la personificación de la esperanza y la justicia, la posibilidad de redención.  

La astucia y los movimientos de Chicogrande serán observados por la cámara fílmica del joven Damián García, un fotógrafo que a pesar de su juventud, pues no llega a los 30 años, hace que la luz lo obedezca, también es capaz de reinventarla para lograr que la magnificencia del paisaje sea también un protagonista de un film lleno de reminicencias del western, quizá un homenaje visual del propio Cazals a su admiradísimo John Ford.  

Sin rebuscamiento alguno ni afán de disimularlo, la película obedece a la más pura tradición del conflicto dramático: Bueno y Malo, Héroe y Villano. Antagonismo de principio a fin. Y si el bueno es Alcázar, el malo no es menos bueno (como actor): Daniel Martínez luce como el teniente Butch Fenton, obsesionado por atrapar a Chicogrande en un territorio que le es totalmente hostil, más que por el clima por los propios mexicanos: maloras, mentirosos, incomprensibles, estoicos, todo por proteger a Villa. Entre ellos no hay soborno que valga.  

Daniel Martínez no tiene un solo titubeo, no hay un desliz en su interpretación, una falla gestual. Sí, está bien dirigido, pero él demuestra que tiene con qué soportar una magnífica dirección. Tal para cual.  

En medio, la personificación del pueblo, una “Adelita” Fuenteovejuna: Patricia Reyes Spíndola, espléndida como siempre. La vendedora de fritangas típicas que organiza la defensa pasiva, la humillación a los gringos en sus noches de libertad.  Recorre el pueblo disfrazada de indiferencia, con una máscara ajena a los conflictos; bajo sus enaguas y sus gritos de vendimia, la tensión dramática, la astucia, la entereza.  

Lisa Owen es el puente inevitable en una relación, entonces como ahora, irrompible y convulsa, la de México y Estados Unidos. Ella es una americana casada con un granjero mexicano.  Fenton no es bien recibido en su casa, ella no necesita protección “del gobierno de Estados Unidos”. Se siente protegida en la tierra que ama con el hombre que ama. Aparición breve y sólida, una actriz de tamaños un tanto desperdiciada por nuestro cine.

Película de imágenes, de diálogos escasos: los necesarios. La grandeza del conflicto está en su propio desenvolvimiento y no evoluciona a fuerza de palabras sino de imaágenes; y el diálogo de Fenton y Chicogrande, a la hora de la verdad,  sea enorme por escueto y reflejante de dos realidades irreconciliables.

Hablar a estas alturas de la calidad de Cazals como director es un tanto inútil. Más allá de las películas del pasado que lo distinguen e identifican ("El apando", "Canoa" y "Las Poquianchis"), están también "Su Alteza Serenísima" y "Digna, hasta el último aliento", que indigna tanto como perturba e inquieta.

El productor es Gerardo Barrera, un verdadero profesional de su oficio, invencible ante la adversidad, como el propio Cazals, dueño de inteligencia y nobleza,  que ahora funge también como distribuidor.

Esta película, de músculos tensos y mandíbula trabada, se estrenará en el DF, Monterrey y Guadalajara, y después ya se verá (ojalá) más.