Crítica: “Crebinsky”, gallegada genial
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Por María José Sánchez Lerchundi
Rezuma “Crebinsky”, del gallego Enrique Otero, nostalgia de la infancia o, para ser exactos, nostalgia de la inocencia, esa que los adultos cam biamos alegremente por simpleza, cuando no mera tonte ría. Este es “el reino de lo peculiar” un puro juego de niños, algo peligroso y mordaz, aunque también tierno, terrible, onírico y sobre todo, demencial. Es sencillamente otra dimensión, otra cosa. Seguramente de ahí, de “Crebinsky” y hierbas tan lúcidas y lúdicas como ella, viene eso de “la coña marinera”.
En todo caso, queda claro que Enrique Otero la lleva (la coña) bien metida en la cabeza y sabe además manejarla. Tampoco de sentido plástico anda mal: escoge perfectamente los encuadres y secuencias y, como buen cineasta, respeta lo que la imagen –igual que el mar- devuelve siempre por sí sola; si acaso, añade cuatro palabras, las justas, y una música de lo más acertada.
Y así, despacio, con buena letra, un admirable Miguel de Lira y unos minutos de una animación encantadora, nos vamos adentrando -como "Alicia en el País de las Maravillas"- en el “universo Crebisnky”, un charco de fascinación, utopía, espíritu burlón y desesperanza; la crónica, ni más, ni menos, de la estupidez humana.
Por contener, la película que llegaba este viernes a los cines españoles tiene hasta un ingenioso festival de reciclaje anticonsumista. A través de andanzas chuscas, puro sainete(un puntazo, la “Loli Marlen”) y un tono de parodia puñetera discurre la historia durante la II Guerra Mundial; aunque, la verdad, el mar nos siga devolviendo, aquí y ahora, la misma insensatez suicida. “Crebinsky” o, lo que es lo mismo: una “gallegada” fantástica y genial.
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Rezuma “Crebinsky”, del gallego Enrique Otero, nostalgia de la infancia o, para ser exactos, nostalgia de la inocencia, esa que los adultos cam biamos alegremente por simpleza, cuando no mera tonte ría. Este es “el reino de lo peculiar” un puro juego de niños, algo peligroso y mordaz, aunque también tierno, terrible, onírico y sobre todo, demencial. Es sencillamente otra dimensión, otra cosa. Seguramente de ahí, de “Crebinsky” y hierbas tan lúcidas y lúdicas como ella, viene eso de “la coña marinera”.
En todo caso, queda claro que Enrique Otero la lleva (la coña) bien metida en la cabeza y sabe además manejarla. Tampoco de sentido plástico anda mal: escoge perfectamente los encuadres y secuencias y, como buen cineasta, respeta lo que la imagen –igual que el mar- devuelve siempre por sí sola; si acaso, añade cuatro palabras, las justas, y una música de lo más acertada.
Y así, despacio, con buena letra, un admirable Miguel de Lira y unos minutos de una animación encantadora, nos vamos adentrando -como "Alicia en el País de las Maravillas"- en el “universo Crebisnky”, un charco de fascinación, utopía, espíritu burlón y desesperanza; la crónica, ni más, ni menos, de la estupidez humana.
Por contener, la película que llegaba este viernes a los cines españoles tiene hasta un ingenioso festival de reciclaje anticonsumista. A través de andanzas chuscas, puro sainete(un puntazo, la “Loli Marlen”) y un tono de parodia puñetera discurre la historia durante la II Guerra Mundial; aunque, la verdad, el mar nos siga devolviendo, aquí y ahora, la misma insensatez suicida. “Crebinsky” o, lo que es lo mismo: una “gallegada” fantástica y genial.
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